Pan, toros, fútbol y 'rock'
LA ACTUAL gira de un grupo de rock británico por tres ciudades españolas permite la reflexión sóbre los grandes conciertos en los últimos años.De los iniciáticos encuentros en el circo Price a los macroconciertos actuales, la evolución es evidente y significativa. El rock, como tantas otras cosas, ha ido adquiriendo carta de ciudadanía en nuestro país. Ya no es un ritual para expertos. A sus grandes conciertos asiste toda clase de gentes, y no resulta dificil darse de bruces con honorables representantes de la política, la economía o la cultura. Sin duda, su vigoroso carácter participativo, la necesidad de que el espectador se integre y colabore con el espectáculo le distancian de los modos tradicionales en los que la barrera entre escenario y público resulta insalvable. Los bailes, gritos y acompañamientos de palmas resultan tan necesarios como la cerveza, los pantalones vaqueros y los buenos instrumentistas.
Por poco que se ahonde en el recuerdo surgirán los dos conciertos de los Rolling Stones en el estadio Vicente Calderón, de Madrid, como algunas de las manifestaciones musicales de mayor impacto de cuantas se recuerdan desde que se inició la transición democrática. Fue, probablemente, una gran fiesta espontánea y popular de un país que recobraba su identidad. Police, Dire Straits, Miguel Ríos, Rod Stewart, Orquesta Mondragón, Stevie Wonder, Bob Dylan, Roxy Music, Lou Reed y un amplísimo etcétera se sucedieron con constancia y belleza en Madrid, Barcelona y otros escenarios españoles. En ocasiones, las menos, surgieron pequeños incidentes motivados casi siempre por un exceso de celo de los servicios privados de orden o por la precariedad de los locales seleccionados, pero fue mucho mayor el gozo que las sombras. Los grandes grupos de rock, por su parte, hace tiempo que entraron en una dinámica de grandes inversiones. Valga el dato de que los conciertos de Queen suponen trabajo continuado para 110 personas del staff del grupo. Son miles de personas las que acudirán a sus espectáculos, y muchos millones los que están en danza. Quizá por todo ello sea cada vez más necesario el pensar en auditorios apropiados. Ayuntamientos, comunidades autónomas y el Ministerio de Cultura deberían demostrar en la práctica su aceptación de un hecho evidente: que el rock, como los toros o el fútbol, se ha incorporado plenamente a los hábitos sociales de nuestro país, y que ello conlleva lacreación de una infraestructura de locales, desde los modéstos hasta los más grandes, acorde con el tiempo que vivimos. No basta sólo con que se programe anualmente una serie de conciertos, coincidentes con las fiestas patronales; se trata de facilitar a un importante núcleo social aquello que le resulta imprescindible para desarrollar su labor y poder así alcanzar un profesionalísmo en un medio artístico de feroz competencia grandes inversiones y una notable demanda popular.
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