La alternativa de izquierda al PSOE
PASADA LA resaca del referéndum, parecen confirmarse las sospechas de que la consulta del 12 de marzo escondía en la práctica una suerte de elecciones primarias, donde casi lo que menos importaba era el debate sobre la permanencia de España en la OTAN. La apropiación -indebida, cuando no fraudulenta- que cada fuerza política ha hecho de los síes, noes, abstenciones, votos en blanco y hasta de los nulos responde a intenciones electoralistas con vistas a las legislativas del próximo otoño. Con su labor de malabarismo en las interpretaciones del voto popular, los partidos de oposición tratan de maquillar su imagen, cada cual convenciéndose a sí mismo de que el referéndum demuestra que es posible, al fin y al cabo, arrebatar la mayoría absoluta al PSOE en las elecciones. De ahí la tendencia mostrada por algunos sectores de izquierda a capitalizar prácticamente en exclusiva los casi siete millones de votos negativos registrados en el referéndum. Tendencia que debiera ser contemplada con la misma cautela con que se observa la atribución de la abstención, sin distinciones, a Coalición Popular.En cualquier caso, no hay duda de que -con los matices y reparos que quieran ponerse- ha quedado patente la existencia de un hueco electoral para una alternativa a la izquierda del PSOE, cuyo papel consistiría en tratar de corregir las tentaciones de desviacionismo hacia el centro de este Gobierno y su programa socialdemócrata. Pero las posibilidades de esa alternativa -a la que todos, incluidos los socialistas, dicen considerar imprescindible para un mejor equilibrio político- aún estan por cuantificar. Mucho dependerá de que las fuerzas que tratan de aglutinarla logren formar una plataforma en torno a un programa creíble y superar la confusión y los personalismos que empezaron a apuntar incluso antes de la última consulta.
El día 13 de febrero, cuando la precampaña de la consulta sobre la OTAN se encontraba en pleno apogeo, la Federación Progresista, grupúsculo liderado por Ramón Tamames, y el Partido de Acción Socialista (PASOC), cuya militancia parece resumirse en su propio liderazgo, anunciaron la formalización de un acuerdo de coalición electoral bajo el título provisional de Alternativa de la Izquierda. Ambos partidos, de cuya efectiva representación de una parte, ni aun minúscula, del electorado merece la pena sospechar, trataban de ponerse a la cabeza de la manifestación que se avecinaba tras el referéndum. Y que debería estar básicamente engrosada por las filas del PCE.
El Partido Comunista de España, que, por razones tácticas -aunque se hayan querido en ocasiones disfrazar de generosidad-, cedió a la Plataforma Cívica para la Salida de España de la OTAN gran parte del protagonismo que hubiese podido corresponderle durante la campaña, quiere ahora recuperar su papel estelar. Las movilizaciones y manifestaciones de la plataforma gozaron del apoyo y la capacidad de gestión de Comisiones Obreras y del propio partido. Y el pasado día 15, Iglesias, acompañado de sus vicesecretarios generales Sartorius y Curiel, entregaba a la Prensa un comunicado en el que se subrayaba que "por primera vez en los últimos años se dan condiciones para unir en torno a un proyecto progresista, de izquierdas y transformador, a las fuerzas sociales y políticas que reclaman, desde la izquierda, una alternativa a la política conservadora y atlantista del Gobierno de Felipe González". Era el primer llamamiento formal hecho tras el referéndum desde el cuartel general del PCE para la creación de una plataforma electoral.
El martes 18 se producía la primera reunión de la Plataforma Cívica para la Salida de España de la OTAN en busca de una solución de futuro. La reunión, en la que participaron PCE, CC OO, PSUC y varias organizaciones controladas por los comunistas, junto a progresistas de Tamames, PASOC, marxista-leninistas, humanistas e independientes varios, se celebró dentro de un espíritu que recordaba los mejores tiempos de la llamada platajunta de 1976. En realidad, si el Gobierno hubiera perdido el referéndum, este ambiente de inicio de la transición -con su abundancia de siglas, partidos y partiditos- hubiera gozado de oportunidades serias para reproducirse. Pero tras la victoria del sí, el comportamiento de la plataforma ofrece una versión atemporal y hasta arcaica, de la que no es posible deducir sin dificultad que pueda generarse en efecto una alternativa de izquierda.
Una última decisión sobre la pervivencia de esta nueva plataforma se ha aplazado -como casi toda la vida política- hasta después de las vacaciones de Semana Santa. Sus posibilidades de éxito -éxito sería que un grupo así obtuviera escaños suficientes para crear un grupo parlamentario en la próxima legislatura- no dependerán principalmente de que progresistas, puertistas, independientes y demás logren superar sus personalismos y divergencias, llegando a un acuerdo con el PCE. Tampoco de que las muchas formaciones regionales o locales de izquierda alternativa o marginal que proliferan por el país acepten integrarse en una plataforma controlada por los comunistas, por más que el PCE acepte renunciar a sus siglas y símbolos (como ya hiciera el PC portugués con su Aliança do Povo Unido) en aras del entendimiento electoral. Ninguno de estos pasos tendría credibilidad ante el electorado si no pasa por un entendimiento entre los propios partidos comunistas que resultaron de la fragmentación del PCE en los últimos años.
Los comunistas aparecen por el momento como principal motor de cualquier plataforma a la izquierda del PSOE, y de esta forma se ven abocados a entablar en las próximas semanas dos negociaciones paralelas y quizá incompatibles: por un lado, con las fuerzas heterogéneas que integraron la Plataforma Cívica. Por otro lado, con el Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), de Ignacio Gallego, y con la Mesa para la Unidad de los Comunistas, de Santiago Carrillo. Gallego es el único de quienes apoyaron a la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas que se ha mostrado proclive a iniciar un diálogo para la formación de esa alternativa electoral de izquierda, mientras Carrillo ha rechazado cualquier acercamiento que no implique una nítida opción comunista.
En resumen: demasiados ingredientes para una sola salsa, que generan un escepticismo razonable sobre la viabilidad del proyecto, que, tal y como está hoy planteado, resulta esencialmente un programa electoral de recuperación de los comunistas. Lo que, de dar resultado, no sería, desde luego, poca cosa.
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