El Supremo y las lenguas
La reciente sentencia del Supremo sobre la lengua catalana, nos vuelve a poner en la palestra los problemas derivados de haber redactado la Constitución deprisa y corriendo. En aquel momento se perdió la ocasión de empezar a edificar un Estado plurinacional en el que todos los pueblos de España se sintieran cómodos y a partir del cual a nadie le molestara ser considerado español. En el tema de la lengua, las afirmaciones que hace el Supremo, basándose en la Constitución, resultan extremadamente preocupantes. Dice textualmente la sentencia: "los ciudadanos de Cataluña tienen el derecho de conocer el catalán y el deber de conocer el castellano". ¡Pues vaya!. Yo imagino que los ciudadanos de Cataluña, como los de Luxemburgo, tienen derecho a conocer el catalán, el latín, el ruso y lo que les venga en gana. Incluso el castellano. Lo que ya no entiendo muy bien es que tengan el sagrado deber de conocer una lengua, como si los catalanes fueran monjes budistas y el Castellano su sánscrito.Vayamos por partes. El castellano es de facto, la lingua franca en el Estado. Discutirlo es ser poco realista. No conocer la lingua franca sería una estupidez por parte de cualquiera que quiera salir de su pueblo, aunque sólo de turismo. De ahí a pretender que uno tiene la obligación de conocer una lengua, hay mucho trecho. Si uno es castellano o andaluz, o cántabro o aragonés, no necesita que le digan que su deber es conocer el castellano. Eso sería una obviedad, como también debería serlo el que le digan a un catalán que su deber es conocer la lengua catalana, o a un vasco que su deber es conocer la suya. Pero ni el catalán, ni el vasco, ni el castellano tienen la obligación de conocer nada. Tienen el derecho. Un catalán tiene derecho a conocer el catalán, el castellano y el francés, si quiere.
El problema es que, en teoría, debería ser posible en este país que cualquier ciudadano pudiera vivir tranquilamente, si así lo deseara, conociendo solamente la lengua de sus padres. Y no solamente el labriego, sino también un abogado o un sociólogo, pues está claro que a algunos abogados y sociólogos de España les encanta ser monolingües. Y si no, díganselo al abogado Esteban Gómez o al sociólogo Amando de Miguel, ambos negados, al parecer, para las lenguas y para otras cosas. Que no todo se puede hacer bien.
La oportunidad de momento se ha perdido, pero el asunto trae cola. Y así seguiremos hasta que los dioses, que no las metralletas, lo remedien.-
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