La princesa está triste
ESTA PRINCESA adolescente, de ágil cuerpo fusiforme, tiene un papel emblemático que es el que corresponde a un principado lúdico, a un breve y escarpado territorio que vive de lo que le renta el placer de los demás. Un papel difícil de representar y que a veces le puede erradicar lágrimas de miedo y pena, como le pasó en su corta estancia en Madrid, desbordada por su propio éxito.El soberano de Mónaco fue, en sus tiempos, hombre que ejerció en París una brillante vida nocturna, en la que quizá se mezclaba el deber con la obligación. Trabajaba así con ahínco hasta que un pequeño jesuita americano, el padre Tucker, encontró la oportunidad de propiciar su matrimonio con una estrella de Hollywood, Gracia Patricia Kelly, de cualidades muy difíciles de conjuntar. Grace Kelly poseía, en efecto, la combinación de una vaga aristocracia, un catolicismo familiar y una espectacularidad en el arte de la comedia dulce. El estremecimiento de aprobación mundial que produjo lo que en otra familia reinante hubiera sido reprobado como una mésalliance, significó una seria aportación de Estados Unidos -que tenía así una ciudadana reinante- a la Societé des Bains de Mer, afectada de problemas financieros. La boda fue algo así como el reverso de la medalla de otro matrimonio emblemático, el de Fabiola con Balduino, del cual se dijo que estaba propiciado por otra orden también poderosa, como es el Opus Dei.
Princesa de un país en cuyo pequeño, puerto los yates más famosos del mundo tienden sus escalerillas hacia un muelle donde puede esperar un Rolls con embellecedores de oro, donde el bramido de los motores de carreras alardean del deporte más caro del mundo y donde late el corazón universal del juego, en el que se enfrentan -en la tensa madrugada de la salle privée las nuevas y las antiguas fortunas con más elegancia que en ningún otro sitio, Estefanía tiene una imagen a la que responder y sobre la cual trabajar. Canta o exhibe modelos, o sólo su propio cuerpo, que lleva por el mundo como el de una mujer de nuestros días, con la ambigüedad -línea musculada, pelo cortado- que parece exigir la libertad femenina de hoy.
Puede que la tristeza de la princesa, sus lágrimas de aeropuerto, su frase tan antigua que está ya en la tragedia griega ("prefiero ser feliz a ser princesa"), su timidez ante la proximidad de las cámaras, formen parte de esta misma representación y de su adscripción a la serie de los triunfadores nublados, como el James Dean al que ella cita. Pero puede, que no sea de este modo y el su puesto efecto encantador sea el mismo. Su paso breve por Madrid ha dejado una huella que tal vez incite a algunos a visitar Mónaco estas vacaciones, y esto es en realidad lo que cuenta.
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