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La Fundación Europea

El impulso europeo de los años treinta, simbolizado por el Ebro de Benda La trahison des clercs, el llamamiento a la nación europea, quedó frustrado por el nazismo, que quiso basar Europa sobre el racismo y que sólo consiguió desfigurarla. Después de la guerra, el mismo nombre de Europa fue mal considerado, provocando una reacción de repulsión entre los intelectuales. Sartre, en su prefacio a Los condenados de la Tierra, de Frariz Fanon, nos ofrece el mejor ejemplo de esto: "Nuestros amados valores", escribía, "pierden altura y si los miramos de cerca veremos que no hay ninguno que no esté manchado de sangre... Es el fin, como podéis ver: Europa hace agua por todas partes".Recientemente la idea europea ha sido rehabilitada. Y no resultó tarea fácil. Este renacimiento del espíritu europeo se lo debemos a intelectuales como F. Braudel, E. Morín, N. Bobbio, Borges, J. Le Goff, A. Burgess, P. Schrieider, C. Rubbia, R. Vonniadden, etcétera. Los dos coloquios (de Madrid y Venecia de 1985 y 1984, respectivamente, demostraron que intelectuales que se mantenían alejados de los neblinosos problemas de la Europa gestionaria podían compartir una idea de la cultura y de la filosofía europea que es la condición misma de su diálogo. Esta idea de Europa se presenta con el aspecto de una renovación, en la tradición del Renacimiento, de esta noción que Benda designaba con la expresión de autonomía del espíritu. Es una reivindicación contra la herencia del romanticismo alemán, según la cual el artista no puede crear obras duraderas a menos que se identifique con el genio de su nación (concepto que tomaron de nuevo, deformada y trágicamente ilustrada por los fascismos europeos). El credo estético del Romanticismo, en rebelión contra la Ilustración, fue expresado de manera cruda por H.. Taine, que escribió: "A mayor perfección, más nacional es un artista". Para Benda, cuyo libro fue quemado por los nazis después de su entrada en París, los grandes creadores, por el contrario, debían trascender, el contexto histórico y geográfico en el que vivían, pues el arte supera las fronteras. "Si usted responde", escribía, "que no cree en la autonomía del espíritu, que su. espíritu no puede ser más que un aspecto de su ser, entonces declaro que usted no construirá nunca Europa".

El problema de las relaciones entre las instituciones comunitarias y la Europa de la cultura no ha hallado todavía una solución adecuada. Con todo, hay algunos indicios esperanzadores de una mayor apertura por parte de la Administración: uno de los deseos básicos del congreso de Madrid ha tenido repercusiones en el Consejo de la Comunidad; nos referimos al deseo de "consagrar una parte de sus trabajos al papel de Europa en el campo cultural", y la comisión de Bruselas ha decidido impulsar la organización "de aquí al otoño de 1986 (de) un gran coloquio que reunirá a pensadores, intelectuales y creadores alrededor de una reflexión profunda sobre el futuro cultural de Europa". Estaría bien que la preparación de este coloquio no quedase confinada en instancias lejanas y administrativas y que en el menor plazo posible tuviesen lugar reuniones preparatorias destinadas a unificar y a armonizar las iniciativas respecto a este coloquio y otras paralelas como la que, tras el congreso de Madrid, se prepara en Alemania Occidental, en Gotinga.

La idea de cultura e identidad europea exige marcos y medios operativos. Existe para ello una Fundación Europea financiada por los Estados, con fondos comunitarios y también por donaciones privadas. Su creación, subrayémoslo, ha sido aprobada por 10 Estados miembros que firmaron el tratado de 1982 en Bruselas. La decisión de principio de crear esta fundación había sido tomada por el Consejo Europeo el 8 de abril de 1978. Consciente de que la CEE había demostrado ser un marco poco adecuado para el desarrollo de la dimensión humana y cultural de la identidad europea, el Consejo había concebido esta fundación como institución paralela de la Comunidad, pero autónoma e independiente.

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A partir de 1978 la ciudad de París ha puesto a disposición de la fundación el Hotel de Coulanges, antigua mansión de la familia de madame de Sévigné, que es la sede de un comité preparatorio. Aunque todavía permanece inactiva, esta fundación tiene el mérito de existir. Y gracias a los esfuerzos de la diplomacia europea todos los Gobiernos, excepto el de Holanda, firmaron el tratado de 1982, y varios países ya han nombrado a sus representantes para el consejo de la Fundación. El Parlamento Europeo ha expresado concretamente su voluntad de verla entrar en acción lo más rápidamente posible, otorgándole en el presupuesto de la Comunidad para 1986 una suma de 700.000 ECU (en 1985 esta suma fue sólo de 100.000 ECU). Pero sus puertas tardan en abrirse, como si una especie de desarmonía persistiese entre el deseo de poder realizar sus objetivos y las condiciones administrativas que lo harían posible. ¿Acaso no se corre el riesgo de que todo se quede en nada por el mero hecho de que Holanda -es el único país que se encuentra en esta circunstancia- no ha entregado su adhesión? Algunos podrían pensar que se crean las instituciones con el único fin de verlas declinar, para ser sustituidas aun antes de haber vivido. Esperemos, que éste no sea el caso de la fundación.

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