Un producto de fisión nuclear que se acumula en el tiroides
El Iodo 131 es un isótopo radiactivo artificial, que sólo se produce en una fisión o una explosión nuclear. Normalmente es transportado en forma de partículas a través del aire y se dispersa en el medio ambiente. La lluvia facilita su introducción en la cadena alimentaria, al depositarlo en las aguas de los ríos y en los pastos que toman los animales. La leche es uno de los primeros alimentos donde puede detectarse.
Cuando penetra en el organismo humano, el Iodo 131 se deposita exclusivamente en el tiroides. Esta glándula necesita el iodo para ejercer sus funciones y actúa con una gran voracidad, de forma que absorbe todo el que le llega hasta alcanzar la saturación. Los habitantes de las regiones de interior padecen a menudo carencias que motivan el aumento desmesurado de la glándula -bocio- para tener mayor capacidad de atracción.
El tiroides no distingue entre el iodo normal y el radiactivo, por lo que, en el caso de una contaminación accidental, absorberá todo el Iodo 131 que reciba, hasta quedar saturado, y lo irá eliminando poco a poco. Si la contaminación persiste, el grado de saturación se mantendrá, aunque se elimine por la orina una parte del iodo absorbido. El Iodo 131 es uno de los isótopos radiactivos de vida más efímera: cada ocho días queda reducido a la mitad. De ahí la necesidad, según el doctor Eduard Rodríguez Farré, de actuar con celeridad para evitar la saturación del tiroides.
Al tratarse de una parte muy pequeña del organismo, cantidades relativamente reducidas pueden causar efectos cancerígenos a largo plazo. Una de las formas de prevención consiste en ocupar el tiroides con iodo normal. En algunos países se suministran a la población pastillas o soluciones yodadas durante varios días y en cantidades controladas. La automedicación puede tener efectos nocivos.
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