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Javier Gúrpide

Tres libros de poesía para reflejar la educación sentimental de un alto ejecutivo

Andrés Fernández Rubio

Javier Gúrpide tiene 47 años y aire deportivo de financiero acostumbrado a no oír sus pasos sobre las moquetas. Va vestido con traje liso, corbata de seda y un pañuelo azul marino asomando del bolsillo superior de la chaqueta. Javier Gúrpide, director general cojrporativo, del Banco de Bilbao, ha sacado tiempo tras los viajes, las reuniones,y los consejos para publicar tres libros de poesía en los últimos dos años. Varios poemas de su obra más reciente, La Iongitud del viento, recrean los veranos de su infancia en el Pirineo vasco-francés. Una infancia que se libra del agobio de las cifras perfectas de los balances.

Uno de los poemas del libro, editado en la colección Adonais, describe el estado psicológico de un enfermo tras una operación. El "sabor cárdeno a mortaja" y una "turbia asfixia" cabría esperar que estuviesen condicionados por alguna terrible dolencia, quizá por algo relacionado con el corazón galopante que al parecer tienen los financieros. Pero Javier Gúrpide aclara que era una operación de apendicitis, y justifica la terribilidad de los versos diciendo: "Soy bastante quejica y pesimista, aunque procuro no, ejercer".El tono melancólico de sus poemas contrasta con un comportamiento extravertido y con expresiones pragmáticas e irónicas que le hacen hablar de sus, obras restándoles importancia.

Nacido en Tudela (Navarra), en una familia burguesa, Gúrpide se hizo ingeniero industrial porque la ingeniería era "lo típico", dice, "a lo que aspiraban los cabezas de familia para sus hijos". Luego, se dio cuenta, a mitad de carrera, de que las humanidades le gustaban más. "Me prostituí porque no rompí con todo", añade, "y opté por la posición pragmática, que era seguir".

Tuvo tiempo para hacerse doctor en esa materia, para estudiar Económicas, para ejercer varios años "como ingeniero puro", para introducirse luego en el mundo de las finanzas, y para educar, mientras todo esto sucedía, su sentido de la estética.

La indiferencia que suelen tener los técnicos hacia asuntos extraños a su especialidad la evitó Gúrpide -"siempre en una carrera muy individual", dice-, por medio del flamenco y el jazz. Además, las lecturas de psicología, el cine y Los Beatles conformaron su universo aparte.

Su educación sensible y sentimental también fue consecuencia de lo que él llama "la vida reprimida de entonces", situada en su caso en un colegio de jesuitas y posteriormente en un colegio mayor. "Se exaltaba mucho a la mujer", dice, "la imaginación trabajaba muchísimo".

Javier Gúrpide, por lo que cuenta con tono jocoso y prudente al mismo tiempo, debió tener fuego muchas oportunidades para que la imaginación encontrase terreno firme, y hace varios años llegó a la conclusión de que en su vida había algo de frustración. Así, "sin demérito de mi profesionalidad", dice con diplomacia, "sentí necesidad de escribir". Y eligió la poesía para manifestar sus vivencias. "El haber vivido varias vidas y no ser muy convencional es lo que me ha inclinado a expresarme, a través de este género", asegura. En La Iongitud del tiempo esas vivencias no son demasiado radicales ni transgresoras -de hecho, el autor lleva 21 años casado y tiene cuatro hijos-, pero Gúrpide ha logrado transmitirlas, como pretendía, "con un estilo poco denso, fresco y tierno". Al escribir, su intención es "sintonizar, hacer bien a alguien"; "incluso si consigo quitarle el insomnio".

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