España contra sus carencias
La inferioridad del equipo de Antonio Díaz Miguel en los rebotes es una realidad palpable: en los resúmenes estadísticos de cada partido (salvo, se supone, contra los diminutos coreanos) se va a observar que los españoles recuperaron hasta una docena de rechaces menos que sus rivales.El famoso concepto de posesión de balón, que tanto restriega Díaz Miguel a sus interlocutores, se reduce a esto: si un equipo pesca una docena de rebotes menos que el rival, otras tantas ocasiones más de lograr canasta tendrá éste. Suponiendo que los dos equipos tengan porcentajes semejantes de acierto en el tiro, el otro acabará siempre venciendo a España. No hay más solución que anular esa desventaja de alguna de estas dos maneras: obligando al rival a quedarse en un porcentaje de tiro mucho más bajo que el propio -no mucho más de un 40%- o robándole un buen puñado de balones de las manos. Una defensa agresiva es, pues, la respuesta española a su inferioridad reboteadora.
Las características de los actuales jugadores españoles, más que su relativa falta de estatura, explican sus carencias reboteadoras. No es imprescindible medir 2,20 metros ni saltar como un gamo para ser. un gran reboteador. Más importante aún que el propio salto es hacerse sitio horizontalmente, hacer el vacío en torno a uno a base de codos, rodillas y trasero para que el rival no pueda acercarse. Durante 10 años, Wes Unseld, con sus dos metros escasos -y, eso sí, sus 120 kilos-, dominó el rebote en la liga profesional americana. Hoy, Larry Bird, que ni salta ni es muy alto, hace lo mismo. La feroz voluntad de enganchar el balón, la constancia en el esfuerzo, son finalmente los atributos del gran reboteador. En España, salvo el joven estudiantil Pedro Rodríguez -algo escaso de clase para acceder al equipo nacional-, no hay hombres así. Ni siquiera Fernando Martín, al que le falta un ingrediente: regularidad. Ahora que está al borde de despedirse de la selección quizá dé el do de pecho bajo los aros. Díaz Miguel se sentiría aliviadísimo.
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