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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Hace 50 años

No mucho antes de la sublevación militar de julio de 1936, mi padre, José Villoslada i Sabaté, como abogado y presidente del partido de Unión Republicana en la capital granadina, había alquilado un edificio en la calle de Varela, número 6, para sede de su partido. Me acuerdo con claridad de la efigie de la República pintada en un gran cuadro y representada por una bella mujer tocada con un gorro frigio... También recuerdo el salón de actos, la biblioteca y la sala de recreo con sus juegos de dominó y ajedrez y las mesas de billar. La casa tenía un amplio patio tipo andaluz con un pilar adosado a una pared de alto zócalo de mosaicos rojos y blancos, al igual que el suelo.Coincidía el local republicano con un convento de monjas separado por la estrecha calle de Varela. Dada la tirantez política de entonces las monjitas estaban asustadas de tener tan próxima vecindad con un partido republicano del Frente Popular, aunque en su extremo más moderado. Pronto fueron calmadas por mi padre (ateo y masón, aunque presidía su despacho particular Santa Teresa de Jesús, como persona inteligente ... ) de que no tuvieran ningún temor si oían algún grito de ¡Viva la República! o algo parecido; como ellos no se sentirían molestos por el susurro de sus rezos o los no tan quedos cantos religiosos que a veces llegaban en el caluroso verano a través de las ventanas y balcones abiertos. No hubo problema algúno. Tras la sublevación y la inmediata detención de mi padre (fue al Gobierno Civil alarmado por la clase de gente que se había lanzado a la calle vitoreando a la República ... ), mi madre y yo fuimos a la calle de Varela con unos cestos con frutas y verduras. Debido al poco tiempo que hacía que había sido inaugurado el local aún no habían sido detectados. Debajo de aquellos alimentos ocultamos las fichas de los militantes republicanos. Eran muchas por ser el partido que contaba con mayor número de afiliados en la capital (no en la provincia); al menos era eso lo que decía mi padre a don Diego Martínez Barrio en una carta de la que conservo copia.

Tuvimos que proceder, ¡paradojas de la vida!, como si los que estuviéramos fuera de la legalidad fuésemos nosotros. Las fichas las quemamos deprisa (éramos sometidos a registros), como habíamos hecho antes con libros políticos, etcétera. Creo que esta prudente y arriesgada medida -tuvimos que atravesar un largo trayecto con las manos en alto- sirvió para mitigar algo el aluvión de sangre, dolor y crímenes (miles) que asoló a la ciudad de la Alhambra, sometidos gran parte muy cerca de ella.

Opino que también es conveniente explicar las "pequeñas historias", muchas veces trágicas, y lo anecdótico. Lo otro, lo grande y oficial, no ha dejado de serlo en tan largo recorrido, sobre todo, en los últimos 10 años de democracia-

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