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1936: una rememoración sin hiel

"El pueblo español tiene derecho a volver la vista atrás para algo que no sea empapar su corazón en hiel": este aserto imperativo de Manuel Azaña es mucho más pertinente hoy que cuando fue formulado en una conferencia de 1917. Porque el comienzo de este año ha visto ya -particularmente en la portada de un diario madrileño- expresiones acusadamente temerosas de las numerosas conmemoraciones del año 1936 anunciadas por instituciones oficiales y privadas para los próximos meses. El aludido diario las ha equiparado incluso a venganzas retrospectivas. Es ocioso observar, por supuesto, que para centenares de miles de familias españolas la fecha del atroz tajo fratricida suscita inmediatamente los dolorosos recuerdos del padecimiento sufrido entonces. Y se comprende que deseen hacer de 1936 "un mal llamado año", empleando los términos del temprano siglo XIX español para referirse al dominio político de "Ios otros". Mas, hoy, medio siglo después, el penoso recuerdo podría ser mitigado considerablemente por el concepto fundamental de la filosofía "historicista" que Antonio Machado condensó en los siguientes versos: "Hombres de España, / ni el pasado ha muerto, / ni está el mañana / -ni el ayer- escrito". Esto es, el pasado es una realidad variable, pues siempre depende del presente y del porvenir. Don Antonio no predicaba (ni tampoco los "historicistas") el nihilismo histórico aplicado al adversario antes aludido y más propio hoy de los regímenes totalitarios de nuestro cruel siglo que de los absolutistas y liberales españoles del siglo pasado. Machado aseveraba que la importancia y valoración de los sucesos pretéritos de una comunidad humana cambian con las nuevas perspectivas ofrecidas por los cambios históricos.¿Y no podría así mantenerse que la España actual modifica casi cotidianamente su historia anterior, sin manipulaciones ni exclusiones (como sucedió durante el largo régimen caudillista), con el paulatino despliegue de múltiples formas de convivencia civilizada? Porque, visto desde la perspectiva del hoy español, el año 1936 cobra un perfil menos tajante e hiriente. En lugar, por ejemplo, de considerar la victoria del Frente Popular el 16 de febrero de 1936 como el comienzo del despeño hacia el verano sangriento, convendría reiterar lo ya apuntado por Salvador de Madariaga: la verdadera mayoría electoral de aquel febrero fue el "centro", si se suman las cifras de los partidos moderados dentro de las alianzas respectivas de derecha e izquierda. En suma, la abrumadora, la inmensa mayoría del pueblo español era "centrista" en 1936.

Mas la España de 1936 entró súbitamente en la historia universal, o a la inversa: la historia universal irrumpió brutalmente en España con una de las guerras más sangrientas de la historia europea de los dos últimos siglos. Resurgió así la imagen de España como el país de "Carmen", la imagen propagada, desde el Romanticismo, por los escritores conservadores transpirenaicos. España era, otra vez, la tierra de sol y sombra cortantes, sin matices intermedios que tendieran puentes entre los extremosos adversarios. Pero había entonces una gran distancia, no sólo cronológica, entre la Europa Central del Romanticismo y la del nazismo. Recuérdese lo sucedido en Viena, la ciudad que representaba la civilización más refinada: el primer,ministro Engelbert Dollfus había encabezado la feroz represión de los obreros socialistas, mas él mismo sería asesinado brutalmente por los nazis. Y en el verano de 1934, por orden expresa de Hitler, centenares de dirigentes nazis (y otros alemanes) fueron pasados a cuchillo por sus correligionarios. Allí, en Alemania, en Austria, estaban entonces los jóvenes españoles que habían ido a ampliar estudios en las universidades y centros de investigación científica, que habían ido, en suma, a recoger normas de trabajo y de vida civilizada para proseguir la europeización de España, iniciada en 1907, durante la belle époque de los países transpirenaicos. Fácil es conjeturar su sorpresa (dejando de lado al escasísimo número de los conversos a las ideologías de la violencia) ante los sucesos mencionados.

Y no es una arbitrariedad histórica el afirmar que la guerra española no se habría producido -ni alcanzado el grado de violencia que tuvo- si la Europa transpirenaica hubiera mantenido sus normas y modos de vida civilizada. ¿No habría sido incluso imposible la sublevación militar? La historia está ahí y no cabe negarla. Pero sí es menester reiterar repetidamente que el ser España un "rincón de Europa" -con las características tradicionales ya apuntadas- tuvo una singular función histórica en 1936. La de ofrecer nítidamente las opciones políticas del día en un mundo crecientemente confuso. La guerra española dejó de ser lo que fueron los conflictos intemos del siglo XIX, episodios nacionales aislantes, españoladas bélicas reveladoras de la España de "Carmen": se transformó en una guerra civil universal y en una medida que no ha sido superada por ningún conflicto intemo, fuera de España, desde entonces. En breve, la guerra española de 1936-1939 no pertenece exclusivamente a los españoles, pese a que muchos de ellos, continúen viéndola como un asunto interno, sin orígenes transpirenaicos ni alcance universal.

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Aquella España de hace medio siglo está ya para siempre en la historia universal, y aquel verano sangriento de 1936 no se repetirá nunca más en esta península europea: como tampoco se repetirán las atroces guerras pretéritas entre las naciones más civilizadas de la Europa occidental. Y en el recogimiento colectivo que impone la cuantía de la sangre derramada en esta tierra hace medio siglo deberían meditar los españoles que temen la rememoración de 1936, y también los demás, los versos de León Felipe: "Sopla en toda la Tierra / el mismo viento que se llevó tu casa". Porque podría mitigar el dolor suscitado por el recuerdo del atroz tajo divisorio el pensar que la España de 1936 fue arrastrada por sinos incoercibles de la historia universal coetánea.Y no es deseo de venganza retrospectiva (o de un pretendido revanchismo) volver la vista atrás para rendir tributo a figuras de la literatura universal (Unamuno, García Lorca) o para contribuir con serenidad intelectual a la reconstrucción histórica de una España que es ya patrimonio de todos los españoles.

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