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El sobrentendido

Debo admitir que la confusión creada en torno al referéndum del 12 de marzo llegó a inquietarme en más de un momento. Como si la España actual estuviera reinsertándose: en la España eterna, es decir, la España de los últimos 200 años, de la que, de un tiempo a esta parte, parecíamos estar saliendo. El espantajo decimonónico coreado a la vez por un "¡Viva Cartagena!", un "¡Vivan las caenas!" y ciertos compases de la danza del sable.Entre los partidarios del no cabe establecer, en líneas generales, tres grupos. Dos de ellos, la extrema derecha y un sector de la extrema izquierda, son fácilmente equiparables a los germanófilos de cuando en Alemania mandaba Hitler y los sovietófilos de cuando en la Unión Soviética mandaba Stalin. Para estos últimos, puesto que el instinto les decía que la Unión Soviética prefería el no, cualquier vacilación o argumento en contra estaba de más. A largo plazo, me parece evidente que Claudín lleva razón al afirmar que para la Unión Soviética es preferible una Europa unida en todos los terrenos, el militar incluido, a la estrecha dependencia respecto a Estados Unidos que caracteriza la situación actual. Pero ese argumento es tal vez sofisticado en exceso para determinadas mentes -¡ahora resultará que las cosas no son siempre lo que parecen ser!-, y el simple hecho de tener validez a largo plazo lo descalifica cuando lo que se busca es una rentabilidad inmediata. Nunca llegarán a entenderlo: que haya declaraciones de condena o de felicitación, por ejemplo, que en realidad significan todo lo contrario. Stalin sabía que su pacto con Hitler era coyuntural, una forma de ganar tiempo para rehacer el ejército que acababa de descabezar personalmente; los comunistas franceses no lo sabían, y en un principio se resistieron a resistir al amigo Hitler. Los comunistas cubanos tardaron años en enterarse de que Castro era, no el propiciatorio Kerenski, sino ya Lenin. Para muchos comunistas españoles seguía siendo por esa época una especie de José Antonio.

Pero hay un tercer grupo de partidarios del no que por su amplitud y complejidad merece un examen más detenido. Me refiero a esa vasta masa de votantes que daba por supuesto que había que votar no por una mera cuestión de principios. ¿Qué principios? Diversos principios. Algunos de ellos nos remiten a la proximidad -moral más que ideológica- entre inteligentzia y partido comunista existente en gran parte de los países europeos a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Esa proximidad duró apenas una década y España, curiosamente, fue uno de los primeros países en los que se produjo el distanciamiento. Sin embargo, nuevos movimientos político- sociales y culturales iban a tomar el relevo, acudiendo el viejo socialismo utópico a llenar el hueco dejado por el llamado socialismo científico. En los últimos años, especialmente a partir de mayo del 68, las banderas se dispersan más y más, diseminadas en grupos a Iternativos de diverso signo, ecologistas, pacifistas, feministas, etcétera. Las raíces del rechazo activo al mundo en que vivimos son, así pues, muy heterogéneas y con frecuencia hasta contradictorias. Pero, eso sí, tienen un denominador común: la idea de que el gran enemigo es el impetialismo, es decir, Estados Unidos. Ya hacia los años cincuenta, en las áreas de influencia de los diversos partidos comunistas europeos, se enseñaba a distinguir claramente el enemigo principal -el capitalismo, el imperialismo, Estados Un¡dos- del enemigo situado en primer término, que en el caso de España era Franco. Para los sucesivos movimientos políticosociales y culturales, o mejor, contraculturales, ese enemigo quedó resumido en dos palabras: el sistema; es decir, el sistema capitalista de producción, es decir, el imperialismo, es decir, Estados Unidos.

¿Cabría hacer extensiva la crítica del sistema al sistema soviético? En principio, no; a lo sumo, una frase dicha como de pasada, de forma indirecta. Atacar, por ejemplo, la política de bloques, cuidando bien de responsabilizar de su existencia a Estados Unidos. En otras palabras: culpabilidad de inapelable sentido único, maniqueísmo puro. No es que no se sepa que los presupuestos de Marx, adecuados a la revolución industrial, han dejado de ser aplicables al mundo de hoy: esa materia prima barata que era el obrero de antes, en la sociedad capitalista actual se ha convertido más bien en un engorro, y la contradicción económica más peculiar reside en el hecho de que, más que productor, lo que interesa del asalariado es que sea consumidor, y que, para que pueda consumir, debe ser subvencionado de alguna forma. También se sabe que la economía de los países llamados socialistas no ftinciona, y que los remedios atufan cada vez más a incentivo económico, y que, por otra parte, el régimen de libertades individuales y colectivas montado sobre tal estructura económica dista mucho de ser deseable. Se sabe, sí, pero no hay que decirlo. Tampoco los ecologistas insistirán excesivamente en la existencia de las centrales nucleares en la URSS, la contaminación producida por su industria o la caza de un animal tan notoriamente voraz como la ballena. Ni los pacifistas, acerca de la cohetería soviética o de sus intervenciones militares en terceros países. Hablo de los militantes de tales movimientos, no de las personas par tidarias de la paz, la protección del medio ambiente y los derechos de la mujer, que es decir casi todo el mundo. Porque el caso es que no recuerdo ningún colectivo feminista que haya destacado como especialmente machistas los espectaculares desfiles de la plaza Roja. Se sabe y no se dice porque decirlo favorece al enemigo principal, es decir, al capitalismo, es decir, a Estados Unidos. Es como un guiño que todo el mundo entiende.

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El sobrentendido sólo pierde su validez cuando se cruzan las fronteras del sistema y se entra en el otro. Entonces, fuera ya de la última tririchera que representa el derecho a decir noo, nuestros hombres, nuestras mujeres, se encontrarán con el otro sobrentendido, con el otro no. A partir de ahí, el enemigo principal, el blanco implícito de todas las críticas, el gran culpable no mencionado de cuanto les sucede a los polacos, chechos, húngaros o afganos, a veces con razones de peso, a veces al margen de ellas, será la Unión Soviética. Y la antipatía con que son vistos los soldados soviéticos por la población de países en los que permanecen, no ya en calidad de ocupantes, sino de aliados, empezando por Cuba, obedece al mismo principio. ¿Entenderán esos soldados el motivo? Es curioso contrastar a este respecto la diversa forma en que fue vivida la guerra de Vietnam dentro y fuera de cada sistema: mientras en Europa y en Estados Unidos la derrota norteamericana fue acogida en amplias áreas como una victoria, en áreas no menos amplias de la República Democrática Alemana o de la República Popular China, por ejemplo, fue vista como una desgracia que no cabía sino lamentar. Y muy probablemente, el Reagan real, la persona cuyo monigote es paseado por nuestras calles a la primera manifestación como síntesis de esa triple R, -Rocky, Rambo, Remo- que es a su vez encarnación de la imagen de Estados Unidos más promocionada, en suma, el presidente Reagan, sería aclamado con el mismo entusiasmo que algún que otro de sus antecesores por nuestros hermanos, del otro sistema, caso de recorrer sus calles en el curso de unavisita oficial. La maldición que conlleva ser potencia hegenióníca. Nosotros lo fuimos durante casi 200 años, dejamos de serlo hace casi 300, y la mala imagen todavía colea.

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