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Un clan de 11 familias vive desde hace dos años en un edificio industrial abandonado, junto a la autopista M-30

Amelia Castilla

Once familias gitanas ocupan un edificio abandonado situado al borde de la M-30, junto al puente de Vallecas, en dirección sur, desde hace casi dos años. El clan de los Medina, compuesto por cerca de un centenar de personas de origen extremeño, ocupó el edificio Electrodo, SA, cuando fue expulsado de las chabolas en las que vivían, en el paseo de Juan XXIII. Al calor de las hogueras, los Medina preparan la fiesta de boda de Emilia, una joven de 17 años, y esperan para el nuevo año que el Ayuntamiento les dé una vivienda para cobijarse.

El paso de los coches por la M-30 es tan rápido que apenas da tiempo a ver lo que queda de un bloque de cuatro plantas y una torre de ocho pisos. A primera vista parece un edificio bombardeado, con pintadas contra la OTAN en las paredes. Entre el edificio y la autopista hay una alambrada que impide que las dos mulas que comen un poco de hierba se salgan a la autopista. Un grupo de niños juega con desechos de chatarra en medio de la ropa colgada en la calle.La que fuera la entrada a la fábrica de fundición de metales sirve ahora como paso a la vivienda de los Medina. A base de cartones, maderas y plásticos, han cubierto todos los huecos de las paredes y han habilitado en una de las plantas viviendas para todos.

Cuando les tiraron de las chabolas de Juan XXIII los hombres salieron en busca de un lugar donde vivir. Encontraron la fábrica y se instalaron. Al principio, la policía les visitaba todos los días con la intención de expulsarles, y algunos gamberros intentaban amedrentarlos por la noche. Ahora cada familia ocupa un cuarto en el que se mezclan camas, televisores, aparadores, alguna silla y una estufa formada por un bidón cortado por la mitad, con un tubo en la parte superior que conduce el humo al espacio exterior.

Jesús Medina Pardo, de 34 años, casado y con cuatro hijos, uno de los hombres del clan, vive de la venta de chatarra, ocupación que junto con la venta callejera de fruta y de lotería resume todas las profesiones de la familia. Al principio, hasta que el Ayuntamiento no enciende las farolas que alumbran la autopista de circunvalación M-30, la casa de los Medina no dispone de luz. "Eso lo hemos arreglado haciendo un enganche, y el agua la cogemos de una trampilla que hay aquí al lado", explica Medina. Su esposa, que acaba de tener un niño, aviva el fuego. Un hermano, Diego, asegura: "La vida se ha puesto muy chunga porque los policías nos levantan la fruta en cuanto nos pillan vendiendo".

Confianza en Tierno

Los Medina confían en que el alcalde de Madrid, Enrique Tierno, escuche a los asistentes sociales que siguen la trayectoria de esta familia. Esperan que "don Tierno", como ellos dicen, les "ayude a conseguir una casita". En el terreno que ocupaban antes, en el paseo de Juan XXIII -lo que ellos conocen como el hotel Don QuUote, por la proximidad con el antiguo establecimiento hotelero-, "el Ayuntamiento regala solares para construir". A ellos les gusta especialmente aquella zona de la ciudad, donde vivieron a lo largo de 10 años. Diego Medina afirma que "son muy buena gente los chicos de los colegios mayores", y evoca con nostalgia aquellos tiempos en que los estudiantes les enseñaron a leer; "y nos trataban muy bien", dice.Las familias preparan la boda de Emilia, una joven de 17 años que se casará en los próximos días con un chico de 19, dedicado a la reventa callejera de lotería. A Emilia le han comprado un vestido blanco y se pondrá una corona de flores. Tras someterse a la prueba de la virginidad -que, según uno de sus hermanos, realiza una mujer experta introduciendo un dedo en la vagina-, las mujeres arrojarán almendras a los novios y se montará una fiesta -"de estilo moro, con hogueras y canciones", explican- que va a durar todo el día. Para celebrarlo comprarán cerveza, cerdos, perdices, conejos, tomates, lechugas y tarta de nata. Mientras, esperan la casita que han pedido al alcalde, al que ya han solicitado audiencia.

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