España y los judíos
Ernesto Giménez Caballero -el que anhelara, sin obtenerlo, el sillón de gran inquisidor del fascismo español- ha publicado un artículo que, encabezado por el título Los judíos de patria española (EL PAÍS, 4 de marzo de 1986) y destinado en principio a subrayar su papel en la recuperación de lo sefardí, por los tiempos en que dirigía La Gaceta Literaria, acaba -como el rosario de la autora- hablando de los nazis, de Israel, del marxismo y la era nuclear. ¿Por qué tanta confusión? No hay que olvidar que su interés por lo judío estaba enmarcado en un sistema de pensamiento que hacía del judío la encarnación del espíritu revolucionario. En su Arte y Estado (1935), el ahora nuestro amigo nos definía con estas cariñosas palabras: "El espíritu turbio, voraz, revolucionario y herético que desde tiempo acechaba en la sombra ( ... ): el espíritu errabundo y oriental de Israel. El espíritu judaico". Por aquellos tiempos, don Ernesto veía la salvación del mundo frente al terrible espíritu judaico en Roma (la Roma de Mussolini, por supuesto). ¿Y ahora? Ahora respira más tranquilo: por fin los judíos se han ido a su casa. Han puesto fin -dice- a su errabundez milenaria y, como si se tratase de una relación causa-efecto, también la religión marxista está en decadencia. Es lógico, puesto que nos honra atribuyéndonos su creación. Pero es más: ya no es Roma -donde, muy en desacuerdo con sus previsiones, el partido comunista tiene destacado papel en el concierto político- la que va a salvarnos de los judíos. Es Israel -a la que sin duda ve como la nueva mano dura del imperialismo- la que va a salvarnos, acaso la que por fin le dará el ansiado ministerio de propaganda. No se despiste, don Ernesto: deje de justificar sus delirantes sueños fascistas con su supuesto favor hacia los judíos españoles, y no piense que los errabundos estamos acabados. Para su desasosiego, todavía quedan muchos judíos -y no judíos-, israelíes y españoles, que no han encontrado Sión-
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