María Reiche
La dama de Nazca
Varias generaciones de niños han ido sucesivamente a burlarse y molestar a la bruja que día a día, durante más de 30 años, iba con su vieja escoba a barrer ella sola los 500 kilómetros cuadrados de las pampas de Nazca, en Perú. María Reiche, la matemática alemana que ha vivido como una eremita durante 40 años en el árido desierto en el que se extienden las misteriosas líneas y dibujos preincaicos, tiene hoy más de 80 años y se está quedando ciega, por lo que dejará toda actividad relacionada con sus investigaciones. "Mis ojos no ven y la vejez me abruma", dijo recientemente.
Para ahuyentar a los niños que la perseguían y a los extraños y depredadores de esta zona arqueológica única en el mundo, María Reiche usaba cualquier arma -un palo, unas piedras-, y durante años, denuncias que no tuvieron demasiado apoyo. Sólo hace unos 15 años se empezó a reconocer oficialmente su labor en Perú. Un carácter arisco y un admirable espíritu de sacrificio dificultaron siempre las relaciones con ella.Llegó a Perú tras la II Guerra Mundial, y fascinada por las misteriosas líneas, decidió quedarse en las pampas a 400 kilómetros al sur de Lima, absolutamente sola. Su guardarropa no ha tenido más de tres vestidos a la vez en los años de anónima labor, y aun después, cuando acudía a algún acto público o a la televisión, lo hacía con uno de esos casi raídos vestidos que prefería.
La dama de Nazca, con el pelo blanco siempre despeinado y unas gafas de grueso cristal, ha dedicado su vida a una obsesión de una manera casi tan inexplicable como el fenómeno de su estudio. Pero para ella la verdadera pasión es la lógica, la razón y los números, no la idea romántica de un pasado que no parece conmoverla.
Los trazos y dibujos gigantescos de las pampas de Nazca son para María Reiche un calendario agrícola, aunque las dimensiones de estas líneas impidan darse idea de lo que representan vistas desde el suelo. Sólo desde cierta altura se pueden observar e interpretar estos dibujos. Por esa razón se ignoró su existencia y valor durante mucho tiempo en Perú. La llanura de estas pampas fue surcada y deteriorada por motos y automóviles que decidían cruzarla en sus carreras. María Reiche recurrió a las autoridades hasta que por fin sus protestas tuvieron eco y se prohibieron estas prácticas.
Mientras tanto, la matemática alemana medía cada una de las cientos de kilométricas líneas con un trozo de sucio cordel para demostrar la unidad métrica que utilizaron los antiguos habitantes de estas zonas.
Las especulaciones sobre este extraño paisaje en el que se entrecruzan una especie de pistas de aterrizaje de suelo apisonado y recuadrado como para ser utilizado por artefactos aéreos, con líneas perfectamente rectas que atraviesan sin desviarse la extensión de estas pampas, son muchas y aventuradas. La inclinación a considerarlas arte de extraterrestres no es la menos popular ante un fenómeno singular que no encuentra exlicaciones convincentes.
Maria Reiche sólo habla de números. Una y otra vez ha refutado las teorías sobre el origen extraterrestre de estas figuras. Ella se empeña en coger su cordel y desplegar los planos que ha elaborado de toda la zona para empezar a explicar sus teorías y cálculos. Ella ha escrito varios libros sobre el tema y antes de retirarse ha pedido que se vigile a los turistas que quieren instalar campamentos para observar el cometa Halley y con esto deteriorar irreparablemente los dibujos de Nazca, considerados el mayor mapa estelar del mundo.
Su vida excepcional ha sido para ella sólo una de las herramientas para sus cálculos y sigue mirando con indiferencia a los que se refieren a ella con admiración. Murmura entre dientes e insiste en sus teorías. Ahora, María Reiche ha decidido por fin descansar y en su lugar queda una nueva científica, la astrónoma norteamericana Phyllis Pittaluga, que continuará su labor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.