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Reportaje:

Una sucia historia de servicios secretos en Israel

No a todos gusta que los espías maten a sus prisioneros y mientan a los jueces

Esta es una historia de espías, y como todas ellas, complicada y agujereada como un colador. Si hoy sabemos algo del asunto Shin Bet es por la tenacidad de la Prensa y la Judicatura israelíes, empeñadas en defender principios como el de que no se puede matar a los prisioneros y tampoco mentir ante las comisiones de investigación. Pero los más numerosos partidarios de que la principal razón de Estado es la seguridad no cesan de arrojar tierra sobre el escándalo. A finales de esta semana todo parece indicar que alguien, el poder ejecutivo o el judicial, seguirá removiendo el caso. Israel vive su segunda grave crisis moral desde su fundación, en 1948. La primera fue la provocada por la guerra de Líbano.

Sabemos hoy que dos palestinos acusados de terrorismo murieron a palos y también que, con bastante probabilidad, fueron los hombres del Shin Bet los que los mataron. Sabemos que ese servicio secreto israelí, el equivalente en asuntos interiores al Mossad, intentó durante meses eludir su responsabilidad, aun a costa de que resultara mancillado el nombre de un alto oficial del Ejército regular. Sabemos que los políticos, los nacionalistas y populistas del Likud, y en menor medida los laboristas, obstaculizaron el conocimiento público del caso. Sabemos que éste es un gran embrollo que huele mal.No son muchos los israelíes que piden luz sobre el asunto Shin Bet. La mayoría -la chica desenvuelta que sirve en una terraza de la avenida de Dizengoff, en Tel Aviv, el taxista socarrón que lleva a Jerusalén, el piadoso funcionario que acude el viernes al Muro de las Lamentaciones- opina que el pellejo de los palestinos, "terroristas sorprendidos en acción", no merece este alboroto. Menos cuando se trata de poner en evidencia el funcionamiento de los servicios secretos, integrados, en palabras del actual primer ministro, el laborista Simón Peres, "por ciudadanos anónimos que se juegan la vida mientras nosotros estamos en los night-clubs o en las bolsas de comercio".

Pero esa minoría dice que si no se lleva adelante este caso Israel habrá perdido su razón de ser. "Hoy se empieza con los palestinos, mañana se sigue con los izquierdistas y al final con todo aquel que los espías consideran un peligro para el Estado. No vinimos aquí para eso". Lo dice un escritor judío que se instaló en Jerusalén huyendo de la represión militar en su tierra natal, Argentina. El escritor, pese a todo, está orgulloso de Israel. "Mire, éste es un país que ha vivido cinco guerras en menos de 40 años, que es el objetivo permanente de la guerrilla palestina, y en estas circunstancias aún se permite el lujo de una polémica fenomenal sobre su sistema de espionaje interior".

Sin la Prensa no hubiera habido asunto Shin Bet. Sin aquella fotografía que mostraba a los dos palestinos vivos y coleando en manos de los comandos antiterroristas, el país no hubiera sabido nada. Pero en la noche del 13 de abril de 1984 los periodistas estaban donde les correspondía, en el lugar de los hechos.

Esa noche, cuatro palestinos armados se adueñaron de un autobús de línea que recorría las calles de Askelon, al sur de Tel Aviv. El vehículo y sus 45 pasajeros fueron trasladados a Dir el Bealah, a 30 kilómetros de distancia, en el territorio ocupado de Gaza. Ahora nadie recuerda los nombres de los palestinos, el grupo al que pertenecían ni sus reivindicaciones. En la sociedad israelí, y en ello están de acuerdo partidarios y enemigos de la investigación del asunto, son tan sólo terroristas.

La respuesta fue expeditiva: nueve horas después del secuestro, comandos israelíes asaltaron el autobús. En la fulminante refriega murieron dos de los secuestradores y una viajera, una muchacha judía que hacía su servicio militar. Otros dos palestinos fueron capturados.

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El problema estuvo en que frente al escenario del rescate estaban apostados dos reporteros. Uno de ellos tomó la instantánea de los dos detenidos cuando eran sacados del autobús en aparente buen estado. Por eso sorprendió que el comunicado oficial sobre el suceso del portavoz militar del Gobierno afirmara que los cuatro terroristas habían perecido durante el combate.

Empezó a rodar la bola. La foto no fue publicada, de hecho fue censurada, pero todo el mundo supo que los custodios de los dos prisioneros eran paracaidistas a las órdenes directas del entonces brigadier mayor Isaac Mordejai. Durante un año, Mordejai estuvo en la picota, paralizado su ascenso a general y sometido a dos comisiones de investigación militar. Según el corresponsal militar del diario Yediot Ahronot, Ron Ben Ishai, Mordejai declaró ante dichas comisiones que, después de interrogarles en persona acerca de si había explosivos en el autobús recién liberado, entregó indemnes a los dos prisioneros a agentes del Shin Bet que "también estaban sobre el terreno". El Shin Bet replicó que cuando los recibió ya agonizaban.

Las comisiones investigadoras determinaron que los dos presos habían muerto a causa de los golpes recibidos tras su detención, absolvieron al brigader mayor Mordejai de toda culpa y dejaron sin respuesta la cuestión central de quién había maltratado a los palestinos. A la Prensa no le satisfizo el resultado. Las fuerzas armadas y Mordejai seguían siendo los sospechosos número uno.

La crisis del Shin Bet

Entonces se produjo la crisis en el seno del Shin Bet y el telón volvió a alzarse. El Shin Bet son las siglas de Sherut Bitajon Klali, esto es, Servicio de Seguridad General, una organización ultrasecreta formada por voluntarios civiles dedicada al espionaje dentro de Israel y los territorios ocupados. El servicio no depende de la policía ni del Ejército, sino directamente del primer ministro.Pues bien, hace unos ocho meses, el primer ministro, que ya era por entonces el laborista Simón Peres, recibió una visita del número dos del Shin Bet y otros agentes. Acababan de ser destituidos por su jefe, Abraham Shalom, y, según la Prensa israelí, le contaron que fue ese servicio el que se manchó las manos de sangre en abril de 1984. También le informaron que ante las comisiones que habían investigado a Issac Mordejai, el Shin Bet había hecho todo lo posible por distorsionar los hechos y centrar las sospechas en el oficial. En aquel momento, el nombre del jefe del Shin Bet no era, por supuesto, conocido.

Lo cierto es que Peres, según propia confesión, no prestó excesiva atención a las acusaciones y pensó que se trataba de una rabieta de los agentes cesados por Abraham Shalom. Así que éstos fueron con la historia al asesor jurídico del Gobierno, una importante figura del esquema constitucional israelí, que representa una suerte de fiscal del poder judicial en el seno del Ejecutivo.

Isaac Zamir, un jurista nada sospechoso de radicalismo, quedó estupefacto; dirigió al Gobierno una carta pidiendo una investigación policial del caso y declaró: "Éste es el problema constitucional más grave que ha abordado un asesor jurídico del Gobierno en toda la historia de Israel".

De nuevo la pelota estaba en el área de los políticos. El actual Gobierno israelí es una coalición basada esencialmente en los laboristas y el Likud, dado que uno de los partidos consiguió una mayoría holgada en las elecciones de julio de 1984. Ahora el primer ministro es el laborista Peres, y el de Asuntos Exteriores, Isaac Shamir, el responsable supremo del Shin Bet en la fecha de autos. Ambos deben intercambiar sus puestos el próximo otoño, pero este escándalo arroja sombras sobre ese relevo.

Desde el primer momento, el Gobierno, como un solo hombre, se opuso a la investigación policial solicitada por su asesor jurídico. Shamir y el Likud insistieron e insisten en que eso obligaría a descubrir los secretos del Shin Bet, "justo lo que necesitan los enemigos de Israel". Los laboristas opinaban y opinan más o menos lo mismo, aunque algunos maliciosos añaden en voz baja que "una investigación, al fin y al cabo, terminaría afectando al propio Shamir".

Peres, mientras tanto, navegaba y navega entre dos aguas. Comprende la gravedad de ocultar la historia, pero tampoco quiere perder popularidad ante un electorado que entiende ante todo el argumento emocional de que los servicios secretos van a quedar expuestos.

Sigue la bola

En junio, el Gobierno tomó una salida tangencial. Sustituyó al asesor jurídico Zamir, tan empeñado en investigar, por otro jurista, que en cuanto estudió el asunto dio la razón a su antecesor. En paralelo, el jefe del Shin Bet, Abraham Shalom, y otros tres agentes presuntos implicados en el caso dimitieron ante el primer ministro y pidieron un indulto al presidente del Estado, Jaime Herzog. Les fue concedido.El enredo en estos primeros días de julio es monumental. Los hombres del Shin Bet han sido perdonados antes de ser incluso acusados, procesados, juzgados y condenados. En su petición de clemencia al presidente, el ya ex jefe de los espías, Abraham Shalom, manifestó que en el asunto de los dos palestinos muertos a palos actuó con "la autorización y conocimiento" de sus superiores, lo que señala a Shamir. Aún más, admitió que en su actuación y en la de sus hombres hay indicios de criminalidad.

La Corte Suprema de Israel ha decidido tomar las riendas del asunto. Ha pedido explicaciones a los espías de por qué pidieron perdón y al Gobierno acerca de por qué no ha investigado aún. En ese punto estaba el caso esta semana, pero en Israel todo el mundo tiene la convicción de que, de uno u otro modo, seguirá adelante.

Se han producido heridas muy raves. Se ha sugerido que Isaac Shamir había ordenado que no se hicieran prisioneros cuando terroristas palestinos tomaran rehenes israelíes. La gente se pregunta sobre el significado de la frase del ex jefe del Shin Bet acerca de que actuó "con autorización y conocimiento". Shamir ha declarado esta semana al periódico-Hadashot que no había orden- escrita acerca de liquidar a los prisioneros. "Sólo se conversó un poco sobre el terna", dijo.

Y ha añadido que él no sabía nada del asunto Shin Bet hasta que hace ocho meses Peres le informó de la visita de los agentes en rebelión. Un abogado de Tel Aviv reflexiona al respecto: "Él era el primer ministro en abril de 1984. Si se enteró de lo que pasaba es un presunto criminal. Si no se enteró, un inútil".

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