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LAS VENTAS

Precavida está la fiesta

La empresa de Las Ventas tenía miedo (le la final del Mundial de fútbol y para la tarde del domingo, en la que estaba obligada a dar toros, le montó a su clientela cualquier cosa. Naturalmente, le falló la clientela. Pero no por la final, sino por el cartel. Con ese cartel la gente no va a los toros, aunque prohiban el fútbol por decreto; ni aunque vaya a buscarla a casa la Guardia Civil. Las empresas taurinas son precavidas, y como mandan en el cotarro, la fiesta también lo es.Entre las empresas taurinas, la de Las Ventas goza fama de principal, y resulta que tampoco se entera. El día del partido España-Brasil, aunque coincidía con la hora de la corrida, tenía la plaza llena. A la clientela de Las Ventas le importa poco que haya espectáculos coincidentes con el de su predilección. Le importa, sin embargo, que la corrida tenga interés en su planeamiento.

Garcigrande / Buquerín, Dominguín, Silvera

Cinco novillos de Garcigrande, bien presentados, con casta, mansos; sexto, de "Jose y Juan", grande y manso. Juan Buquerín: dos pinchazos, otro saliendo perseguido y empitonado, y estocada (silencio); bajonazo (protestas y palmas cuando saluda). Domingo Dominguín: dos pinchazos, otro saliendo volteado, cinco pinchazos más -aviso- otros tres pinchazos y pinchazo hondo (silencio); pinchazo perdiendo la muleta, estocada atravesada que asoma, cuatro pinchazos -aviso- y cuatro descabellos (protestas cuando intenta saludar). Emilio Silvera:. dos pinchazos y media estocada baja (silencio); pinchazo, media atravesada baja y tres descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas. 29 de junio.

La de ayer no tenía ninguno. Ni siquiera los empresarios estaban en la plaza. Seguramente preferían ver la final. Va a resultar que los empresarios de Las Ventas organizan la temporada según sus gustos y aficiones -y sus, veraneos, que también hay de eso- y los elevan a categoría universal. En cambio, quien estaba en la plaza era José Luis García Alonso, consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid, responsable del coso, dando ejemplo de sacrificio. Pues había que tener espíritu de sacrificio, o una afición mística, para afrontar la novillada -hubiera o no fútbol mundial- con la presunción de que no se iba a ver nada.Y nada se vio, en efecto, por lo menos por la parte de la torería.

Los novilleros también estaban precavidos -sería por contagio-, y apenas aguantaban las embestidas, que no eran tremebundas, sino todo lo contrario. Hubo novillos boyantes y los hubo nobles, a pesar del geniecillo que les producía la casta. Buquerín, Dominguín y Silvera ensayaron el toreo bueno, con estricta fidelidad al más puro clasicismo, si bien lo interpretaban a ritmo de zapateado y, locos por la danza, no dejaban la zapatilla quieta.

A los toreros el valor se les supone, porque tiene un mérito indiscutible ponerse delante de un toro, y en público, vestido de seda y oro. Ahora bien, así hay muchos, miles, y en el firmamento de la fiesta, donde se disfrutan cortijos, sólo caben media docena de estrellas. Son puestos privilegiados que se ganan con el toreo bueno, es cierto, mas no bailándolo, ni suelto, ni agarrao. Los precavidos y los bailarines no tienen allí sitio.

Tampoco lo tienen los bárbaros, especie que anida en los acuartelamientos de la acorazada de picar, pero esa es otra cuestión. Los bárbaros de la acorazada de picar no aspiran a ganar un puesto en el firmamento de la fiesta; se conforman con reinar en sus cavernas, donde pueden practicar la barbarie desde la impunidad.

Asistimos ayer, una vez más, al descuartizamiento de las reses, mediante puya, desde lo alto del percherón acorazado. Atienza pulverizó al cuarto novillo y Molina al sexto, abriéndoles profundos boquetes en las carnes traseras, por donde manaba la sangre a borbotones, que hacían vomitar tanto al desprevenido turismo, como a la afición fiel. La fiesta, tan precavida, si muere, será bajo el hierro de esta legión incivil, que además de aniquilar el sentido de la lidia, la hace insoportable. Maradona no es el enemigo de la fiesta, salvo que le de por ponerse castoreño.

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