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Apuntes de toreo al carboncillo

Plaza de Las Ventas. 23 de marzo. Cinco toros de Peñajara; 6º, de Martínez Elizondo. Bien presentados, flojos, manejables. Ruiz Miguel: estocada corta baja y descabello (aplausos y salida al tercio); estocada caída (ovación con algunos pitos y salida al tercio). Dámaso González: pinchazo hondo atravesado caído y dos descabellos (aplausos y saludos,); estocada caída ¡(ovación y salida a los medios). Juan Mora: pinchazo muy bajo y bajonazo (silencio); estocada corta (petición y vuelta).

La corrida de ayer tenía un cartel de feria, toreros con nombre en la terna, y transcurrió amable. Hubo sus gritos al presidente, es cierto, pero gritarle al presidente no resta sino que añade sabor al espectáculo y también hace fiesta. Los gritos fueron porque no devolvió al corral varios toros; renqueantes y porque no le concedió una oreja a Juan Mora. Evidentemente, ayer había disenso entre el tendido y el palco. El usía daba por enteros los toros que la afición veía lisiados, y por iriedianos los apuntes toreros de Juan Mora que: la afición llamaba güenos.

Esos apuntes de toreo güeno eran al carboncillo y era preciso interpretarlos, al contrario que los de trazo concreto y claro, cuya obviedad nadie discute. Es decir, que Juan Mora, en el sexto toro, prendía al toro en el engaño, lo embarcaba con empaque, y, la torería del pase era cierta, pero la técnica del dibujo no dejaba claro si hubo pico en su ejecución, o mano baja a ras, como quiere el tópico que se toree siempre. El toro fue protestado pero llegó noble al último tercio, preferente por el pitón derecho, y ahí se lució Juan Mora en una faena no redonda, aunque sí bonita, pinturera, y cuando ligaba el derechazo cargando la suerte, o engarzaba el ayudado, honda también.

Hubo otros apuntes de toreo al carboncillo en la tarde, y los que firmó Dámaso González, el menudo, tienen ahora un precio altísimo, pues sin esa firma nadie reconocería la autoría del cuadro. Dámaso González es el torero de la desastrada ligazón, como taurópolis conoce de sobra. O sea, que llama al toro, lo encela, lo embruja, le obliga a pasar en torno a su figura, por delante o por detrás, por arriba o por abajo. Así ayer. Y si el toro tiene un conato de geniecillo, lo atempera, o lo aburre, según hizo en el quinto. Y si para este artificio ha de poner la figura agreste o contrahecha, allá cuidado.

Cuadros así no necesitan llevar debajo la firma de Dámaso González; todo el mundo los reconoce. Pero ayer, entre circular y latiguillo, cargaba la suerte, traía al toro toreado, ceñía el diamante del asta al pequeño muslo, bajando la mano y obligando a humillar; remataba a la cadera. Y esos eran también apuntes de toreo güeno, ¡mu güeno!, que si al autor le da por prodigarlos en el futuro, habida cuenta su especialidad en embrujar toros, puede conmocionar todos los conceptos de la fiesta, que los taurinos custodian bien clasificados y encasillados.

Uno de estos conceptos, claro, es que Dámaso González no tiene arte (pues lo puede tener, según se vio), y otro, que Ruiz Miguel no sabe estar con los toros pastueños. Los taurinos pueden autocomplacerse con el acierto de este último concepto, ya que Ruiz Miguel les estuvo dando la razón ayer cuando toreaba sin temple tanto a su boyante primer toro, como al mansurrón que le correspondió en cuarto lugar. Como sus ajetreadlas faenas dejaban frío al público, intentó calentarlo añadiendo a la mediocridad de su toreo fundamental un surtido de espaldinas y circulares. Fue un error, porque estas variantes no son del gusto de la afición madrileña, y la dejó congelada. Al primer toro de Dámaso González le incomodaba que le embrujaran, hacía conato de irse a tablas, y cuando el brujo menudo quiso endosarle circulares, no pudo soportar más y huyó con el rabo entre las patas a chiqueros y otros lejanos tercios. El primero de Juan Mora tenía juanetes y se caía. La corrida, sería de fachada salió mansita y tullida, pero también apacible, muy apropiada para que la hicieran apuntes de toreo güeno. Si se los hicieron al carboncillo, sería porque los artistas tenían esa inspiración, y la inspiración es cosa de musas.

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