Chantaje en Beirut
EL SECUESTRO de cuatro periodistas de la cadena de televisión francesa Antenne 2 por fundamentalistas islámicos en Beirut se inscribe en el sistema de chantajes que el terrorismo viene aplicando a las relaciones internacionales en los últimos meses. Quienes reivindican el hecho criminal exigen, para la liberación de sus rehenes, la devolución a Francia de dos disidentes iraquíes -fundamentalistas shiíes también- entregados por el Gobierno de París al de Bagdad y el fin del apoyo francés a Irak en su conflicto armado con Irán. El ultimátum, al que ha acompañado por otro lado la noticia del asesinato del sociólogo Seurat, secuestrado en mayo de 1985, expira dramáticamente el próximo domingo, día de elecciones legislativas en Francia, y en las que muy probablemente perderá la mayoría el partido socialista frente a una plataforma de la derecha que puede estar llamada a formar Gobierno.Todos estos factores se entremezclan confusamente en el escenario: por una parte, la evolución en el Próximo Oriente y Líbano, donde Francia tiene contraídas responsabilidades históricas -es un país francófono, y durante el protectorado francés se institucionalizó la hegemonía de los cristianos en la vida política sobre las mayorías musulmanas-; por otra, es preciso recordar que el ayatollah Jomeini fue exiliado del sha en Francia, desde Francia lanzó su revolución y en los primeros tiempos de ésta París intentó inútilmente jugar el prestigio que ello le hubiera reportado o el agradecimiento al que se hubiera hecho acreedor. Por lo demás, en la actual situación el Gobierno francés ha prestado toda clase de apoyo diplomático, y fuertes ayudas militares, al régimen de Bagdad, cuyo fracaso en la guerra contra Teherán es cada día más evidente, pero de cuyo mantenimiento depende en buena medida aún la permanencia de los intereses occidentales en la zona. En medio de este conflictivo teatro, son ya siete -tras el asesinato de Seurat- los rehenes franceses aún en poder de diversos grupos terroristas islámicos en Beirut; de los rehenes, cinco son periodistas (los cuatro integrantes del equipo televisivo y Jean-Paul Kauffmann, redactor de L'Evenement du Jeudi, secuestrado hace casi un año) y dos diplomáticos.
El secuestro del equipo de Antenne 2 ha incidido con la espectacularidad que era de esperar en la campaña electoral francesa. El Gobierno se muestra incapaz de explicar los motivos por los que entregó a Bagdad el 19 de febrero pasado a los fundamentalistas shiíes -se habla de un error administrativo-, pero asegura que, según sus noticias, se encuentran bien, en arresto domiciliario. Numerosas voces se ahan ahora en Francia -incluida la del primer secretario del partido socialista, en el poder, Lionel Jospin- solicitando a Irak que deje en libertad, expulsándoles de su territorio, a los dos disidentes que Francia entregó. Mientras tanto, los fundamentalistas libaneses no pierden el tiempo en exigir otras reivindicaciones: amenazan con matar a los dos diplomáticos secuestrados si Francia no libera a los miembros de un comando, acusados de haber intentado asesinar en París, en junio de 1980, al antiguo primer ministro iraní Shapur Bajtiar. El Gobierno de Fabius, agobiado ya por las premuras de unas elecciones que se disponía a perder, ha perdido también por el momento los papeles: la críticas crecen, y la firmeza expresada por el primer ministro, en el sentido de no negociar, es entendida por sus adversarios como una rigidez inadmisible en estos momentos.
Cabe señalar la particularidad de que el execrable chanta e que los terroristas pretenden llevar a cabo se realiza esta vez con el secuestro de cuatro hombres dedicados a tareas informativas, que acudieron al lugar de los hechos desarmados y sin otro objetivo que el de informar a los ciudadanos franceses in situ sobre la situación libanesa, incluidas las posiciones de los propios terroristas. Contrasta el buen hacer profesional de ese equipo de la televisión con la actitud miserable de sus secuestradores. Al menos 18 periodistas occidentales han sido secuestrados ya en Líbano en los dos últimos años, y los corresponsales allí acreditados viven sometidos a una situación de tensión y angustia creciente. Mientras esto sucede, los Gobiernos occidentales víctimas de este terrorismo internacional -y notablemente el norteamericano, el británico y el español- han hecho llamamientos a algún tipo de autocensura, o incluso a la aplicación explícita de la censura, en las informaciones sobre el terrorismo. Desafiando las amenazas de los criminales, por una parte, y las presiones de sus Gobiernos, por otra, los medios de comunicación de los países democráticos vienen esforzándose en ofrecer una, información lo más exacta y contrastada posible del complicado escenario libanés. Los riesgos de su oficio a la vista están. Por eso cuantos esfuerzos se hagan por obtener la liberación de estos rehenes estarán encaminados a garantizar también el ejercicio del periodismo y la libre circulación de noticias frente a los chantajes y las amenazas del terror y frente a intereses políticos de todo género.
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