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Silvia Escobar

Directora adjunta de la Oficina de Derechos Humanos

El prestigio y los afectos mueven a Silvia Escobar, directora adjunta de la Oficina de Derechos Humanos de Asuntos Exteriores. Esas dos pasiones, la ambición profesional y el deseo de que el amor no le dé la espalda -ni siquiera de manera transitoria-, alimentan y vampirizan sus energías. En esta mujer de 42 años, cofundadora y primera presidenta de la sección española de Amnistía Internacional, la vida es continua comunicación verbal, una mezcla asumida de afán de destacar y amor al compromiso ético.

Sentada cómodamente en la cuarentena y dueña de un importante capital político en el terreno de los derechos humanos, Silvia Escobar reúne en su casa un generoso arsenal fotográfico, casi una exposición doméstica de los últimos 10 años de este país. Enmarcadas encima de la consola o nadando sobre las paredes, aparecen fotografías del presidente del Gobierno y los principales visires socialistas, personajes nacionales ligados a la cultura y extranjeros como Sean McBride, premio Nobel de la Paz. Rostros, en fin, que constituyen un buen bagaje sentimental y político.Educada en el Liceo Francés y lectora juvenil de Sartre, Silvia Escobar estuvo cerca del partido comunista en sus años universitarios. "Tenía entonces una punta afrancesada, un aire elitista que a veces me criticaban los radicales, porque yo me vestía como si fuera de derechas, aunque fuera de izquierdas... Pero, gracias a que yo siempre quedaba en cafeterías elegantes para conspirar, nunca nos cogieron", rememora, redicha y segura. En esa época se casó con un aristócrata de veleidades izquierdistas, con el que tuvo una hija que ya le ha hecho abuela. Después se divorció, marchó a Londres y entró en contacto con Amnistía Internacional.

Durante la transición democrática, Silvia Escobar fue la cara conocida de Amnistía Internacional en España. Estos años duros, pero indiscutiblemente dorados, construyeron el personaje público de Silvia Escobar. En ese periodo, ella vivía una ambigüedad personal y profesional absolutamente acorde con el derrumbe del viejo régimen y la eclosión del nuevo. Por las mañanas era una oscura funcionaria del Banco Urquijo que empezaba a salirse del tiesto con su ya incipiente fama y su impúdica afición al teléfono. Por las noches, su vida se centraba en la política.

En 1982, tras haber pasado por Amnistía Internacional y Cruz Roja, Silvia Escobar aceptó la dirección adjunta de la Oficina de Derechos Humanos del Ministerio de Asuntos Exteriores. "Tan necesaria es la actitud de denuncia de las organizaciones no gubernamentales como el trabajo constructivo de defender los derechos humanos en foros internacionales", señala. El pasado mes de marzo formó parte de la delegación española que participó en la Comisión de Derechos Humanos que se celebró en Ginebra. "Existe el riesgo del doble lenguaje", admite, "entre la defensa a ultranza de los derechos humanos en los foros internacionales y la situación interior, donde yo no creo que haya falta de sensibilidad en este tenia, pero desearía que fuera algo prioritario".

Suele ir por el mundo rodeada de papeles y carpetas. Vitalista, casi avasalladora en ocasiones, Escobar es de esas personas que a menudo no saben o no quieren encontrar el punto final de una conversación. Segura de sí, pero a la vez dependiente del aprecio ajeno, recuerda en ocasiones a un carro de combate fabricado con material extremadamente frágil. Se trata, en todo caso, de una fragilidad relativa: a ella le frenan más los acontecimientos externos que su propia voluntad.

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