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La amenaza nuclear civil y militar

El accidente en el reactor nuclear de Chernobil ha aumentado enormemente la conciencia pública de los inmensos peligros que implican todos los aspectos de la fisión nuclear. Empleo la palabra conciencia porque los hechos pertinentes son totalmente evidentes desde por lo menos mediados de la década de 1950. En Estados Unidos, las presiones del Gobierno, de la industria y de las universidades impiden a todos, excepto a tina minoría de científicos y pacifistas, decir la simple verdad. En la Unión Soviética ni siquiera hay una minoría que pueda dar su opinión sin permiso. Pero cuando un accidente nuclear ha exportado una radiación letal a países científicamente desarrollados, cuyas poblaciones no son ni patriotas soviéticos ni patriotas norteamericanos, la verdad ha tenido más publicidad de lo acostumbrado.Me gustaría repasar brevemente la historia de la amenaza nuclear, tanto en sus aspectos militares como civiles, para a continuación sacar unas conclusiones mínimas sobre el necesario papel de los pueblos del mundo para salvar a la humanidad del suicidio de la especie. Esa historia comienza con el lanzamiento de la bomba atómica en agosto de 1945 sobre dos ciudades fuertemente pobladas. Se sabía de antemano que decenas de miles de seres humanos morirían instantáneamente. Al cabo de unos meses se supo que otros tantos millares sufrirían una muerte dolorosa y prolongada y que incontables miles padecerían, en el curso de los años, diversos tipos de, enfermedades glandulares y de cáncer.

No obstante, entre 1950 y 1963, Estados Unidos y la URSS hicieron explosionar en la atmósfera numerosas bombas, atómicas primeno, y luego nucleares. En Estados Unidos, en las zonas hacia las que sopla el viento desde el área de pruebas de Nevada, murieron miles de ovejas y se dieron diversas formas de cáncer humano en porcentajes muy superiores a los registrados entre la parte de la población no expuesta a los residuos radiactivos. En la Unión Soviética, en 1957 hizo explosión un basurero nuclear en un área poco habitada de Siberia. La CIA informó del accidente y de los miles de bajas registradas poco después de producirse; los soviéticos jamás reconocieron el accidente, aunque recientemente científicos disidentes como Zhores Medvedev se han referido a él. A pesar de que ninguna de las dos superpotencias ha admitido nunca que sus experimentos militares estuvieran envenenando el aire, el agua y la cadena alimenticia, de los que depende toda la vida, no obstante, firmaron un tratado en 1963 comprometiéndose a realizar las pruebas futuras bajo tierra. Este tratado es una de los pocos indicios que tenemos de que los Gobiernos pueden todavía tomar medidas racionales para evitar su suicidio mutuo.

A partir de mediados de los años cincuenta, todos los países industriales avanzados han ernprendido la construcción de plantas de energía eléctrica movidas por combustible nuclear. Científicos dispuestos a arriesgar su situación económica han adlvertido desde el principio que es imposible tener seguridad absoluta contra los escapes de radiación y que era una irresponsabilidad hacia el futuro de la humanidad producir residuos tóxicos radiactivos con una vida media de cientos de años cuando no existe una forma conocida de deshacerse de tales residuos. En basureros subterráneos de Estados Unidos y en el lecho de los océanos hay un número cada vez mayor de barriles metálicos que contienen residuos de esta naturaleza. Nadie puede garantizar que no se produzcan escapes durante los siglos necesarios.

Cuando se produce un accidente, la política más extendida entre las autoridades tanto privadas como públicas es ocultar o minimizar los daños. El Alemania Occidental, tras el desastre de Chernobil, el centro nuclear Hamm-Uentrop mantuvo en silencio un escape radiactivo hasta verse obligado por pruebas científicas independientes a reconocer los hechos. Se sabe con seguridad que se han producido escapes no declarados de diversa importancia en numerosas centrales,de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y España. En 1979, en Three Mile Island, el Departamento de Sanidad del Estado de Pensilvania solicitó la inmediata evacuación de todas las mujeres embarazadas y de los niños, y que se les tratase con yodo potásico, a fin de reducir al mínimo el daño a la glándula tiroides. El gobernador del Estado, argumentando que era bási-

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Viene de la página 13co evitar el pánico, retrasó la evacuación dos días. Desde entonces, las autoridades del Estado han hecho todo lo que han podido, en nombre de la tranquilidad, para impedir que se hagan públicas las estadísticas que muestran un aumento del 500% en el índice de ciertos tipos de cáncer en la zona hacia la que sopla en viento desde el punto en donde se produjo el accidente.

Respecto a la amenaza militar voy a mencionar solamente un incidente reciente, pequeño, aunque dolorosamente significativo. Cuando, en febrero de 1986, parecía que el presidente Reagan veía ciertas posibilidades de Reagan a un acuerdo con la Unión Soviética para retirar de Europa todos los misiles de alcance medio, de repente florecieron las objeciones entre los aliados occidentales. El Reino Unido y Francia temían por el congelamiento de sus arsenales. Alemania Occidental no quería abandonar sus euromisiles, recientemente instalados, y Japón se quejó de trato desigual si se retiraban los misiles que apuntaban a Europa y no se retiraban los que amenazaban objetivos asiáticos. Estas reacciones fueron una gran ayuda para la campaña de los científicos militares norteamericanos, que han venido exponiendo la necesidad de cientos de pruebas nucleares subterráneas para poder desarrollar la tercera generación (rayos láser) de armas nucleares.

A pesar de que mis palabras puedan parecer pesimistas, parto de la posición de que un intelectual tiene la obligación de destacar las verdades poco agradables pero básicas, y que en cualquier crisis humana la primera necesidad es hacer frente a los hechos. Es obvio que todas las formas de fisión nuclear son per judiciales y potencialmente mortales para la ecosfera, de la que depende la supervivencia biológica. Tanto si se produce por una guerra intencionada, por una guerra accidental, por fundimiento del corazón de un reactor, por explosiones o por un fuego que queme los productos residuales radiactivos, la contaminación durante siglos del aire, el agua y, consecuentemente, la cadena alimenticia y finalmente la supervivencia humana depende dé limitar la fisión a experimentos de laboratorio estrictamente científicos. Hace falta un programa intensivo, no para desarrollar la guerra de las galaxias, sino, para desarrollar el método de obtener energía nuclear de la fusión de los átomos de hidrógeno, método que supone enormes problemas aún no resueltos de contención del calor, pero que no produce residuos radiactivos. Desgraciadamente, los intereses económicos de los Gobiernos y de las empresas privadas y los continuos hábitos de las grandes burocracias suponen que se haga todo lo posible para ocultar o minimizar la verdad cuando existen graves riesgos a la salud. El comportamiento, no sólo de las superpotencias, sino de todos aquellos Gobiernos que toman parte en la competición nuclear, coloca obstáculos continuos en el camino de cualquier desarme real. Sólo la conciencia pública y la presión política popular pueden tener la esperanza de detener las tendencias mortales esbozadas en este ensayo.

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