El precio de la 'no Europa'
El proceso de consolidación de Europa como una comunidad que aúne intereses políticos y económicos se ve todavía salpicado de innumerables obstáculos que, en ocasiones -como en el caso de los árboles que no dejan ver el bosque-, oscurecen el enorme trabajo realizado en este sentido en los últimos 20 años y amenazan con paralizar el estimulante proyecto de la unidad europea.Los nubarrones que se ciernen sobre la bandera azul de las Comunidades Europeas siembran la desazón y transmiten una sensación de esclerosis enervante a los ciudadanos políticos del Viejo Continente más sensibilizados e ilusionados con el proceso de unificación. Casos como la aportación económica de los diversos países comunitarios al presupuesto del Mercado Común, en que el Reino Unido estuvo en un tris de romper la baraja, o las prolijas e inacabables discusiones que en demasiadas ocasiones preceden a la toma de decisiones, o las tensiones y mercadeos inherentes a la reciente ampliación de la Comunidad Europea (CE) con la adhesión de España y Portugal son ejemplos de esta situación de semiparálisis a la que me refiero.
Asimismo se detecta una tendencia en muchos países comunitarios al celo proteccionista de sus mercados interiores frente a la ruptura de las fronteras aduaneras Y a la libre circulación de bienes, factores básicos e inherentes a la consolidación de una efectiva unión europea.
Oposición al proceso común
Estos tics, que se manifiestan con una asiduidad mayor de lo que sería deseable, nacen de egoísmos y recelos, tal vez naturales, pero perniciosos desde una óptica continental e improcedentes si nos atenemos al papel futurible que puede y debe desarrollar Europa en el concierto mundial.
Frente a los que entorpecen con sus actitudes, en absoluto generosas, un proceso que está en la mente de la colectividad europea; frente a los que anteponen los intereses inmediatos a los proyectos más a largo plazo, pero más ambiciosos y fructíferos, es quizá necesario levantar el espectro de la no Europa, expresión acuñada en cierta manera por el Partido Popular Europeo (que aglutina a los partidos democristianos) y que sintetiza, en último extremo, las posiciones de aquellos que, por uno u otro motivo, se oponen desde dentro al proceso común europeo.
Uno de los argumentos más utilizados para cuestionar la viabilidad del proceso en marcha es el coste económico que conlleva. Es ya un tópico la expresión Europa es cara, sin embargo, no es menos cierto que los países miembros de la CE obtienen más ventajas y mayores beneficios por el hecho de estar dentro, que su aportación presupuestaria a los organismos comunitarios. En este sentido, es bueno recordar que, mientras la aportación de cada país a la CE es del 1% de su producto interior bruto (PIB), las subvenciones que reparte la Comunidad ascienden al 13% del PIB acumulado de todos los Estados miembros.
Pero hay más. Se puede afirmar, con datos en la mano, que resulta más caro no sólo volver a un anterior estado de cosas, sino que, en la fase actual de construcción europea, se presentan costosos problemas estructurales que hallarían su solución idónea en la profundización de los lazos comunitarios.
Respuesta europea
Dada la correlación internacional de la economía -con Estados Unidos y Japón al frente de la locomotora- se nota a faltar una voz europea sólida y potente que dé una respuesta adecuada a los retos planteados. Desde una perspectiva mundial, vemos que en Europa los esfuerzos son todavía deslabazados y carecen de la escala adecuada para codearse con los dos colosos industriales. Los países del Viejo Continente viven demasiado en su caparazón. Las empresas y las industrias están sometidas todavía a sus respectivos corsés nacionales, y en muchas ocasiones los Gobiernos respectivos ejercen de garantes de esta introversión económica.
En el momento presente, la proliferación de pequeñas corporaciones nacionales en sectores claves de la economía (industria automovilística, alta tecnología, electrodomésticos de consumo, etcétera) tiene un efecto contraproducente. Es necesario, si Europa quiere pervivir como una potencia industrial de primer orden, rediseñar los agentes económicos básicos dándoles una escala continental.
Freno a los intercambios
Pero el problema no radica sólo en las empresas. Las barreras arancelarias que existen todavía entre los Estados que conforman la CE encarecen y, en consecuencia, frenan una política más viva de intercambios. Asimismo, la dispersión y desconexión de los activos financieros depositados en Europa dificultan su reinversión en el continente y propician su alejamiento hacia climas fiscales más bonancibles.
Estos elementos configuran las causas del cierto retraso y la moderación de los resultados propiciados por la presente etapa de reactivación de la economía mundial. La no Europa versus el proyecto de unificación está en el origen de las dificultades presentes, y, lo que es más grave, de no corregirse a tiempo, acelerando el proceso de integración, puede hipotecar decisivamente nuestro futuro colectivo.
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