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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La boda

EL PRÓXIMO día 23 se casan en Londres el príncipe Andrés de Inglaterra y la señorita Sarah Ferguson. La ceremonia, retransmitida por televisión a buena parte de los países del mundo, en directo o diferido, tendrá su proyección en toda la prensa del corazón. La muerte y elección de los Papas, las bodas reales y las ceremonias de inauguración de los juegos olímpicos se han convertido, desde el descubrimiento y comercialización de los receptores de televisión, en los espectáculos preferidos. No importa tanto el significado como el significante. Lo que se ve con interés y expectación es un elocuente ritual en el que la tecnología sirve de apoyo para unas escenografías casi repetibles. Los siglos de historia, el boato y, en ocasiones, la megalomanía se dan cita cíclicamente para gozo de creyentes y descreídos.Lo que el espectador contempla con delectación es un ceremonial que opera, fundamentalmente, por su capacidad de fascinación y una puesta en escena legitimada en sí misma. El atletismo, el fútbol o los macroconciertos de rock tienden a despertar la solidaridad y participación de quienes los contemplan de un modo más espontáneo. Una boda principesca o una elección papal luchan, sin embargo, contra el distanciamiento basándose en el alarde y la magnificencia, en la reconstrucción de ceremonias con sello histórico y en el énfasis de excepcionalidad. En tales casos no está en juego el honor patrio ni el deportivo: sólo la representación de un mundo identificado con la magnificencia del pasado y que se reencuentra hoy en la categoría de espectáculo televisado. La boda será, en efecto, grande por su fasto y su dispendio, pero ante todo por la descomunal cifra de participantes mundiales que, convidados por medio de la televisión, asistiremos a ella.

Con motivo de las nupcias ha brotado de nuevo una pléyade de mercaderes que comercializarán camisetas, carteles, gorras, ceniceros, trajes de novia y toda la parafernalia del souvenir. Contemplados como efectos del acontecimiento central, no parecen sino sus adherencias, pero no es exclusivamente esto. Lo que a primera vista parece un mero oportunismo mercantil se dobla gracias a su función de participación simbólica. La venta de estas mercancías es un negocio, pero su adquisición es notablemente un ritual, a medio camino entre la comunión religiosa -a través de estampas, medallas y reliquias- y el sueño mundano de sentirse incorporados, por una u otra metonimia, al suceso. El desarrollo, a la vez del merchandising en distintas clases de evento, desde una exposición a un concierto, desde un aniversario a la llegada del Halley, ha cubierto la actualidad con el estilo sensual de los mass media de comunicación. En realidad, esta boda será doblemente espectacular porque por anticipado está incluida en el concepto del espectáculo para las masas. Radiada, grabada, filmada, reproducida por cientos de miles y millones de copias en las pantallas y los gadgets, su ambición es ser consumida por el mayor número de gentes, y su desafío, lograrlo con una cifra superior al del espectáculo similar anterior. Llegado a este punto, el proyecto y su producción es del orden del proyecto y montaje de una dramatización escénica dirigida al mercado del entretenimiento. Tampoco en el caso de la boda faltará la presencia de la inversión publicitaria ni el juicio de los críticos sobre la categoría de los decorados, los vestuarios o el atrezzo. Todo ello sin olvidar la iluminación y la música, los efectos especiales complementarios y, desde luego, el comportamiento de los actores.

Los medios de comunicación de masas, y en especial la televisión, han homologado el distinto carácter de los sucesos para traducirlos en materia de espectáculo. Una vez ahí, quedan establecidas las bases para el comercio. En consecuencia, todo acontecimiento cuenta hoy con la potencialidad de un mercado, donde prácticamente cualquier cosa puede comprarse o venderse, incluso el cariño verdadero.

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