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Crítica:VISTO / OÍDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo que nunca muere

Vicente Molina Foix

Lo que nunca muere es el drama, el melodrama. Ana Diosdado lo sabe. Y por eso Segunda enseñanza, que hoy ofrece su quinta entrega, vuelve a ocupar el terreno sobre el que ya se asentaba principalmente Anillos de oro: familias rotas, niños atribulados, madres solteras, ejecutivos incapaces de vender una escoba, mucho paisaje bajo la lluvia, mucha música dulce y repetida, muchas frases sonantes. Otra cosa que sabe Diosdado es que el drama individual entra mejor enmarcado en una institución o un colectivo, sobre todo en el caso de historias seriales. En Anillos de oro, el bufete de los abogados era espejo y motor de las penas y alegrías; en Segunda enseñanza, el colegio centraliza los casos narrados para luego dispersarlos: la rutina en las aulas y la vida fuera de ellas. Todo comentario sobre una serie en que repite fortuna el tándem Masó-Diosdado no puede evitar el referirse a aquel programa de indudable éxito popular, dos veces emitido y bendecido por algún alto mando de la casa con las mejores palabras. Palabras que han vuelto a oírse en la presentación a la Prensa de Segunda enseñanza. Recordando el pasado de Pedro Masó durante el franquismo, como productor primero y director después de comedietas del más crudo reaccionarismo y oportunismo populachero, un amigo malicioso que habita bajo mi propio techo comparaba ese descubrimiento de Masó por parte de los jerifaltes de TVE con los que experimentó el ministro Barrionuevo a propósito del instituto armado más activo en la dictadura.

En sus primeros capítulos, Segunda enseñanza ha estado marcada por la sensiblería y los intentos de la guionista de capitalizar dramáticamente los chillones impactos emocionales de su trama, desde el descabellado suicidio del adolescente el primer día a la revelación de paternidades culpables y otros fantasmas domésticos. Dialogada con la misma naturalidad -a veces ramplona- de su serie anterior, lo que sí destaca hasta ahora en Segunda enseñanza es la envergadura que Pedro Masó consigue dar a veces a su narración. Envergadura que no sólo apunta a la agilidad del ritmo, sino a un virtuosismo formal al que no estábamos acostumbrados en un artífice siempre más propenso al brochazo que a la filigrana. El adecuado predominio de planos largos, donde los personajes funden su tiempo de acción con el espacio no fragmentado, y en especial la extensa escena en una sola toma en que Carlos Larrañaga es presentado a Ana Diosdado en el rellano del colegio (capítulo de la semana pasada) revelan que Masó aborda la realización con rigor y lo hace en ocasiones con elegancia.

Otro factor que sorprende muy gratamente -sobre todo en un plantel de actores que hasta ahora ha pasado vertiginosamente de lo bueno a lo pésimo- es la interpretación de la propia Ana Diosdado.

Aunque es conocida la estirpe de grandes intérpretes a la que pertenece, su intervención en Anillos de oro, quizá por la difuminación del personaje encamado, resultó opaca. Lo contrario sucede en Segunda enseñanza. Diosdado ilumina una figura de perfiles memorables cultivando los tonos grises y melancólicos, en cierta medida en la vena de algunos personajes femeninos de Ingmar Bergman, y hace girar en torno a su persona de maestra frustrada y voluntariosa la constelación de siluetas menos precisas y a veces francamente obtusas que componen la galería de la serie.

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