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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Francia bicéfala

EL TÁNDEM Mitterrand-Chirac ha empezado a rodar en una carretera llena de baches y obstáculos. El presidente de la República y el primer ministro han establecido los acuerdos mínimos imprescindibles para garantizar el funcionamiento de la máquina política al menos durante el período inicial de esta experiencia completamente nueva que Francia está viviendo, con un abismo político entre las dos primeras figuras del Estado, que responden a ideologías históricamente enemigas. François Mitterrand ha hecho algunas concesiones muy calculadas en esta nueva etapa de su presidencia: primero la designa ción de Chirac para el Hotel Matignon, respetando el deseo de los partidos de la derecha, que han ganado, si bien con escaso margen, las elecciones. En segundo lugar ha aceptado la reforma del sistema electoral, para volver al mayoritario, lo que asegura, en caso de nuevos comicios, una mayoría parlamentaria muy fuerte al partido, o coalición, situado en primer lugar por el voto de los electores; este punto figuraba en el programa de la derecha, pero sectores importantes del Partido Socialista son partidarios, asimismo, del sistema mayoritario. En tercer lugar, Mitterrand no se opone a que Chirac pueda legislar con decretos-leyes, si bien con una reserva inriportante: no firmará nada que signifique un retroceso en materia social, con lo cual obligaría a Chirac en esos casos a recurrir al trámite parlamentario normal.La debilidad de Chirac hoy se encuentra precisamente allí donde ha triunfado: en la Asamblea Nacional. Porque la mayoría de los partidos de derecha ganadores de las elecciones es muy escasa; y porque además está cruzada por serias contradicciones. Lo ha puesto de relieve la elección como presidente de la Asamblea de Chaban-Delmas, personalidad con la que Mitterrand tiene buenas relaciones desde hace tiempo y que probablernente será un factor importante para evitar choques y establecer puentes en una cohabitación llena de complejidades. La nueva mayoría tiene una composición heterogénea, y desde las primeras sesiones del Parlamento empiezan a surgir signos de descontento entre numerosos diputados. En esa mayoría está el RPR, el partido de Chirac, ralativamente disciplinado; y diversos partidos integrados en la UDF, con sus problemas propios y con líderes muy conflictivos: entre ellos Giscard d'Estaing, que aspiraba a la presidencia de la Asamblea y ha sido descartado por Chirac. Éste ha resuelto sin ruptura el reparto de ministerios entre los diversos grupos, y probablemente ocurra lo mismo con la distribución de cargos en la Asamblea.

Pero el caso de Raymond Barre es de otra índole: es enemigo de la cohabitación y considera que se debe obligar a Mitterrand a dimitir. Por otra parte, aspira a ser el futuro candidato de la derecha para el Elíseo y ciertos sondeos respaldan tal esperanza. Por ahora, la estrechez de la nueva mayoría obliga a Barre a acallar o aplazar sus planes, pero es una especie de bomba de relojería, con fecha indeterminada, que podría convertirse en el principal peligro para Chirac. En todo caso, la inestabilidad de la mayoría parlamentaria puede ofrecer al Elíseo rialancas de presión sobre el Hotel Matignon. Para reforzar su posición -ante el propio Presidente de la República- Chirac ha optado por someterse en caliente, el 9 de abril, a un voto de confianza del Parlamento, trámite al que no estaba obligado por la Constitución; aspira con ello a atar a los diputados con un compromiso de: apoyar al Gobierno, al menos en esta etapa incicial. Despues, con los decretos-leyes, Chirac tenderá a reducir probablemente el papel del Parlamento en la realización de su programa.

En el terreno de la política exterior se han empezado a hacer sentir los primeros efectos de la nueva situación en la cumbre del Estado francés. La retirada de los llamados observadores franceses de Beirut había sido decidida por Mitterrand, pero éste quería que el nuevo primer ministro asumiese su parte de responsabilidad. Se trata de un gesto simbólico, interpretado en los medios cristianos de Líbano como el inicio del abandono de la tradicional presencia francesa; gesto particularmente doloroso para los aliados de Chirac de la UDF, el sector francés más comprometido con los cristianos libaneses.

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Por otra parte, dos momentos delicados están ya en el orden del día: la visita este mes de Chirac a Bonn y la presencia conjunta de Mitterrand y Chirac en la cumbre de Tokio en mayo. En ambos casos será muy difícil para el primer ministro, sin salirse de la Constitución, dejar de apoyar las grandes opciones políticas decididas por el presidente de la República. Pero el proyecto de Chirac no es ser un buen primer ministro, sino preparar su candidatura para el Elíseo. Por ello quiere aparecer ante la opinión francesa con aires y papeles de presidente; y es lógico pensar que de aquí puedan surgir, en fecha más o menos cercana, contradicciones peligrosas para la cohabitación.

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