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Tribuna
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Peregrinos

Se produce ahora un hecho cultural en Madrid, de los que han venido llamándose democráticos. Se trata de la exposición de Monet, en el Museo Español de Arte Contemporáneo.Colas de peregrinos tocados por el fulgor de la cultura de masas se aprestan al gozo de la cultura culta. La pintura-pintura, que no la serigrafía, ni la hoja de un almanaque, sino su cuerpo real, se presenta en el ámbito reverencial del museo. Los visitantes que configuran la larga fila, abastecidos de fantas y bocadillos, están dispuestos a esperar cuanto sea preciso. Ni la carga de los niños ni las inclemencias del tiempo, les harán desistir de esta visita en la que rinden tributo al artista y obtienen, de paso, la consideración de sí mismos. Como en los pases ante el féretro egregio, el honor hacia el muerto se autorrecibe en el mérito de resistir la cola. La cultura culta traducida en cultura de masas es, en parte, este consumo de romería. Muchas personas comentan a través de la aglomeración que deberían regresar otra vez para contemplar más sosegadamente las pinturas. Pero no volverán y, si lo hacen, es muy probable que nada sea tan memorable.

La exposición se ve, además, por obra de los organizadores, de esta manera acrítica y ahistórica. No existe un sólo panel que sitúe cronológicamente al pintor o diga una palabra de su clase de dreación o de su biografía. En un deleznable folleto gratuito se suman citas indiscriminadas del catálogo que se expende al popular precio de 2.500 pesetas. Existe un cuarto donde se exhibe un vídeo; pero son, tan angostas la sala y la pantalla, que en su oscuridad, el visitante, recluido y con ojos fijos, da la versión de un penitente en una capilla de exvotos. No se diga ya de la suciedad que rodea al museo y el talante ferroviario de la cafetería. Detalles que, en apariencia colaterales, contribuyen a situar realmente el suceso. Como el trabajo de elevar la cultura del pueblo es más arduo que rebajiar la cultura, el MEAC no vacila. Ahora puede verse a Monet sin necesidad de saber quién es Monet, pero con el inducido convencimiento de que su consumo procesional mejorará la salud del alma.

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