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Reportaje:

La manzana de los desamparados

La antigua finca del marqués de Salamanca alberga hoy en sus palacios a huérfanos, inválidos, niños anormales o menores delincuentes

ANDÉS MANZANO, En Carabanchel Bajo existe la mayor manzana de desamparados de Madrid. Una finca enorme rodeada por un grueso muro, de 458.000 metros cuadrados de extensión, antigua propiedad del marqués de Salamanca, comprada por el Estado a finales del siglo pasado. Los espléndidos edificios diseminados entre los jardines de la finca, construidos para el placer y, el ocio, son hoy albergues de personas de toda edad y condición que necesitan de la ayuda de la sociedad para superar su desamparo. Al mismo tiempo, la finca es una especie de isla verde en el centro de una barriada destrozada por la especulación urbana, y el Ayuntamiento quiere recuperar los jardines para los vecinos de Carabanchel.

Sólo una visión desde el aire permite apreciar el enorme contrasentido que supone la existencia de una finca de 458.000 metros cuadrados, un verdadero placer para la vista, incrustada en el centro de un barrio que, pese a todos los esfuerzos del Ayuntamiento, sigue siendo feo, sin apenas zonas verdes, cruzado por calles estrechas y de bloques apiñados y ennegrecidos por la contaminación. Los vecinos de Carabanchel pasan al lado de la finca sin atisbar más que el cuerpo de los árboles altos que asoman desde detrás del muro de ladrillo que la cierra herméticamente.El muro es una de las principales características de la finca. Se extiende, alto, grueso y sucio, ininterrumpidamente, sólo abierto para dar paso restringido a las personas acogidas por las instituciones que ocupan los antiguos palacios: el reformatorio del Sagrado Corazón y la Residencia Nacional de Socioterapéutica -calificado a veces de cárcel de seguridad para menores delincuentes-; los colegios de huérfanos de la Dirección General de Seguridad y de Militares; el colegio de huérfanos de La Unión; el Instituto Nacional de Rehabilitación de Inválidos (Inri), que ocupa el palacio residencia del marqués de Salamanca; la Gran Residencia de Ancianos; el Orfanato Nacional; el Instituto Pedagógico de Niños Anormales; el colegio público Las Acacias, sólo para niñas abandonadas o cuyas familias tienen graves problemas económicos y de conviv, encia; otra residencia de ancianos, enfermos crónicos, conocida anteriormente por Hospital de Incurables, y otras instalaciones menores.

Los antiguos jardines rodean los palacios y otros edificios civiles construidos por la Administración desde principios de siglo. Jardines que en gran parte presentan la misma fisonomía del siglo pasado, cuando eran utilizados por la aristocracia y los grandes hombres de negocios para sus paseos y sus fiestas.

Jardines para el placer

Son jardines para el placer, pero con la extensión de, un pequeño parque urbano, adornados por doquier de fuentecillas, parterres, caminos que sortean zonas alfombradas de brinca, mazicos de rosales trepadores, pensamientos, caléndulas, lirios, setos de romero, tulipanes, magnolias, y entre los caminos, formidables ejemplares de laureles de 10 metros de altura, palmeras, chopos, olmos, pinos, abetos, cedros -en la finca se conserva posiblemente el mejor cedro de Madrid, un impresionante ejemplar de más de 30 metros de alto-, castaños, acacias, sauces, moreras, higueras. Cubierto de tierra y escombros, casi se adivina el perfil del antiguo canal artificial,que discurría cerca de la tapia norte de la finca. Una parte del mismo se utiliza aún como piscina.,

La importante riqueza botánica de la finca del marqués sólo es disfrutada hoy por los escasos jardineros que la cuidan como pueden, el personal qt!e trabaja en las instituciones y los propios atendidos, la gran mayoría de los cuales no se encuentra en condiciones de valorarla.

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Esplendor enterrado

El, esplendor de los edificios de la finca está enhomecido y enterrado bajo decenas de años de uso administrativo u hospitalario. Las fachadas están sucias y desconchadas, se han cubierto los artesonados de falsos techos; las estancias se han subdividido en habitacio

nes funcionales, las paredes se han revocado de yeso y sólo los elementos ornamentales de la época, jarrones, ventariales, pianos, mesas, sillones y armarios de madera labrada, recuerdan que aquello no es sólo una oficina, un hospital o un colegio.

De cuando en cuando surgen las sorpresas. En el palacio del marqués de Salamanca se ha redescubierto recienterriente la que se llamaba sala árabe, que presenta techo, paredes y suelo cubierto con dibujos, cerámicas y losetas que recuerdan inmediatamente la decoraCión de la Alhambra de Granada. Alguien, no se sabe cuándo, debió de pensar que aquello no era funcional Y recubrió el suelo con parqué, las paredes con yeso, aplicado directamente sobre las losetas, y disimuló el techo con otro falso de escayola.

En lo que hoy es el colegio de Las Acaciag se conserva, también disimulado bajo materiales mo denios e impersonales, lo que fue el baño de la reina, "una habitación maravillosa", a decir de las secretarias del colegio -la finca antes de pasar a manos del marqués de Salamanca, fue propiedad de la reina Isabel II y luego de su hermana María Luisa Fernanda-

En el mismo colegio de Las Acacias se conservan, almacena dos en cualquiér rincón, por los pasillos, hasta un -total de 50 pianos, porque -añaden las secretarias- antes de ser un colegio para niñas pobres lo fue de hijas de militares, a las que se preparaba para ser unas perfectas señoritas de la época.

El concejal cazado

Joaquín García Ponte, hoy concejal presidente de la Junta Municipal de Carabanchel, es un perfecto conocedor de la finca y de lo que ha significado para Carabanchel. Nacido en, el barrio, "recuerdo que une, de los juegos favoritos de los críos de entonces, de mis amigos y yo mismo, era saltamos el muro para jugar entre los jardines y asomarnos a las ventanas de los palacios. Más de una vez tuvimos que salir corriendo, perseguidos por los guardas, y alguno que yo conozco no se pudo sentar en varios días por la perdigonada, de sal que llevaba en él culó".

No es de extrañar que García Ponte sea, el primer interesado en derribar c4muro, tanto para permitir el paso de sus convecinos al interior de los jardines como para eliminar un símbolo que ha perturbado gravernente el crecimiento urbanístico, por otra parte descontrolado ysólo siajeto a las reglas de la especu,lación, (le Carabanchel Bajo.

El muro se extiende a lo largo de un buen trecho de la calle de General Ricardos, baja por la calle de General Burrón, dobla hacia el Este por la calle de Carcastilla y sube de nuevo hacia General R¡cardos a través de un intrincado revoltijo de esquinazos de calles estrechas y cortas. Son dos mundos diferentes.

El contraste visual entre el abigarrado mundo de Carabanchel y la tranquilidad del recinto interior no es menor que el que atañe a. los restantes sentidos del cuerpo. A las doce de la mañana, General Ricardos es una calle que huele a contaminación, al asfixiante hedor de los tubos de escape, apenas se escucha otra cosa que el ruido de los vehículos particulares y el tronar de la arrancada de los autobuses y en la calle reina un calor pegajoso. La eficaz pantalla de los árboles detiene todo eso. El interior de la finca es un hábitat ideal para miles de pájaros de múltiples especies y un descanso para el cuerpo, el olfato, el oído y la vista del visitante.

La finca es objeto de un plan de reforma especial, actualmente en trámite de presentación de alegaciones en la Gerencia Municipal de Urbanismo, el cual se espera esté aprobado en el plazo de un año, aproximadamente. Las obras serán muy costosas, pero baratas en relación con los beneficios soci.ales que reportarán a la ciudad.

Derruir el muro

El primer trabajo que realizar es derribar el alto y grueso muro y sustituirlo por una verja de hierro que permita la visión del interior y sea al mismo tiempo un elemento ornamental para la calle y no, como ahora, un elemento separador. Sólo cambiar el tramo de muro que corre a lo largo de General Ricardos, apenas la sexta parte del total, costará unos 46 millones de pesetas.

Respecto al interior, el plan prevé que todas las zonas ajardinadas, excepto la franja que, circunda cada edificio en cuestión, pasen a ser de uso público, lo que requerirá realizar trabajos de acondicionamiento, podas, apertura de nuevos caminos y vigilancia por parte de la policía municipal, para evitar posibles desaguisados. Será entonces cuando la finca pase a ser hollada masivamente por los vecinos del lugar, pocos ya descendientes de los habitantes de los Carabancheles, pueblos que desde mediados del siglo pasado y hasta laeclosión demográfica madrileña de los últimos decenios constituían unos de los lugáres del extrarradio rural de Madrid elegido por nobles y señores acaudalados para instalar sus fincas de veraneo.

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