Dejadas de la mano de Alá
La falta de documentación y el ambiente familiar dificultan la incorporación de las mujeres islámicas a la sociedad
Son mayoritariamente analfabetas, muy pocas acaban la enseñanza secundaria y es raro encontrar alguna universitaria. El servicio doméstico y la prostitución son sus dos salidas laborales más frecuentes. Como los hombres de su comunidad, tienen problemas de documentación y consideran un carné de identidad como un don del cielo. Pasan de la autoridad paterna a la del marido sin solución de continuidad. Rechazan el aborto y los medios anticonceptivos de forma masiva, creen, Y en general, que pecan si fuman o beben alcohol. Son las mujeres musulmanas que viven en Melilla, en unas condiciones que jamás harían pensar que, un buen día, amanecieron dentro del Mercado Común.ENVIADA ESPECIAL Arkía Mimón Mohamed, 42 años, va completamente vestida de blanco: varias faldas superpuestas, manga larga, un pañuelo sobre otro para taparse el pelo, como manda el Corán. "No me hagas fotos, que se va a encelar mi marido". Pero no parece muy posible que se encele. Murió hace dos años, y la dejó así, con 10 hijos, hoy de 25 a 7 años, que le viven todos en casa- "no te asustes, no estoy asustada yo, que soy la madre, y estoy muy contenta..."- y enlutada de blanco, tapada por completo, como él quería, con la promesa de que no volvería a mirar a un hombre. Por eso piensa que "se va a encelar, que hasta cuando se estaba muriendo me decía: 'no te quites el velo, que te quiero mucho'. Yo le prometí a mi marido no quitarme esta ropa hasta que me muera y no volver a casarme".
Arkía participó, el 29 de enero, en la protesta de las mujeres musulmanas contra la ley de Extranjería, en Melilla. Ella fue, como una más, a manifestarse a la plaza de España, para apoyar, con banderas blancas, a los casi 40 hombres del colectivo musulmán que se pusieron en huelga de hambre, porque no quieren ser considerados extranjeros. Desde entonces, en alusión a las argentinas de la plaza de Mayo, han sido llamadas Madres de la Plaza de España. Arkía se convirtió en su portavoz.
Sus padres la criaron en el miedo, "corno en la era de Kunta Kinte", y ella no tiene empacho en confesarlo, quizá porque piensa que empieza a quitárselo de encima. "De chica estuve estudiando en la mezquita y ya nuestros propios jefes musulmanes nos decían que no habláramos, que nos iban a tirar la casa, que nos podían quitar la documentación". Pero es que, además, "oíamos decir a nuestro paso: 'María, quítate de enmedio, que viene la mora", como luego, bastante más mayor, ha tenido "que soportar que un guardia me dijera: 'trozo de burra, para qué te van a dar a ti un volante para el médico'. Ahora", comenta sin rencor, "nuestros hijos han estudiado un poquito y ya sabemos que las cosas no deben ser así".
El rosario de despropósitos del Gobierno, entre los que tuvo un papel fundamental la desmesurada carga de la Policía Nacional contra las mujeres musulmanas de la plaza de España, ha empezado a abrirles los ojos. Aunque su mirada alrededor haya venido de la mano del líder, como todos los musulmanes melillenses llaman a Aomar Mohamedi Dudu, primus inter pares de la musulmanía local por mor de una licenciatura en económicas y de sus dotes de mando, y a través de la asociación que ha creado, Terra Omnium.
Arkía Mimón Mohamed nació a los dos meses de que muriera su padre. Por eso el mejor recuerdo que guarda de su marido es que "fue además, hermano y padre". La casaron cuando tenía 13 años con un primo hermano de su madre "que me lleva 25 años". (Ella habla siempre de su marido en presente, como si estuviera entre los vivos y fuera a repetirle en cualquier momento: "No te quites el velo, que te quiero mucho".) "Él tenía un cafetín y yo volvía del colegio pasando por allí, porque era mi tío y me daba un durillo. La sincera verdad es que yo, a los 13 años, no estaba enamorada, pero a los tres o cuatro días de casarme me acostumbré a él, porque si rompía una cosa o hacía mal una comida no me regañaba, y cuando mi suegra o mis cuatro cuñadas me mandaban algo, él decía: 'a esta niña la he traído del colegio para mí, no para ustedes".
"Mi marido", prosigue, "me enseñó a ser buena. Él lo fue siempre conmigo, y no se enfadó, como es habitual entre nosotros, cuando me nacían niñas, y no niños. Tengo ahora tres varones y siete niñas. Se me murió uno de cada sexo".
Fue una suerte que Benaisa, el marido de Arkía, no se enfadara porque le nacieran hijas: dos de éstas son ahora las que mantienen a su madre y a sus ocho hermanos trabajando como limpiadoras. La mayor de todos, Huría, de 25 años, friega barcos de la compañía Transmediterránea, aunque tiene el diploma de mecanografía y empezó puericultura. Es una mujer juiciosa, que cree que se puede ser musulmana sin renunciar a ver más allá del mar. De un mar que no dudaría en cruzar quizá para siempre si no dependiera de ella el pan de tantas bocas.
Cuerpos golpeados
Es tan contradictorio el despertar de Arkía, parece desde fuera tan lento el reloj del Islam, que ella, como muchas otras mujeres musulmanas de Melilla, puede echarse a la calle para clamar por su derecho a vivir donde han nacido sus hijos y a la vez creer ciegamente en la dependencia del hombre; pueden mostrar al fotógrafo sus cuerpos macerados por los golpes de la policía y aceptar que el pudor de las mujeres sea patrimonio de los hombres; puede decir Arkía que no quiere casar a sus hijas a la fuerza, "que ellas elijan, para que no me culpen si les va mal", y afirmar rotundamente que "el hombre debe mandar en la mujer siempre, y la mujer, obedecer".
Es una regla dura para las mujeres ésta del Islam. Arkía es, dentro de la Cañada de la Muerte, el barrio donde vive -en cuyas casas, salvo raras excepciones, no hay agua corriente-, una de las mujeres más despiertas. Aunque diga que educa a sus hijos "de forma abierta" y añada, sin pestañear, que "es pecado que fumen las mujeres, es una vergüenza. Los hombres, no, porque son masculinos". Sin embargo, esta mujer permite que la tradición haga aguas en la forma de vestir de sus hijas. "Me gusta que mis niñas se críen sueltas, para que tengan seguridad en sí mismas. Si una niña va vestida de musulmana, la provocan más".
En la Cañada de la Muerte, donde viven algo más de 4.000 habitantes, todos ellos musulmanes; donde los hombres y los jóvenes están en paro, Incluso alguno que tiene el codiciado documento nacional de identidad, y donde las que suelen trabajar, fregando casas, son las mujeres, vive también Zaanant Saddilc, una madre de familia que no sabe su edad, pero cree que pasa de los 55, casada con un vendedor de lotería. Zaanant no entiende casi castellano y explica en sherja que está educando a sus hijos -tal como la educaron a ella. No concibe que su hija pudiera casarse- con un cristiano, como llaman los musulmanes de Melilla a todos los que no lo son, y cuando se le pregunta qué haría si se enterara que- su hija mantenía relaciones sexuales prematrimoniales da por zanjada la conversación y se mete en su casa.
Mimona Mohamed, "30 o 31 años, no lo.sé"., tiene cuatro hijos "porque estoy easada", y le parecería mal haberlos tenido sin pasar, por la vicaría musulmana, excepto que esa circunstancia estuviera, prevista por Alá: "Todo es cosa de: Dios. Si está escrito que tenga h1_. jos sin tener marido..." A la pre-. gunta de si cree que hay que carribiar algo de las costumbres islámicas, Mimona, casada con un ven-. dedor de pescado, responde tajante: "Quiero que mis hijos sigan las costumbres y la religióri".Novios de la muerte
En el poblado de Cabreriza kIta., frente al cuartel de la Legión, muy cerca de donde se centraliza el tráfico de toda la droga de Melill a, se hacinan en chabolas y barraca,s sin luz ni agua, niños enfermos por la, humedad, madres paulpérrimas y, mujeres de la vida que se creen casadas con legionarios. Nos han llevado allí cuando hemos preguntado si no hay matrimonios mixtos, si moros y cristianos no traspasan. nunca la barrera de la endoga.mia.. tan insalvable para los musulmanes de esta ciudad. Parece que se dan algunos casos, generalmente, eso sí, entre mujeres que viven de su cuerpo y hombres que ganan la gloria en el mercenariado de las armas.
Los novios de la muerte no ticinen más que cruzar la carretera, a, la salida del cuartel, para encontrarse prostitutas, mujeres indocumentadas o solteras cargadas de hijos, desdichadas, en fin, a las que no se sabe si la suerte hirió con zarpa de fiera antes de conocerles o precisamente por ello.
Malika Mohamed Salah, 28 años, soltera, cuatro hijos de siete años a cuatro meses, ha logrado pinchar la electricidad del tendido para ver, en imágenes distorsiona-
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Dejadas de la mano de Alá
Viene de la página 10 das en blanco y negro, y mientras atiende a varios niños Ilenos de heridas y mugre, cómo los protagonistas de Dinastía conspiran en amor y lujo en tomo al petróleo. El padre de sus hijos es marinero en Marruecos y ella vive de lo que le da su propio padre, que tiene una tienda, y de trabajos esporádicos en las casas. "Mi marido me trata bien, aunque cada uno tiene su camino". No ha pensado en casarse: será lo que traiga el destino".Halima Gilali es, a sus 40 años, abuela de dos niños. Nació en Fez, lleva 18 años en Melilla y estuvo casada en. su país con un policía. Ahora se considera en segundas nupcias, armadas también, porque hay un legionario sin pase de pernocta que va a comer a la una y vuelve otro rato a las seis. Ella dice que le obedece y que no le tiene miedo, porque "es bueno conmigo y nunca me ha pegado". Lo que más le gusta de él es que "no me falta de nada". ¿Es guapo? :Sonríe. "Sí, el corazón. lo tiene bueno, no la cara. Es negro, senegalés". Halima dice que su marido se irá cuando acabe en la Legión y que sabe que no la llevará con él, pero enseña orgullosa una foto guardada en un plástico, en la que el ave de paso toca el cornetín vestido de verde, enseñando pecho y mirando fieramente al tendido.
Mujeres que no existen
También es legionario y senegalés el marido de Malika Mimón. Se casaron por lo civil hace un año, cuando ella tenía 26. No se separaría de él "jamás, aunque se portara mal conmigo", y dice que dentro de seis meses, cuando él deje el Tercio, la, llevará a Barcelona, porque es carpintero, aunque no tiene trabajo. Malika cuenta que le gustan los legionarios, aunque causan problemas: "quieren aprovecharse de las mujeres, pero eso a mí no me pasa, porque tengo marido".
Viven las mujeres del poblado de Cabreriza Alta sin existir para la Administración española, muchas de ellas no ya sin el lujo del carné de identidad, sino sin tener tampoco la tarjeta estadística, que les impide salir de Melilla, pero da fe de que viven. Por eso, cuando Miluda Mimón Hadi, 21 años, recibió una puñalada que le ha dejado una cicatriz en una nalga, triste trofeo de su profesión de: habitante impenitente de la calle, no pudo denunciarlo, "porque no tenía papeles". También a ella le ha llegado su legionario senegalés, y no ha dudado en juntarse con él, porque "no tengo a nadie, no me gusta la calle y quería recogerme. Cuando yo saque la documentación", dice, "me llevará a su tierra",
¿Ninguna está con un legionario español? "Sí, yo", dice Davia Amar, soltera, 28 años y cuatro hijos, "pero ahora está en la cárcel".
A las ocho de la mañana del día siguiente a la boda de Fatima -hoy 24 años y dos hijos-, celebrada en 1980, su suegra se presentó a aporrear la puerta de los novios. El marido, Mohamed, tenía que cumplir con la norma y enseñarle a su madre el pañito donde había recogido, esa noche el testimonio fehaciente de la virginidad de su esposa. Como ella y el marido, hoy pertenecientes al ambiente más urbano y de menos apuros económicos de la musulmanía melillense, habían violado reiteradamente la sagrada regla de la castidad desde que se conocieron y empezaron a verse a escondidas, cuando ella salía del instituto, Mohamed le dijo a su madre que no tenía pañito que enseñarle. Ni corta ni perezosa, la suegra empezó a lanzar los aullidos rituales típicos del momento de la comprobación y las vecinas se quedaron tan satisfechas.
Karima Aomar Tufali, 19 años, soltera, estudiante en la Escuela de Artes Aplicadas y reciente premio de escultura, forma parte de la comisión gestora de la mujer, que están organizando las musulmanas, y reconoce que "siempre chocamos con el problema de lo que el Islam dice o no dice. El Islam", añade, "coarta la liberación de la mujer en todo y hace que hasta nosotras seamos machistas".
Karima, hija de un maestro del Corán, guarda el Ramadán "por respeto a mis padres y a la religión", pero "de vez en cuando me tomo una caña o un bocata de jamón", pequeño pecado alcohólico, incursión contra la regla en la gastronomía porcina. Cuenta que "a una chica musulmana que fume se la considera una prostituta", y reconoce que entre los bastiones defendidos con más firmeza por el Islam está, sin duda, la virginidad. Por eso, aunque digan que entre nosotros existe el divorcio, el que es libre de elegirlo es el hombre. La mujer, una vez que se separa o se queda viuda, es muy difícil que vuelva a casarse, porque ya no es virgen. Y si a la juventud moderna eso no le importa, ahí está la familia para presionar".
Reunirse con casi una veintena de mujeres, pertenecientes a los estratos más acomodados de la musulmanía melillense, lleva a comprobar, en esta colectividad que, en muchos casos, sigue prometiendo a las hijas desde pequeñas, y en la que golpear a las mujeres está más a la orden del día que en la Península, aunque sea muy difícil que alguna hable de ello, que el Islam pervive más en los modos sociales, en la estructura patriarcal, en el significado de la obediencia y la sumisión dentro de la familia, que en la pura práctica religiosa. Las musulmanas melillenses más occidentalizadas reconocen que el contacto con la cultura europea que supone vivir en Melilla hace que se vayan relajando poco a poco algunos de los principios más rígidos.
Entre estas mujeres de cierta posición, casi ninguna de las cuales trabaja fuera de casa, las más Jóvenes se quejan de que ante unos padres islámicos nunca serán consideradas mayores de edad y de que, cuando salgan de su potestad, pasarán á la del marido. Algunas afirman que dejaron de estudiar ante la presión de sus padres acerca de si veían a compañeros masculinos oqué hacían hasta que llegaban a casa e insisten en que es necesario acostumbrar a los hombres a que las mujeres pueden hacer las cosas por si mismas y que algún día tendrán ellas que dejar de tener el matrimonio coimo única meta.
Las que pasan de los 30 años ya no piensan igual. Drifa, elegante, guapa y maquillada muy por encima de las exigencias de cara lava da del Islam, lleva 25 años casada y pinta un panorama de la mujer musulmana que recuerda a la de los países del norte de Europa. Tiene dos hijas estudiando en Granada, lo cual implica no sólo una preciada documentación en regla y unos medios económicos, sino también una cierta apertura mentaL Dice que "mis hijas tienen que llegar vírgenes al matrimonio", pero "mi hijo, ya no sé" con la misma naturalidad y convicción con la que afirma que "es pecado engañar a tu marido, pero veo normal que un hombre engañe a la mujer... aunque yo no esté de acuerdo".
Hacer pecar al hombre
Zineb fue llevada a estudiar a Madrid por su padre cuando ella tenía 18 años, hace ahora 22, y su paso por la Península no socavó su firme convicción de que las mujeres perdemos a los hombres casi por el mero hecho de existir, "Sí, la mujer es más tentadora que el hombre y le hace pecar más fácilmente". ¿Y a la inversa? "Rotundamente, no. Es más difícil. Y añade un proverbio musulmán que no se concibe cómo no ataca su pudor: "La mujer es más charlatana porque tiene dos lenguas, y el hombre piensa más, porque tiene dos cabezas".
Hablan todas después de los problemas laborales, de la falta de contrato de las mujeres musulmanas en sus trabajos, y eso cuando los logran, de la discriminación racial. Desde la protesta de la plxza de España, a fines de enero, ya no hay en el hospital dos habitaciones para que den a luz las mujeres musulmanas separadas del resto, como cuenta una enfermera, entre otras razones porque la natalidad ha descendido enormernente, entre las cristianas. Pero es indudable que la discriminación persiste.
En el plano laboral, los represéntantes del sindicato Comisiones Obreras aportan datos "de casos auténticamente esclavistas". Las mujeres musulmanas que no ejercen la prostitución en Melilla se dedican, mayoritariamente, al servicio doméstico. Una de ellas, Drija Mohamed Kaddur, sexagenaria, estuvo trabajando 11 años para una misma persona como empleada de hogar y, hasta hace tres años, le pagabán 1.000 pesetas al mes. Entonces empezó a cobrar 10.000, pero ahora la han echado. Es un ejemplo entre tantos. Al no tener papeles, carecen de contrato. La falta de documentación hace que tampoco piaedan apuntarse al paro, acudir al INEM o llevar el casoa la Magistratura de Trabajo.
La reciente Ley de Empleadas de Hogar, que exige el pago del salario mínimo, ha provocado despidos masivos entre las mujeres del servicio doméstico de Melilla, generalmente musulmanas, o trampas sistemáticas: obligan a las trabajadoras a firmar nóminas de 42.000 pesetas, pero les pagan rnenos de la mitad. La alternativa la resignación es irse a la calle.
Es Farida, de 22 años, quien resume el problema: "Ser morita y ser mujer ya es difícil. Ser morita ante los españoles y ser mujer ante los moritos musulmanes".
A la salida del aeropuerto, un gran cartel azul con estrellas blancas viene a sumar a la situación existente el despropósito geográfico. Aunque cueste creerlo, dice así: "Melilla, municipio de Europa".
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