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Ruleta

Manuel Vicent

Antes de que fuera inventado el sentido de la culpa, los dioses se jugaban el destino del hombre a los dados en una taberna del Olimpo. La suerte podía ser adversa, pero al menos uno no tenía la obligación de elegir. Todavía no habían nacido los moralistas. La existencia fluía según el aire del azar y todos los actos eran gratuitos. La crueldad y, el amor poseían el mismo grado de inocencia, el absurdo lo purificaba todo y para interrogar al oráculo bastaba con sacrificar un palomino o prender una viruta de incienso a los pies de la sibila. El consuelo tampoco servía de mucho, aunque resultaba barato. Aquel tiempo de candor terminó cuando Jehová dio un golpe de Estado en la parte occidental del firmamento y fijó su bota de antílope en nuestra nuca. Hoy los dioses paganos se han refugiado en los casinos. Ya no visten clámides ni sandalias de oro, sino esmoquin ceñido de crupier, pero su rito es idéntico y Badem Badem puede considerarse un templo tan iniciático como Delfas.Estoy sentado a la mesa de la ruleta y acabo de hacer una apuesta irresponsable. La bola blanca vuela contra el viento de los números produciendo un levísimo fragor de caoba, y al posarse suavemente, de pronto da un quiebro de mariposa y muere. Yo no tengo la culpa de nada, no he pecado, pierda o gane me siento libre y puro en brazos de una fuerza oscura que no depende de mí. 32, rojo, par y pasa. ¿Quién sería. capaz de reprocharme el haber elegido mal? Sin duda los dioses ebrios han emitido un juicio hostil sobre mi destino, pero ellos pueden cambiar de opinión en la siguiente jugada. No existe placer como éste: dejarse llevar por el fluido de las horas y los días sabiendo que el deber es sólo una posibilidad contra 36, llegar a la convicción de que la moral, como la bola, siempre la echan otros. Sentado a la mesa de la ruleta anoche, yo pensaba en la timba de la taberna del Olimpo, donde los dados aún decidían la felicidad de los mortales caprichosamente, y contemplaba los rostros de los jugadores que interrogaban el oráculo poniendo dádivas en el paño. También descubrí un método infalible para ganar siempre: sentirse condenado e inocente.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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