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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El retorno de los liberales colombianos

LAS ELECCIONES presidenciales colombianas celebradas el domingo han estado marcadas por dos hechos fundamentales: el masivo respaldo al candidato liberal, Virgilio Barco, y la normalidad reinante durante toda la jornada. El aplastante triunfo de Barco devuelve al liberalismo el papel protagonista de la vida política colombiana, del que le privó durante los últimos cuatro años un Gobierno conservador con sello muy personal dirigido por Belisario Betancur.Colombia ha afrontado estas elecciones en uno de sus períodos históricos más difíciles. La violencia política ha dejado en el país más de 2.000 muertos en el último año. El asalto a sangre y fuego al Palacio de Justicia, tomado por el grupo guerrillero M-19, hizo añicos la política de paz de Betancur. Los colombianos estaban radicalizados, y no faltaba quien veía la amenaza de una guerra civil. En estas circunstancias, el país tuvo que elegir de nuevo el domingo entre los candidatos de los dos partidos que monopolizan la política colombiana desde hace más de un siglo. Y lo hizo por un ingeniero y economista de 65 años, tecnócrata y buen administrador, que ha realizado una campaña electoral basada en el cambio.

Si el contenido de los programas electorales no suele ser elemento decisivo en los comicios colombianos, considerando las diferencias mínimas que separan en esencia los proyectos liberal y conservador, habría que atribuir en primer lugar el éxito de Barco al hecho de haber conseguido una forma de comunicación con sus electores. En Barco han visto al gobernante serio, sin concesiones a la galería, dispuesto a afrontar la moralización de la vida pública y la reconstrucción del país.

Un dato para entender el triunfo del candidato liberal son las propias limitaciones de su rival conservador, Álvaro Gómez Hurtado. La gestión de su padre como presidente de la República hace 40 años es criticada por los propios conservadores como uno de los períodos más negros de la historia de Colombia: desató la violencia y dio paso a un régimen militar. La sombra de Laureano Gómez ha estado presente durante toda la campaña sobre la candidatura conservadora, y aunque Álvaro Gómez se ha esforzado en presentarse como el presidente de todos los colombianos, ha podido más el recuerdo de la ideología reaccionaria de su progenitor.

Finalmente, hay que anotar el resultado como un cierto voto de castigo a Belisario Betancur. Es indiscutible su buena voluntad y el balance de su gestión, con perspectiva histórica, resulta positivo. Pero cuatro años después, los problemas de Colombia siguen pendientes. Betancur señaló la vía del diálogo como la única posible para conseguir la paz, y se le aplaudió dentro y fuera de Colombia por ello. Sin embargo, no ha sabido hacer partícipe a su país de ese proyecto. Existen los mismos grupos guerrilleros que antes, algunos se han radicalizado extraordinariamente, y aunque las comunistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) respeten actualmente una tregua, siguen actuando como un ejército paralelo, con capacidad para elegir el momento adecuado de volver a entrar en acción.

Virgilio Barco, al que se considera un hombre decidido y seguro, va a llegar a la presidencia arropado por una gran victoria electoral y en una coyuntura económica de perspectiva favorable, que puede favorecer la reconstrucción nacional que promete. Parte de esa reconstrucción, y no la más fácil, será la pacificación mediante un proceso que combine la firmeza y el diálogo con la guerrilla. Exactamente lo mismo que soñaba Betancur, al que los grupos involucionistas, la mafia de la droga y las presiones golpistas de los militares lograron hacer fracasar. Esperamos que Barco tenga mejor suerte y más apoyos.

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