_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El túnel

Manuel Vicent

Ayer quedé atrapado por un atasco de coches en un paso subterráneo durante una hora. Aquel túnel de cemento no conducía a Damasco, sino al paseo de la Castellana, pero en esa travesía interior me caí del caballo y también yo entre los cascos vislumbré a Dios, aunque éste tenía forma de zanahoria. Dentro de aquella caverna hacía un calor fétido, había una sucia penumbra de neón y a medida que el tiempo pasaba todo se iba llenando de gas con sabor a almendra amarga. Después de un momento de crispación supe que no había escapatoria. Yo era un conductor culpable. Apagué el motor y puse el cerebro en punto muerto. Para consolarme en medio de la putrefacción que me envolvía, comencé a pensar en cosas bellas e inútiles; por ejemplo, en una lejana cascada azul, en el olor a tierra mojada después de una tormenta de verano, en el sonido de una abeja libando en la flor de mi infancia.De pronto miré por la ventanilla. Las paredes de aquel intestino de la ciudad estaban empapeladas con rostros de líderes políticos que me sonreían sin conocerme de nada. Unos me indicaban el buen camino. Otros me alentaban a seguir adelante. No obstante, el coche permanecía parado. A veces, de forma neurótica, avanzaba un poco, y entonces, por, los cristales, veía nuevas caras de futuros presidentes pegadas en el cemento del túnel. Todas eran iguales y distintas. El mismo espectro se multiplicaba, invitándome a construir España de otra forma, forzándome a tener valor o simplemente obligándome a votar. Mientas tanto, en el tubo, los motores producían una resonancia atroz y en medio del ruido las sonrisas de aquellos fantasmas crecían en los carteles hasta convertirse en fieras carcajadas. Tuve un mal sueño. Creí que nunca saldría de esa ratonera. Imaginé que allí dentro sería devorado a dentelladas por unos líderes que querían salvarme. Por fortuna no fue así. De repente vi un resplandor en mitad del subterráneo producido por una gran urna de cristal llena de zanahorias, donde iban votando todos los conductores que me precedían. Cumplí con mi deber allí mismo, echando una zanahoria más. Y al encontrar mi espacio político me sentí feliz.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_