Ahora o después
De los 105 por 65 a los 28 por 16. De la hierba al parqué noruego. De los 22 a los 10. De los mariachis a las bandurrias. Con los oídos sin recuperar de tanta promesa electoral y los ojos todavía con colirio por la proliferación exhaustiva de partidos de fútbol, con el personal ultimando la declaración de renta y percatándose de que este año también tienen que pagar, casi de puntillas, llega el Mundial de baloncesto.Un baloncesto que hace sólo seis años iba llamando a las puertas de todo el mundo para pedir ayuda y que ahora se ha convertido en el pariente rico del todopoderoso balompié.
En esta media docena de años se han logrado muchas cosas. La clase dirigente ha conseguido dotar a la competición de una espectacularidad acorde con las exigencias del público. La calidad y cantidad de jugadores va en aumento. Se ha contado con el apoyo de instituciones que hace poco no habrían vuelto ni la cara ni el dinero hacia el baloncesto. Y, sobre todo, se ha conseguido una serie de éxitos por parte de clubes y selección nacional, que han catapultado al baloncesto al primer plano de la actualidad.
En esta proyección casi geométrica del deporte de la canasta -horrorosa denominación, por cierto- hemos llegado a un punto máximo. Un punto que algunos ven como un ser o no ser -La gran oportunidad, Ahora o nunca, El gran momento son titulares que pueden leerse en estos días previos al campeonato-. Opino que es un poco exagerado. España ha logrado, a base de triunfos, una posición y un peso específico dentro del baloncesto que no están en juego. No cabe duda de que el momento es propicio para lograr algo que no se había conseguido nunca. Pero ni se acaban las competiciones ni el desarrollo del baloncesto en España está condicionado básicamente por el resultado que se obtenga en este campeonato. Un éxito, como todos, beneficiaría y contribuiría a proseguir esta expansión que vivimos, pero su no consecución no debe suponer más que una simple desilusión.
Teniendo esto en cuenta, la primera lectura de este Mundial, en cuanto a posibilidades deportivas, es claramente optimista. España cuenta con un buen equipo, juega en su terreno, los árbitros, si no la van a favorecer, tampoco la van a perjudicar, y el sorteo ha sido mejor que si lo hubiesen dirigido. No hay que hacer ninguna hazaña para llegar a la semifinal, que ya supondría igualar la mejor clasificación de la historia.
Ahora bien, un campeonato mundial es muy largo. Se juegan muchos partidos y estás expuesto a una serie de imprevistos -lesiones, un mal día propio, el día tonto del contrario- que suelen producirse con frecuencia y que pueden dar por tierra con todo lo planeado. Un error, y sin darte cuenta estás jugando por el quinto puesto. Casi nada.
El optimismo está justificado, pero sin euforias, que el deporte es muy traicionero y cuando menos lo esperas, Pfaff.
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