Mendigos
Esta noche he tenido una misión. He soñado que el Gobierno socialista estaba realizando un desesperado esfuerzo por terminar las obras de la catedral de la Almudena para albergar en ella a todos los mendigos de Madrid. En las calles se hacían grandes colectas de carácter popular y las bandas de música de la Guardia Civil tocaban pasodobles en torno a las mesas con baldaquines de terciopelo que presidían ilustres damas del partido, junto a los mármoles de ciertos bancos, y el público echaba dádivas en las bandejas. Se consideró que ésta era la solución definitiva, y en la niebla del sueño vislumbré el proyecto acabado. Durante el invierno nunca se abrirían las puertas del metro a los mendigos cuando de noche la temperatura bajara a cero grados, que es al parecer el nivel térmico de la blasfemia o de la caridad. Ahora ellos tenían ya para siempre un real aposento lleno de ángeles labrados y música de órgano. Del techo no colgaban murciélagos hibernados, ni los estorninos invadían aquel espacio a través de las ventanas abiertas, ni las ratas celebraban su matrimonio entre los escombros.Durante el sueño vi, la catedral de a Almudena inaugurada con un solemne oficio de tinieblas. Estaba repleta de pordioseros alineados en colchonetas a lo largo de las naves, algunos rampaban por los altares neoclásicos pira esconder la botella le aguardiente detrás de un santo le su devoción, otros habían elegido dormir en las comisas de las pilastras, y una perenne fuga de Bach con perfume de incienso se derramaba sobre ellos, sólo cortada por el toque de fajina igualmente interpretado al órgano, y entonces en el presbiterio se impartía a los pobres una sopa negra a cargo de señoras socialistas con visón. El único cielo era la bóveda, y allí cada mendigo podía grabar una esperanza. Muchos lo hacían, pero no todos. Algunos preferían jugar a la brisca. La catedral de la Almudena, junto al palacio de Oriente, se convirtió en un nuevo reino de Dios. En las duras heladas de enero, en medio del Madrid oscuro y salvaje, se oían cánticos miserables que se elevaban las esferas. Y en ese templo se erigió sumo sacerdote un tipo con navaja que por cierto también era, como ella, de Albacete.
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