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El error

Rosa Montero

Todo empezó un buen día tontamente, cuando Martínez decidió cambiar de coche. De esta manera se gestan las desgracias, solapadamente y sin avisos. Martínez se consideraba razonablemente feliz: era un saludable sesentón, poseía una buena familia y un buen empleo. Los hijos ya se: habían casado e independizado, y Martínez se sentía rejuvenecido y entusiasta, nuevamente dueño de su vida, orgullosamente libre.Fue el orgullo lo que le perdió, sin duda alguna. Cuando insinuó que quería comprarse el mismo modelo de coche que antes tenía, un sólido y vulgar utilitario, los allegados le abrumaron con su escándalo. Los hijos, los yernos, los compadres,, los consuegros, los amigos, los vecinos. Todos le hablaron del status, del, lujo que merecía regalarse tras tantos años de trabajo, de que se concediese algún capricho. Aturullado ante tal coro, Martínez olvidó que a él no le gustaba conducir y que sus caprichos no eran ésos, y adquirió un automóvil de importación, dos millones y medio de niquelados, una tonelada de triunfo social hecho vehículo.

Desde entonces, un año ha, Martínez no ha tenido un solo instante de reposo. Circular por la ciudad es un suplicio, siempre pendiente de los mordiscos de los otros coches, de los rasgones en la sedosa chapa. Encontrar aparcamiento para un trasto tan grande es una proeza, y dejarlo sin vigilar es un suspense, porque su llamativo lujo es tentador y, ya le han robado los cromados,y el espejo retrovisor, y un tapacubos. Y luego está la obsesión por ese ruidito del motor, y el cumplir meticulosamente con todo engrase y revisión como quien obedece a un dios tirano. Cuando la nieta se meó en el tapizado fue el acabóse.

Al fin, tras muchos meses de zozobra, Martínez ha encontrado una plaza de garaje para amparar el sueño de la fiera. Está algo lejos de su casa, eso es verdad, a más de 10 minutos a buen paso, o dos estaciones de metro, en su defecto. Allí encierra Martínez a su coche y se pasa semanas sin sacarlo. Antes era un despreocupado automovilista. Ahora se ha convertido en peatón y esclavo. Así de frágil es la felicidad de los humanos.

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