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La medicina: ¿ayuda o coacción?

Fernando Savater

Todos los ideales propuestos a la colectividad como deseables objetivos sociales tienen una dimesión emancipadora liberación de las amenazas de la naturaleza o de las justicias de los poderosos- y lana faceta coactiva, de imposición disciplinaria. Cada cual encontrará el ideal ofrecido más o menos deseable, según le parezca que los costes en coacción compensan soportablemente o por el contrario abruman a la promesa liberadora. El ideal de la salud es quizá el predominante en las sociedades actuales; en él se advierten con particular nitidez los dos aspectos contrapuestos antes señalados. Por un lado, la salud, en cuanto ideal social, es el derecho de cada ciudadano a solicitar y recibir ayuda -insisto: primero solicitar" luego recibir- que le sirva para mejorar el acuerdo placentero con su propio cuerpo y le proteja de las amenazas indeseadas contra su integridad física; por otro lado, es la serie de controles, prohibiciones, medidas higiénicas y educativas, etcétera, que el Estado considera necesario tomar para cumplir el desideratum positivo de la salud. La salud tal como la conciben los individuos -o, al menos, aquellos capaces de pensar por sí mismos- y tal como se impone coercitivamente por la máquina estatal son dos cosas distintas y a menudo inconciliables.El conflicto nace de que el Estado tiene una concepción de la salud como mantenimiento del cuerpo productivo, mientras que el individuo lo que pretende ante todo es la potenciación del cuerpo placentero. Por supuesto, el cuerpo plancentero no es ocioso ni suicida, pero en él la conservación de la vida y hasta la creatividad están sometidas al principio de la intensidad de goce (cuando lo que prima, es la evitación del dolor, volvemos otra vez al reino necesario del cuerpo productivo). Al Estado no le interesa que la vida sea intensa, sino extensa; no le importa lo que alguien es capaz de sentir o de soñar, sino lo que es capaz de hacer. Por supuesto, cualquier individuo ilustrado, es decir, cualquier hedonista inteligente, está de acuerdo en que haya un control sanitario de los alimentos o del medio ambiente (porque uno quiere comer jamón, no triquina, o broncesarse al sol y no churruscarse bajo radiaciones atómicas). Pero no puede estar de acuerdo en que el monopolio de las sustancias químicas que pueden influir o modificar los procesos del organismo esté en manos de una determinada casta rodeada de culto semimágico y dirigida por prejuicios nacidos de una alianza entre Torquemada, Stajanov y Henry Ford.

Cierto pintoresco progresismo -supongo que habrá todavía que llamarlo así- se escandaliza ante estas disquisiciones contra las que no tienen otra respuesta que su piedad beocia e invoca la supuesta coincidencia de tales tesis con las de liberalismo reaganiano, "que declara que la salud, al igual que la pobreza, la marginación o el paro, son un asunto de cada cual y así deriva los fondos destinados a programas sociales de asistencia a estos problemas hacia la guerra de las galaxias". Hace un cuarto de siglo, Leo Strauss denunciaba una variante de la reductio ad absurdum que pudiera denominarse reductio ad Hitlerum: consistía en creer que una opinión había sido refutada con sólo señalar que, Hitler la había compartido. Por lo visto ha nacido una nueva 'Variante de la misma pereza mental, la reductio ad Reaganum: si Reagan sostiene que dos y dos son cuatro, queda claro para todo antiimperialista que han de ser ocho o menos uno. Pero es que resulta que Reagan, para colmo, es un activo perseguidor de las drogas y, si bien es partidario de reducir las ayudas para centros de rehabilitación de drogadictos, piensa -como cualquier edificante clérigo de izquierdas- que hay que aumentar la prohibición y persecución que los crea. Volvamos al ABC de la cuestión; no es lo mismo el derecho a ser ayudado cuando uno lo solicita que el de ser coaccionado contra el propio deseo. La pobreza, la marginación o el paro son condiciones negativas que se imponen a quien las padece, en contra de su voluntad: ¿es la salud algo del mismo género? Reivindicar que la salud es un asunto propio es como decir que el aborto o el divorcio son decisiones personales, pese a las circunstancias sociales que concurren en ellos. ¿Seguirá nuestro progresista totalitario su razonamiento hasta el final y proclamará que aborto, divorcio, homoxesualidad, etcétera, son cuestiones públicas y que no pueden ser abandonadas al irresponsable capricho de cada individuo? Hasta ahora, lo más a lo que ha Regado el Estado asistencial en estas cuestiones es a intimidar así al ciudadano: si quieres que te ayude en las circunstancias en que lo solicites (aunque siempre del modo que a mí me parezca más conveniente), deberás aceptar que decida por ti también en las restantes ocasiones. La alternativa liberal es ésta: arréglatelas como puedas, pues yo no estoy dispuesto a darte más que lo que seas capaz de pagar. El modelo de lo que pudiera llamarse izquierda libertaria es distinto a ambos y está aún por patentar, aunque si no se deja de esgrimir el viejo espantajo de la reductio

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La medicina: ¿ayúda o coacción?

Viene de la página 11ad Reaganum nunca lograremos vislumbrar su perfil.

El derecho a la automedicación y, por tanto, a la colaboración de cada cual en la invención de su propia salud es ¡in derecho humano fundamental, del mismo rango que la libertad de expresión, de conciencia o de asociación, ni más peligrosa ni menos imprescindible. Los médicos deben ser los primeros interesados en la defensa del derecho a la automedicación, gracias al cual su ejercicio profesional adquirirá la dignidad de la ayuda libremente elegida y no se prestará a ser coacción inquisitorialmente impuesta. Por supuesto, la automedicación abarca aspectos muy distintos -entre ellos, la opción por una muerte que sea coronación o remate de la vida activa y no desenlace de la prolongación mecánica de las funciones vegetativas-, pero la cuestión de las llamadas drogas es hoy tristemente central. Por mucho que el más somero análisis de la cuestión muestre sin lugar a dudas que la prohibición de las drogas es la causa fundamental de las víctimas que éstas causan y de los delitos que en su nombre se cometen, hay dos razones para que dicha prohibición se mantenga contra viento y marea: primero, los intereses económicos en juego de traficantes, diplomáticos, policías, rehabilitadores, etcétera; segundo, la concepción estatista de la salud como producción y duración bajo control oficial. Sin embargo, en este punto también hay que insistir en la denuncia de la ideología establecida: esperemos que dentro de 10 años lo que ahora es aún protesta minoritaria se haya convertido en el punto de vista del más amplio sentido común.

En este punto de la argumentación, siempre me dice alguien con la mejor voluntad: "Todo eso está muy bien, pero... ¿no cree usted que la droga es realmente muy peligrosa?". Lo que yo opine de la cuestión no es relevante contra el principio de libertad que se trata de defender: no soy religioso y creo que la mayoría de las religiones -especialmente la católica- encierran peligros para la integridad mental y moral de su adeptos, pero defiendo el derecho a la libertad de cultos religiosos..., aunque, naturalmente, no subvencionados por los laicos. En cuanto a la droga, una información completa y desmitificadora se hace muy necesaria. Mi opinión personal es que se trata de una criada muy servicial que puede convertirse en un ama tiránica. Quien no esté seguro de poder librarse de la segunda, quizá haga bien en prescindir de los servicios de la primera. Pero es asunto de cada cual, no mío, ni de la policía, ni del juez. En todo caso, mi mayor inquina va siempre contra ese abstemio profesional y vocacional tan perfectamente descrito por Ambrose Bierce: "Abstemio: persona de carácter débil, que cede a la tentación de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de todo menos de la abstención; en especial, se abstiene de no meterse en asuntos ajenos".

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