Las progres
Las progres -apócope de progresista- de los 60/70, eran el cruce de la española/española, con su tipo de manola, y la marxista de oídas. El apelativo progre llegó a tener algo peyorativo, pero en mi argot personal nunca lo tuvo. Una buhardilla por la Fuente del Berro, unos cuantos cursos aprobados de Económicas, un póster del Ché, Rayuela (1) de Cortázar y los discos de Serrat, mayormente La tieta: ya teníamos una progre (2).Chumy Chúmez me dio la definición precisa y científica de la progre:
-Mira, Umbral, es la que, mientras se desnuda, te pregunta: "¿ cómo va lo de Portugal?".
Obviamente, la revolución de los claveles estaba en su perihelio. Se peinaban de pelo tirante o de melena afro. Vestían suéters o camisas, mucha lana y pana en verano. Pana e incluso napa, que nunca he sabido lo que es, salvo la inversión de una palabra. Nada de esto les quitaba encanto, sino que se lo añadía. Vivían como en un monacato de izquierdas que incluía, también o principalmente, lo ético:
-El fundamento de la pareja es la transparencia. Me lo tienes que contar todo.
No habían descubierto aún el hedonismo marcusiano del cuerpo como instrumento de placer, más que de trabajo, ni El cuerpo del amor, de Norman Brown, ni El nacimiento de una contracultura, de Paul Goodman. Eran las hijas apócrifas de los perdedores de la guerra, porque sus padres reales y oficiales solían ser delegados de Abastecimientos y Transportes en provincias. Vivían, mayormente, una vez acabada la carrera, de las clases, de las traducciones o del cine. Una mujer, en el cine, siempre sirve para algo. Incluso para actriz, en último término.
Las actrices progres habían decidido desnudarse mucho en las películas, recreándose en la suerte, proque un seno joven, entonces, era una enmienda a la totalidad de las Leyes Fundamentales del Movimiento. Luego, cuando el desnudo, con la liberté, se hizo comercial y reaccionario, decidieron abrocharse hasta la barbilla.
En este país tan politizado, la mujer siempre se ha desnudado políticamente y por turno. Unas veces les toca a las de derechas y otras veces a las de izquierdas. El caso es que se vayan desnudando todas y podamos pasarle revista al material. Sólo las últimas generaciones -Blanca Marsillach y sucesoras- han accedido a un desnudo natural, ni comercial ni erótico, que es el que se está imponiendo.
La progre había renunciado al matrimonio por alienante, y si, muchas veces, prefería relación con hombres casados, era por conculcar a fondo este sacramento social y sacramental. Pero la progre no era exactamente la feminista. La progre se regía aún por la lucha de clases, y no por la lucha de sexos. Marxista oficial o compañera de viaje, a la progre la explica la conciencia social, de la que la conciencia sexual sólo era un aspecto más. En esto era más lúcida que la feminista.
Dicen los nuevos filósofos franceses que el materialismo histórico es grosero porque no considera, por ejemplo, el impulso snob de la sociedad. El snob, en puridad, no desea nada, desea la Nada. Pero se trata de una nada materializada en cosas y que ejerce su imperio sobre las cosas. Llamar al deseo del snob metafísico nos parece excesivo. Ya sabemos que la humanidad tiene un fondo de insatisfacción perpetuo (que viene de la muerte, claro), pero esto ni se comenta, por obvio. Se comenta el devenir histórico, y en eso estaban las progres metidas hasta la matriz. Lo dijo la Masielona, que era entonces una musa progre, en una entrevista:
-Ya tengo leídos "El primer y el segundo sexo", de Simone de Beavoir.
Progres, naturalmente, eran las estudiantes y profesoras de la burguesía media. Las obreras eran obreras, y nada más. Pero la revolución, en todos los países, y no sólo la Francesa, la ha hecho la clase media (3). Todos, en la España entre aquellas dos décadas, verdaderamente entrañable, tuvimos una novia progre, o varias.
Yo llegué a escribir, incluso, por encargo de Ignacio Camuñas o ,uno de sus infectos sicarios editoriales, mi Carta abierta a una chica progre, que funcionó bastante, y que siempre he sospechado que Camuñas no me satisfizo en todos sus rendimientos económicos, aunque tampoco podían esperarse muchas ventas de un editor que no creía en los libros, como me dijo una vez en su chalet editorial de López de Hoyos, con enredadera en la fachada:
-El libro es a la televisión lo que la carreta al jet.
Comprendí que no se podían esperar muchos beneficios de un editor que no creía nada en su propia mercancía. Quizás había puesto una editorial como un escaño más de su ascensión política, que tampoco fue irresistible, por otra parte. Lo que más explica a la progre es la comparación a posteriori con la acratilla que ha venido después.
La progre se había limitado a darle la vuelta a la idea de fidelidad y monogamia/monoandria de las monjas, aplicando este principio, ahora, en nombre de una religión laica. En cuanto a la progre/ promiscua, exigía nuestra transparencia absoluta, en bien de la higiene de la pareja. Esto no le atormentaba a uno demasiado, dado como es uno a exhibir y comentar. Lo terrible es que la progre se obstinaba en ser asimismo transparente como uno, siempre por la higiene ética de la pareja, y había que soportar todas las tardes vodeviles de izquierdas que no nos interesaban en absoluto, y que le quitaban tiempo a nuestro tiempo. Si íbamos a una orgía donde todo el mundo se desnudaba, a la progre le entraba la mala conciencia de estar vestida:
-Estamos disfrutando, siquiera con la vista, de los cuerpos de toda esta gente, mientras les hurtamos nuestros cuerpos. ¿No crees que debiera quitarme el sostén por ética?
-Ahora mismo nos lo quitamos todo y nos quedamos en bolas, amor. Lo contrario sería egoísmo burgués.
Las progres fueron nuestras teresianas de izquierdas. Se acostaban con facilidad, pero sin hábilidad/labilidad. Querían siempre lo mismo. No tenían educación sexual -la fuerza de los tiempos (tampoco nosotros la teníamos)- y, por otra parte, funcionaba en ellas, ya digo, la teresiana roja que creía en el orgasmo unánime, eucarístico, maratoniano.
Las pequeñitas de la última generación, reforzadas de alucine y chupar candados, las han dejado en unas madres teresianas, insisto. Con las progres pudimos tener unos amores castos de izquierdas, porque la izquierda ha sido siempre mucho más casta que la derecha, en España, ya desde la Institución Libre de Enseñanza. Algunas progres, más o menos, hacían las mismas cosas que las acratillas de hoy. Lo que pasa es que las progres se buscaban coartadas éticas para todo (he aquí su profundo teresianismo), mientras que las acratillas pasan mucho de coartadas y justificaciones. Con ellas hemos dado el salto hacia la gratuidad. La progre tiene el interés sociológico de toda figura de transición.
La progre ya no es su madre, pero está muy lejos de lo que será su hija. Se ha limitado a cambiar una moral de derechas por una moral de izquierdas. La acratilla no conoce otra moral que la libertad suya y de los demás (y no hay que confundir esto con el egoísmo, porque es todo lo contrario).
Las progres, ya se ha dicho, practicaban la moral de la sinceridad (paralela a la moral católica de la hipocresía). Sus hermanas menores, las acratillas, practican la inmoralidad de la ocultación de las fuentes y el derecho a la propia vida. No hay que dar cuentas a nadie.
De adolescentes tuvimos una novia de derechas. De jóvenes tuvimos una novia progre, o varias. De maduros tenemos algunos amores imposibles y ácratas. La ácrata, si es sincera, se busca la vida y sigue su rollo. Si es de mentira, al llegar a los 23 se abarragana y a vivir. Su pecado es la droga y su virtud la libertad. El pecado de las progres era la hipocresía de izquierdas: ajustar la ética a los hechos, más que los hechos a la ética. Unas y otras parecen muy firmes en conjunto, pero se traicionan a sí mismas en privado. Unas y otras tienen su mejor momento cuando se levantan desnudas, después del amor, a buscar tabaco a la cocina.
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