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Un gueto de Jerusalén se alza contra la pornografía y la violación del descanso sabático

JAVIER VALENZUELA El pasado shabat (día sagrado para los judíos) volvieron a la carga, esta vez en Petah Tikva, al lado de Tel Aviv. Unos 300 extremistas religiosos, dirigidos por el rabino Baruch Salomon, se concentraron en la sinagoga y desde allí marcharon indignados a cerrar el cine Heichal, que profanaba el absoluto reposo sabático que prescribe la ley judía. Como en ocasiones anteriores en que los ultraortodoxos se han manifestado contra anuncios que consideraban pornográficos, la policía tuvo que ponerse seria. Desde hace unas semanas, Israel vive la revuelta de los haredim, los piadosos entre los piadosos. Para entenderla hay que visitar su santuario, el barrio de Mea Shearim, en Jerusalén.

Mea Shearim es un gueto centroeuropeo del siglo XIX en el corazón de Oriente Próximo. Con una particularidad, ha sido construido por judíos para aislarse de sus correligionarios laicos o religiosamente templados. Situado cerca de la vieja ciudad amurallada de Jerusalén, en Mea Shearim los únicos letreros y carteles que no están escritos en yiddish o hebreo son los que advierten en inglés a los visitantes que "las mujeres deben vestir con trajes modestos conforme a la Torah. No deben usarse minifaldas ni pantalones cortos. Los hombros deben estar cubiertos". O también: "Ésta es un área residencial, no un lugar turístico".Ambos avisos son necesarios El primero porque en muchas ocasiones los vecinos reaccionan a pedradas ante mujeres cuya actitud indumentaria consideran provocativa. El segundo porque la tentación de sacar la cámara fotográfica o el tomavistas ante tal anacronismo es prácticamente irresistible.

Cinco de la tarde de un día de julio. Mea Shearim es un paisaje de ropa tendida en viviendas modestas de una o dos alturas. Hay un montón de niños. Los varones visten pantalones largos, camisas abotonadas en mangas y cuellos y solideos judíos sobre las coronillas. Dos guedejas, a veces trenzas, les cuelgan a ambos lados de las orejas. Las chicas llevan trajecitos a cuadros, largos y bien forrados, y sobre las piernas medias oscuras de lana. La temperatura es de treinta y tantos grados a la sombra.

Luto por Israel

Sus mayores lucen, si son hombres, sombreros de ala ancha, levitones o caftames y pantalones, todo en negro. Están de luto por la suerte de Israel, que para muchos de ellos no cambiará hasta el advenimiento mesiánico, "diga lo que diga el Estado sionista". Todos tienen hirsutas barbas de varios años; muchos, trenzas. En cambio, las mujeres no hacen sino desarrollar el modelo infantil, con el añadido de una recatada toquilla en la cabeza. Son como esos retratos de las puritanas norteamericanas de la época de la colonización.

En esta sofocante tarde, los niños de Mea Shearim miran como si fuera un marciano al tipo con vaqueros y camisa de manga corta que se ha detenido ante la biblioteca B'nai B'rith, "erigida en 1903 gracias a las donaciones de Joseph Chasanowich. Renovada en 1978 por el Consejo Rabínico de América". Son muy seriecitos los chavales y casi ninguno responde a las sonrisas. Abunda el modelo rubio y de ojos claros y es universal la palidez del rostro. En un país donde te bronceas en el camino entre tu casa y el autobús, esa blancura tiene mucho mérito.

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Mea Shearim significa en hebreo "cien puertas". Al parecer, fue construido en la segunda mitad del siglo XIX por judíos húngaros, a los que pronto se sumaron polacos, ucranianos y lituanos. Hoy el barrio alberga a varios miles de personas, la mayor concentración de judíos piadosos de Israel, los haredim, los puros entre los puros.

Hay muchas escaleras en las estrechas calles del lugar. Si la vía pública no es en sí una escalera, los habitantes se la ponen a sus viviendas, de gruesos bloques de piedra vista con tejas rojas. Desde arriba se divisan cientos de depósitos cilíndricos para el agua y muy pocas antenas de televisión. Tampoco abundan los árboles, y los pocos pinos, cipreses y acacias sirven para que a su sombra los rabinos que se han cruzado por casualidad disputen arduamente un pasaje de tal o cual libro sagrado.

Lo que los laicos de Israel llaman la "rebelión de los zelotas" comenzó a primeros del pasado junio, cuando numerosos grupos de vecinos de Mea Shearini atacaron autobuses que llevaban anuncios considerados "obscenos y satánicos"; es decir, con chicas ligeras de ropa.

Pronto los ultraortodoxos de Petali Tikva, localidad próxima a Tel Aviv, se sumaron a la campaña y llenaron de pintadas la alcaldía, ostentada por un laico. A estos últimos les molesta particularmente que los cines abran el viernes por la noche. El shabat empieza el viernes al caer el sol, ahora hacia las 19.30, hora israelí, y dura un día completo.

Un grupo denominado Comité Contra la Violencia de los Zelotas contraatacó en Jerusalén con el frustrado intento de quemar una sinagoga de los integristas. Entonces el presidente de Israel, Haini Herzog, lanzó un grito de alarma: "Hemos llegado a un punto dramático, crucial", y el Consejo de Ministros celebró una reunión especial para estudiar el asunto. Nada se resolvió.

Ha habido detenciones en uno y otro bando, pero con guante de seda. Todos saben en Israel que los líderes de los religiosos son los rabinos Moisés Hirsh y Baruch Salomon, y que los activistas laicos están dirigidos por un joven llamado Fritzi, pero meterlos en cintura sería arrojar leña al fuego. Sólo el alcalde de Jerusalén, el laborista Teddy Kollek, expresa en voz alta su indignación por los disturbios causados por los ultraortodoxos. "Se trata de una rebelión civil, que hay que aplastar como en cualquier otro país moderno", dice.

Un problema moral

No es tan fácil. Ya Ben Gurion, padre del actual Estado de Israel, cuando alguien le comentó que muchos de los haredim eran antisionistas, respondió:- "No podemos golpearlos porque se parezcan a nuestros padres". El probleina es una vez más moral, y, como siempre, los judíos le dan vueltas y revueltas.

Una abogada que lucha contra la actitud, en su opinión "descaradamente machista", de los tribunales rabínicos en los procesos de divorcio, admite que la total secularización plantea serios problemas a la existencia misma del Estado de Israel. "La religión", dice, "ha sido el elemento que ha mantenido unido al pueblo judío a lo largo de 2.000 años de diáspora y persecuciones. Incluso la mayoría laica de los ciudadanos del moderno Estado de Israel reconocemos que no se puede separar la religión de nuestra cultura. Nos encontramos ante un dilema: si renunciamos por completo a la religión como cemento de unión de nuestro pueblo, ¿qué nos queda? A los que vivimos en Israel, una nacionalidad, como ustedes los españoles. Pero ¿qué ocurre con los que viven fuera, no hablan hebreo y no son piadosos?".

La respuesta a esta pregunta suele ser siempre la misma: "Un pasado común, una historia de sufrimientos, el holocausto".

Frente al Petit Musée de Rabbi Saidian, en Mea Shearim, hay otra respuesta a la cuestión. Entre un montón de carteles en yiddish y hebreo, uno en inglés dice: "Los sionistas no son judíos; solo racistas". Por eso en su actual revuelta los haredim pintan cruces gamadas en las sedes de la compañía de publicidad Poster Media y del Banco Hapoalim, entidades que consideran pecadoras y sionistas; o sea, en su opinión, racistas.

Advertencia a los turistas

J. V. Unos días antes de la visita a Mea Shearim, en Tel Aviv, el conserje del hotel entrega al extranjero un ejemplar de Hello Israel, la guía semanal de hoteles, restaurantes, espectáculos,, compras y visitas turísticas. El. editorial de este número lo firma A. N. Alyst y se titula Tensiones religiosas. Así arranca el texto: "Líderes moderados de todo el espectro judío han condenado la irresponsable conducta de una pequeña minoría. de fanáticos que desafían la ley en nombre de la ideología religiosa".

El editorialista explica que cuando Israel fue fundado, en 1948, se llegó al acuerdo de que la mayoría no observante conservaría la mayor libertad posible, núentras que la minoría religíosa obtuvo que el sábado fuera el día oficial de descanso, sin funcionar el transporte público y con comidas kosher en todas partes. Los asuntos de matrimonio y divorcio fueron atribuidos a tribunales rabínicos.

Pero -prosigue informando el editorialista- los judíos más religiosos nunca se han contentado con el acuerdo, y en los barrios que controlan, sobre todo en Jerusalén, se empeñan en prohibir el tráfico rodado en shabat. (Un periodista judío de la ciudad tres veces santa cuenta que el día del Yon Kipur de 1973, cuando Israel acababa de ser atacada por sorpresa por Siria y Egipto, fue apedreado en Mea Shearim. cuando intentaba alcanzar en coche su unidad de reservistas.)

Problema especial

N. Alyst remata: "Un problema especial es el planteado por la ideología de la ultraortodoxa comunidad Hareidim, algunos de cuyos miembros creen que el movimiento sionista para construir un hogar judío en Tierra Santa por medios políticos, económicos y militares significa un desafío al mandato divino de esperar a que el Mesías les guíe en su vuelta a la tierra prometida".

El asunto parece de difícil solución, porque, dice el periodista lapidado en Yon Kipur, es imposible tender un puente entre los que organizan toda su existencia conforme a libros sagrados escritos hace miles de años y los que quieren vivir a la última moda de Nueva York".

Hello Israel no es evidentemente una autoridad, pero la inclusión del problema en sus páginas significa que Israel ya no puede ocultarlo ni a sus visitantes más despistados.

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