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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El frágil equilibrio del mundo

LA BRUSCA caída de los precios del petróleo ha vuelto a poner de manifiesto la fragilidad del equilibrio económico mundial. Paradójicamente, la relativa independencia energética de los países occidentales, adquirida a un alto precio en términos de crecimiento económico, está resultando menos estable de lo que en un principio se pensó. El descenso de los precios del petróleo habría parecido una bendición hace unos años, cuando en unos meses pasó de 14 a casi 40 dólares por barril. Y, sin embargo, las consecuencias de una brusca caída podrían ser bastante menos positivas de lo que algunos piensan.Cuando se desató la primera crisis energética, a finales de 1973, muchos países occidentales se dieron cuenta de su excesiva dependencia del petróleo, en general, y de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en particular, y tomaron medidas para reducir esta dependencia. La segunda crisis, de 1979-1980, no hizo sino acelerar un esfuerzo que poco a poco ha ido produciendo el resultado buscado. Es decir, la reducción de los consumos energéticos por unidad de producto y la diversificación de las fuentes de aprovisionamiento.

La producción de petróleo bruto de la OPEP ha pasado de 31,2 millones de barriles diarios en 1979 a algo menos de 16 millones de barriles diarios en 1985, y aunque el alza de precios mantuvo las rentas de los países productores entre 1980 y 1982, lo cierto es que desde este año hasta 1985 el valor en dólares de sus exportaciones ha descendido en un 25%. De confirmarse la actual caída, y en el supuesto de que los precios se estabilicen algo por debajo de los 20 dólares por barril, la pérdida de estos países en relación con 1985 ascendería a más de 40.000 millones de dólares, y el déficit previsto para 1986 en la balanza de operaciones corrientes de la OPEP podría alcanzar los 60.000 millones de dólares. Estamos, pues, muy lejos del excedente registrado en 1980 y que alcanzó los 100.000 millones de dólares.

La pregunta que debe, pues, formularse es la de si esta situación es o no sostenible. Y aquí comienzan los problemas, porque no es seguro que la economía mundial pueda corregir tamaños desequilibrios sin graves traumas, máxime si se tiene en cuenta que la balanza por cuenta corriente norteamericana registrará un déficit del orden de 145.000 millones de dólares en 1986. Es cierto que la caída de los precios del petróleo hasta una cifra del orden citado proporcionaría un ahorro de unos 15.000 millones de dólares a los norteamericanos, pero no es menos cierto que el excedente de los otros países de la OCDE podría alcanzar la cifra de 100.000 millones de dólares, básicamente por causa de los resultados de las balanzas por cuenta corriente de Japón y de la República Federal de Alemania.

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La magnitud de estos desequilibrios plantea de manera urgente la necesidad de corregirlos. La mejor fórmula para ello consiste en acelerar el crecimiento económico en Europa y Japón. Las tasas de aumento del producto interior bruto (PIB) previstas para esta parte del mundo son relativamente bajas (un 2,5% y un 3,5%, respectivamente), especialmente las europeas, y es dudoso que con ellas se consiga reducir de manera significativa el paro. Algunos Gobiernos parecen decididos a intentarlo; otros dudan, porque temen que un relanzamiento de sus economías comprometería los logros adquiridos en la lucha contra la inflación. Los países europeos se han instalado en la cómoda situación del rentista que coloca su ahorro donde más le conviene y que no se preocupa demasiado de mirar hacia el futuro, o a su alrededor, hacia un mundo en donde los jóvenes no consiguen encontrar empleo y donde la tecnología se desarrolla cada vez más en otros continentes. Las formas de acelerar el crecimiento pueden ser muy variadas, y van desde la corrección a la baja de los precios de la energía (de toda la energía, y no sólo de la gasolina) hasta. el mantenimiento de los mismos, con la consiguiente reducción de las cotizaciones sociales. De una u otra forma, la decisión de los Gobiernos debe consistir en devolver, en forma de crecimiento, el regalo de la OPEP.

Creer que existe alternativa a esta orientación que contribuiría a incrementar las compras en el Tercer Mundo y aliviar la situación de esas empobrecidas y endeudadas naciones es ilusorio. Muchos de los países productores de petróleo están ya en el límite de su capacidad para soportar su deuda, y no encontrarán financiación adicional, enfrentándose entonces con la cruel, necesidad de practicar un ajuste drástico de sus economías o de acrecentar la dureza de unas políticas económicas que se encuentran en el extremo de lo socialmente soportable.

Los miembros de la OPEP tienen previsto reunirse a comienzos de febrero. Es más que probable que la reunión sea tormentosa y que no se llegue a ningún acuerdo. Algunos pensarán, en nombre de la libertad de mercado, que ni siquiera es deseable. Pero lo cierto es que si los problemas no se han planteado antes y de manera más aguda, se debe a la actitud de Arabia Saudí, que ha aceptado reducir su producción de manera más que proporcional a la caída de la demanda. Desgraciadamente, no parece que nadie, en el campo de los países desarrollados, esté dispuesto a asumir el necesario liderazgo en este asunto, fundamental para el equilibrio del mundo. Lo lógico sería que productores y consumidores iniciasen el camino de la concertación; los partidarios a ultranza del mercado dejarían algunas plumas en el empeño, pero la contrapartida sería un mundo más racional y más seguro. También más armónico y equitativo.

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