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Unesco: 'réquiem' o re-fundación

El Reino Unido, a pesar de las reformas adoptadas en Sofía en esta última conferencia general de la Unesco, ha seguido fielmente los pasos de Estados Unidos y ha formalizado su anunciada retirada de la organización. Esta decisión, justamente criticada por la oposición laborista por lo que tiene de insolidaridad no sólo con el Tercer Mundo sino también con los demás países europeos, que buscan salidas desde dentro, agrava aún más la crisis crónica e institucional de la Unesco, que por su naturaleza y fines tiene que ser planetaria. La ruptura de la universalidad es, tarde o temprano, el fin de una organización que, sin duda, en 40 años de existencia, ha tenido -y podría seguir desempeñando- un papel excepcional en los campos de la educación, la ciencia, la cultura y, más polémicamente, en la comunicación.He señalado en otras ocasiones que las causas de esta crisis, que ha conducido a la situación actual de frustración, son múltiples. Aspectos internos y externos a la organización se han unido para configurar una imagen preferentemente negativa en la mayoría de los medios de comunicación occidentales y discutida -con críticas y elogios- en los medios académicos y políticos. Pero, en todo caso, en estos últimos años la Unesco es sinónimo de crisis y de polémica, sin muchos matices: se la condena o se la ensalza. No hay apenas términos medios. Y este agustinismo, además de no ser correcto, porque no todo es negro ni todo es blanco, impide la búsqueda de soluciones adecuadas.

Voy a señalar e insistir sobre algunas de las causas que, a mi juicio, y sin pretensión exhaustiva, constituyen la crisis de la Unesco y a aventurar algunas hipótesis políticas para reconstruir una organización que ahora más que nunca, en la escalada armamentística, es altamente necesaria para coadyuvar, desde la educación y la cultura, a un porvenirpacífico y tolerante.

Críticas reales y simuladas

Nuestro Gobierno, como otros muchos Gobiernos europeos y no europeos de distinto signo político, desde el comienzo y avance de la crisis -con el anuncio y posterior retirada de Estados Unidos, el año pasado- vio claro que el deslizamiento de la Unesco hacia su hibernación inoperativa o hacia su desaparición fáctica era inevitable si no se suavizaban las posiciones ideológicas de los bloques dominantes y si al mismo tiempo no se introducían reformas internas efectivas. Así, los aspectos internos (funcionamiento, reformas orgánicas y estatutarias) y los externos (distensión internacional) obligatoriamente tenían que plantearse de forma global.

Las críticas y autocríticas al funcionamiento interno de la Unesco están justificadas en muchos casos y es muy positivo estimularlas. No es sólo un problema de la Unesco, sino también de la ONU y de gran parte de las instituciones internacionales. Pero en la Unesco, sea por los estatutos, sea por los medios económicos escasos, la crisis está más agravada. El exceso de burocratrización es real, así como una falta de imaginación operativa. Sus presupuestos, para los fines que pretende convenir, son ridículos: lamentablemente, los Estados tienen más entusiasmo por la guerra que por la cultura. Esta inhibición hace que los Estados tengan poco control ejecutivo y, naturalmente, por inercia burocrática, que la Unesco tienda a convertirse en un Estado más, con sus políticas coyunturales. Finalmente, la personalidad -talentosa, pero muy controvertida- del actual director general, el señor M'Bow, tratado como prosoviético, cuando en realidad es un tercermundista y neutralista, ha acentuado el contexto global de la crisis.

A estas causas habría que sumar otras de política general: la Unesco concentra, por sus universalismos, la gran polémica de los distintos sistemas sociales dominantes en el mundo; es decir, los diferentes modelos de sociedades políticas. No sólo la oposición Oeste-Este (capitalismo/socialismo), sino que también entran en juego todos los países del Tercer Mundo, buscando sus vías de desarrollo, con sus contradicciones, cambios y frustraciones. Inevitablemente, desde fuera los programas tenderán a simplificarse como prooccidentales, prosoviéticos o protercermundistas. Acusar a la Unesco, como han hecho algunos sectores norteamericanos, de que está "politizada" esconde una evidente simulación: la politización es inevitable. Ninguna política cultural es neutral o no valorativa. La cuestión está en la distribución equitativa de los mensajes; es decir, remite el problema del control y de su democratización. En cierta ocasión, estando yo todavía como embajador en la Unesco, mi colega norteamericana se escandalizaba porque se hizo un homenaje a Marx. Si este planteamiento fundamentalista se generalizase, sería imposible homenajear a Lincoin, a Keynes o a Bartolomé de las Casas. La cultura planetaria, afortunadamente, es diversa y en el marco de esta diversificación es en donde puede funcionar la Unesco. En otras palabras: si una organización quiere ser universal tiene que asumir y compatibilizar las discrepancias para así ayudar al desarrollo educativo y a la distensión.

El problema, pues, no reside en despolitizar la Unesco -como tampoco la ONU, de la que forma parte-, sino que en base a estos principios de universalidad y de tolerancia la Unesco coadyuve a la coexistencia de los bloques y a desarrollar políticas educativas y culturales más eficaces e imaginativas. Por ello, indudablemente, si Estados Uni

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dos -y ahora, al unírsele, el Reino Unido-, cabeza de un bloque, no participa, esta operatividad es simbólica, al margen de que tengan o no tengan razón en sus críticas. Podría decirse lo mismo si la autoexclusión fuese de la Unión Soviética. Podrá no gustamos la actual bipolaridad, incluso estar en contra de ella, pero toda organización, si quiere ser universal, necesita la participación de las grandes potencias.

Hay finalmente un dato que ha colaborado a esta devaluación y crisis de la Unesco: su mala relación con los medios informativos occidentales. El proyecto NOMIC, que fue sólo un proyecto, bastante aparcado, alertó y puso en guardia a casi toda la Prensa occidental, al margen de su ideología, y se vio -fundada o infundadamente- como un peligro para la libertad informativa. En este sentido, ni la Unesco ha sabido explicar suficientemente la gran obra educativa, científica y cultural que realiza, no conectando con estos medios, ni tampoco ha sabido plantear estratégicamente una reforma de la comunicación, a nivel mundial, que entre otras cosas tiene que ser muy discutida y negociada. La cuestión es demasiado importante, existen demasiados valores e intereses encontrados, para que la Unesco, con escasa fuerza política y muy enfrentada, pueda con facilidad y unilateralmente avanzar eficazmente en este campo.

El dilema actual

La crisis de la Unesco es, pues, doble: política, resultado de la confrontación permanente de los bloques, y orgánica, resultado de un disfuncionamiento estatutario y programático.

Como crisis política, si se quiere resolver, necesita hacerse políticamente. Esto implica una voluntad política de los Gobiernos de los Estados -y de la presión y colaboración de la opinión pública, de los medios de comunicación y de los sectores académicos y sociales- de que sólo desde la distensión y desde la comp atibiliz ación de los distintos sistemas sociales es posible mantener una organización de esta naturaleza. A nadie se le debe excluir ni nadie debe autoexcluirse. Es una labor dificil, de todos, y desde dentro. Por ello fue un error la retirada de Estados Unidos, y ahora ha sido otro error que el Reino Unido haya abandonado también la Unesco.

Estos presupuestos políticos -universalidad y compatibilización- necesitan adecuarse, orgánica y estatutariamente, y además ordenar democráticamente objetivos y programas.

El mundo de los años cuarenta, de posguerra, cuando se fundó la Unesco, está ya muy lejano: hay que actualizarse. Y esto significa introducir cambios sustanciales y un modo de funcionamiento más ajustado y democrático. Tal vez hoy en la Unesco predomine más la concepción política de Rousseau que la de Montesquieu: democracia radical versus democracia moderada, utopía igualitaria versus realismo bipolar. La cuestión está no en la fórmula ideal de gobierno, sino en la forma posible y viable. Los Gobiernos de los Estados, como la opinión pública, tienen que plantearse un dilema urgente: mantener la Unesco como un dispositivo en hibernación o refundar la Unesco. Si todavía se piensa desde la racionalidad y no desde esquemas de guerra fría, la segunda opción es la deseable. Pero sin duda esta reconstrucción no puede ser sólo un reajuste o una revisión: se trataría de una nueva fundación que mire al porvenir, a los años 2000; que adecue fines a medios, que multiplique los recursos económicos; que responda, finalmente, a criterios de modernización radical y a un funcionamiento realista, participativo y ampliamente democrático. Construir una nueva Unesco. El año 1986 puede ser un año de reflexión para los Gobiernos y para la comunidad académica, reflexión intelectual y acción diplomática para que en 1987, en que se elige un nuevo director general, se produzca no un réquiem, sino la re-fundación de la Unesco.

Raúl Morodo es catedrático de la universidad Complutense y ex embajador de España en la Unesco.

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