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Tribuna
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¡IVA 1986!

El impuesto sobre el valor añadido (IVA) ha entrado por la puerta grande en el inagotable venero de comicidad que parece manar de la actuación gubernamental, y para el autor de este artículo jamás ha existido un tributo que fuera más festivamente arrastrado por las plazas públicas del espectáculo. Pero la desinformación sobre la aplicación concreta del impuesto, especialmente entre los comerciantes, ha originado subidas de precios y una psicosis inflacionista poco recomendable.

Lo que iba a pasar con el IVA -y perdónenme la redundancia cacofónica- era de esperar, y cómo iban a reaccionar al efecto los partidos políticos, los comentaristas de Prensa y los humoristas de las salas de fiesta, también. Quizá este último estamento ha sido el más fiel a su tradición y ejecutoria. Ha integrado el IVA en ese generoso e inagotable venero de comicidad que merece manar de la actuación del Gobierno, la vida privada de sus ex ministros y el acento andaluz de algunos de su miembros. Jamás hubo impuesto que fuera tan festivamente arrastrado por las plazas públicas del espectáculo, lo que, por otra parte, quizá no sea perjudicial. La oposición política también ha sido coherente con su habitual postura dialéctica de, "me opongo; ¿de qué se trata?". En cuanto a la Prensa, uno se explica que ciertos medios informativos de la derecha pura y dura hablen ad nauseam de la enfáticamente denominada desinformación sobre el IVA, hasta el punto de que hasta se ha denominado al tributo impuesto del caos añadido. Si se tiene en cuenta que para ellos todo lo que no es Cógido Penal y tricornios es caos, la opinión es defendible. Pero es que en otros contextos periodísticos, que tienen una distinta opinión sobre el orden y la libertad, hayan aparecido las requisitorias tan duras que hemos visto, no tiene tanta explicación.Porque jamás impuesto alguno ha tenido tanta publicidad en televisión y en los demás medios de comunicación. Concretemos que minoristas, profesionales, artistas y servicios -más otras actividades de mayor enjundia y, por lo visto, mejor información- han recibido individualmente un pequeño folleto titulado El IVA hecho fácil. Añadamos a esto la publicidad antes citada, más un alud de conferencias, reuniones sindicales y controversias sobre costos y repercusiones, hasta el punto de que muchos periódicos, en los últimos meses del pasado año 1985, aludían jocosamente a aquel IVA omnipresente que se había convertido, según ellos, en una especie de obsesión nacional. El Estado, naturalmente, lo que no podía era impartir instrucciones particulares a cada tipo de actividad comercial, profesional o de servicios, ya que cada una tiene características su¡ géneris. Esto era misión de sindicatos y patronales, como organismos de niveles más especializados y cercanos a los comerciantes. Lo que ha pasado, por ejemplo, con los precios de los taxis y los de hostelería es claro paradigma de lo dicho. Ha habido órganos que han informado a tiempo y correctamente; otros, con no tanta urgencia ni corrección, y los más, no lo han hecho en absoluto.

La desinformación

Pero la verdad es que esta desinformación existe, pero no viene de ahora. Hay un complejo mundo de pequeños comerciantes, de servicios domiciliarios, de profesionales de segunda fila, de intermediarios fantasmas, de trabajadores de mesa camilla y de agricultores de toda laya que apenas si abonan la licencia fiscal o la rústica. No tienen una gran entidad económica, pero son muchos, casi tres millones, y su inveterada defraudación representa cuantías mayores de las que puede suponerse a primera vista. Todos estos contribuyentes están desinformados, y lo están desde la escuela, pues en nuestro país, hasta hace muy pocos años, nada se les dijo sobre los deberes de un contribuyente ni siquiera sobre los de un ciudadano.

Que este tipo de comerciantes está, en efecto, desinformado, no cabe duda. No hay más que preguntar a los amigos que pertenecen al honroso gremio si han leído el librito antes citado y escuchar sus respuestas. Tradicionalmente, se "desinforman" por desidia, por padecer el síndrome del avestruz o bien por aquello de "a impuesto revuelto ganancia de vendedores". Como no podía ser menos, saben muy poco de técnicas tributarias, pero no tan poco como quieren hacer creer. Distinguen perfectamente el fruto malo del bueno en el árbol del comercio, pero cuando se les dice que han de tributar por el beneficio que obtienen en su actividad te contestan que ellos no tienen beneficios, que todo lo gastan en vivir. Creen -o quieren creer- que beneficio es sólo lo que se ahorra. Desde el remoto pasado de aquellos famosos "cinco libros", que muñidores de fiscos averiados preparaban para la Hacienda, y cuyo contenido, de tener alguna relación con la realidad hubiera sido sólo mera coincidencia, hasta esa "estimación objetiva singular" que cambiaba todos los años y dejaba al comerciante que los pagos a cuenta dependieran de su pura voluntariedad, este tipo de contribuyentes ha estado perpetuamente al margen de una auténtica fiscalidad, hasta el punto de que llegaron a convencer a la Hacienda de que no eran capaces de llevar unas simples anotaciones contables que están al alcance de la castañera de la esquina. Levantar ahora las voces por esta situación es sólo agarrar un oportuno rábano por las hojas.

No se trata, repito, de falta de información, sino de que ésta se ha planeado para contribuyentes ideales que no son los nuestros. Un folleto explicativo de temas fiscales, teniendo en cuenta la baja formación de sus recipendiarios, no iba a llegar a ser comprensible ni aun cuando hubiera sido redactado por Camilo José Cela. Hubiera hecho falta un contacto personal entre los comerciantes y los agentes del fisco. Y el elemento humano no faltaba. Cuando hace unos cinco años comenzaron a funcionar los subinspectores de Hacienda, esa sacrificada y polifacética infantería fiscal que tanto ha servido para un barrido como para un fregado, dos fuertes contingentes de la misma se emplearon en lo que se denominaba "investigación territorial". Es decir, visitaban uno por uno, calle por calle, todos los establecimientos comerciales, profesionales y de servicios, haciendo actas pero también informando. Como su labor, diluida en esta tarea de asesoramiento, era menos rentable en pesetas que otros servicios inspectores, fueron destinados a otros menesteres, con mayor fruto pecuniario y de experiencia para ellos mismos, pero en detrimento de esta labor de aleccionamiento fiscal de los contribuyentes cuya falta ahora se hace patente. Ahora, en otras provincias se está movilizando a un gran número de subinspectores para esta misión. Éste es el camino, y todavía hay tiempo para andarlo.

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