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Tribuna:Ante el cincuentenario de la guerra civil
Tribuna
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Nosotros

Ilimitado es el número de los modos de la realidad humana a que puede dar expresión verbal el pronombre nosotros: nosotros los españoles, nosotros los cristianos, nosotros los marxistas, nosotros los socios del Real Madrid... Salvo el de quienes, como Don Quijote, saben decir "yo sé quien soy", todos los posibles modos de ser hombre admiten o requieren un nosotros. El mío atañe ahora al aspecto generacional de mi realidad. ¿De qué otros debo declararme nos-otro, según el feliz neologismo unamuniano, cuando me veo o me siento miembro de mi generación?Puesto que nací en 1908, la aplicación estricta de la cronometría generacional al curso de la cultura española afirma mi pertenencia a la generación del 27. Rafael Lapesa y yo seríamos dos de los ultimísimos de ella. Pero, considerando ante todo el contenido y el estilo de mi vida de español, yo veo en mí un miembro más de la generación subsiguiente. Tal vez haya sido un poco tardía mi incorporación activa a la vida histórica de mi pueblo.

¿Cómo debe ser llamada esta generación española? Si es que temáticamente se la nombra un día, ¿se empleará una fecha o se recurrirá a un suceso? No lo sé. Sé tan sólo que para quienes estábamos entre los 15 y los 30 años al comienzo de la guerra civil, ésta cayó sobre nosotros como una espada tajante, o como un molde imprevisto, o como una llamada-al combate, sentido unas veces como propio y otras no. La guerra civil fue, en cualquier caso, algo que nos marcó para siempre.

En dos series, más entre sí complementarias que entre sí opuestas, nombraré algunos de sus miembros. De uno u otro modo, en el lado de los vencedores estuvimos Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Gonzalo Torrente, José Luis Aranguren, Leopoldo Panero, José Antonio Maravall, Rodrigo Uría, Javier Conde, Luis Díez del Corral, Carlos Ollero, Paulino Garagorri, Joaquín Ruiz-Giménez, José María de Areilza, Antonio Hernández Gil, Primitivo de la Quintana, Fernando Castiella, Pedro Gamero, Manuel Díez Crespo, José Antonio Muñoz Rojas, Álvaro Cunqueiro, José García Nieto, Ignacio Agustí, Martín de Riquer, José Botella, Sixto Ríos, Camilo José Cela, Miguel Defibes, Pedro Pruna, Pepe Caballero, José R. Escassi, Ricardo Gullón, Juan Ramón Masoliver, yo mismo. En el lado de los vencidos, cada uno a su modo, estuvieron Miguel Hernández, Julián Marías, José Ferrater Mora, Eduardo Nicol, Salvador Espriu, Gabriel Celaya, Alonso Zamora, María Josefa Canellada, José Manuel Blecua, Francisco Giral, Manuel García Pelayo, Juan Marichal, Rodríguez Huéscar, Sánchez Barbudo, Serrano Playa, Dionisio Nieto, Fernando Chueca, Antonio Buero, Germán Bleiberg, Domingo García-Sabell, Ramón Piñeiro, Antonio Flores, Francisco Grande Covián, Antonio Gallego, Carlos Castilla del Pino, Juan Antonio Gaya Nuño, Manuel Tuñón de Lara, Guillermo Díaz Plaja, Pablo Serrano, Faustino Cordón, Julio Caro Baroja y, como hombre-quicio entre esta generación y la anterior, Rafael Lapesa.

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Aquí comienzan los problemas. Supuesto el carácter generacional de ese dual conjunto, ¿pueden ser descritas las notas en que se manifiesta? ¿Qué analogías generacionales cabe establecer entre la poesía de Rosales y la dramaturgia de Buero? Los

Pasa a la página 12

Nosotros

Viene de la página 11poemas de Miguel Hernández y el pensamiento de Domingo García-Sabell, ¿muestran una semejanza de estilo que generacionalmente les acerque entre sí y les distinga de los correspondientes a la generación anterior? No veo la respuesta. Pero tal vez sea posible obtenerla cambiando el contenido de la pregunta: en la incidencia de la guerra civil sobre cada una de las dos series precedentes y en la que resulta de juntarlas, ¿pueden señalarse rasgos comunes y característicos?

El curso de la vida española durante los meses anteriores a la guerra civil, y a fortiori la guerra civil misma, hicieron que el destino histórico de España fuese otra vez problema ineludible y que, en consecuencia, otra vez fuese grave y urgente cuestión ética de la participación personal en su posible resolución inmediata. La esencial conexión entre la ética y la política se hizo vivencia intensa en nuestras almas, y de modo harto más dramático que los hombres de 1898 y de 1913. Consecuencia: tras el apoliticismo inicial de la generación del 27, la nuestra se asomó a la vida bajo el imperativo de la politización.

Ésta fue, pienso, nuestra primera nota generacional. Que tal politización hubiese de orientarse hacia una de las dos mitades en que tan sangrientamente se había dividido España era cosa ineludible. Que la opción adoptara, según la persona, modos diversos -combatir en una sección de infantería, escribir o administrar- fue cosa secundaria. Dentro de ese marco, cada cual "el rumbo siguió de su ventura", cabría decir, cambiando levemente el verso machadiano. Ventura: modo egregio o gregario, venturoso o desventurado, impuesto o elegido, de cumplir el destino personal.

Se trata ahora de saber si hubo rasgos comunes en la ejecución de esa general aunque divergente pauta biográfica. Dicho de otro modo: si la tópica clasificación de los contendientes en nosotros y ellos pudo ser pronto o tarde sustituida por esta otra: nosotros y nosotros, sólo que de otro modo. Unamunianamente: si unos y otros éramos en verdad dos nos-unos de un mismo nosotros generacional y español.

Mirando hacia el grupo de los que me eran más próximos, estos rasgos comunes veo yo:

1. Ya durante la guerra civil, la voluntad de romper la fanática y rencorosa estrechez de miras que frente a buena parte de nuestra cultura adoptaron los promotores y gestores de la contienda.

2. Pasada la guerra, un deliberado esfuerzo por mantener la continuidad de nuestra cultura; ante todo, en nuestra relación con los miembros de las tres generaciones precedentes que habían quedado en territorio español o a él iban regresando.

3. Poco más tarde, una sincera vinculación con los intelectuales del exilio.

4. La paulatina y cada vez más clara elaboración de un ideal de vida española capaz de superar el hecho y los presupuestos de la guerra civil.

5. A bandazos, a retazos, el entrecortado cumplimiento de la respectiva vocación personal.

6. La cada vez más clara y firme convicción de que dentro del régimen de Franco era totalmente imposible una política en la cual todo lo que precede entrase en vías de realización.

7. Como consecuencia, revisión y rectificación de la propia conducta. En mi caso, tal fue la situación anímica que dio origen a mi libro Descargo de conciencia.

Este sumarísimo esquema biográfico, ¿tiene validez colectiva? Para la primera de las dos mitades del grupo generacional antes deslindadas, pienso que sí. Carezco de documentación y de autoridad, en cambio, para afirmar que una revisión semejante a la nuestra se ha producido entre los vencidos de 1939. Cuando las razones profundas del vecino han sido tan terca y absolutamente negadas o denostadas por los vencedores, encuentro perfectamente lícita y comprensible la resistencia a una reconsideración crítica del propio pasado. Creo, sin embargo, que en lo tocante a las exigencias primarias y los imperativos básicos de la vida pública de España, el nosotros entre la mayoría de los integrantes de ambos grupos ha llegado a ser real. Una auténtica comunidad en el presente y hacia el futuro ha surgido de nuestro doble y concordante fracaso.

Queda fuera de mi propósito indagar cómo el cambio generacional se ha ido produciendo en los años ulteriores a 1939. No resisto, sin embargo, la tentación de apuntar alguna reflexión sobre el tema.

Aunque muchos se resistieran a reconocerlo, más aún, aunque tal realidad tardase algún tiempo en patentizarse, la derrota del Eje en 1945 hizo saber a todos que la subsiguiente orientación de la historia universal había de convertir en vencidos -políticamente al menos, no socialmente- a los vencedores de 1939. Pese a la adopción de tales o cuales disfraces políticos, vencidos estaban desde entonces en el gran teatro del mundo. A la vez, el régimen de Franco iba mostrando su verdadero esqueleto intelectual y moral. Si a esto se añade el creciente deterioro físico del propio Franco a partir de 1970, se tendrá a la vista el marco histórico en que hemos ido existiendo cuantos españoles seguimos con vida.

Dentro de él era inevitable una rápida desmitificación de la contienda que muchos seguían llamando Cruzada. Un poco esotéricamente, acaso La octava de san Camilo sea el más notorio signo de ella. La desmitificación de la guerra civil era, sin duda, deseable, y en sí misma constituye un plausible evento. Con un riesgo: que se convierta en causa o motivo de olvido irresponsable (sólo puede olvidarse lo que se ha conocido) o de recuerdo pintoresco (todo menos suceso pintoresco fue nuestra guerra civil) de la contienda misma. Porque bajo el cómodo olvido o el recuerdo sólo literario puede seguir operando, soterrada, la disposición a la guerra civil que tan pertinaz ha sido en nuestra historia. Entre 1876 y 1936, ¿cuántos españoles pudieron sospechar que en los senos de nuestro pueblo perduraba intacta esa terrible disposición anímica? A todos dirijo esta pregunta, pero muy especialmente a los jóvenes, en cuyas almas, como quería Unanumo, predomine la ambición sobre la codicia.

Esta serie de artículos viene a ser el relato -o la pública confesión, como se quiera- de un cuádruple fracaso colectivo: el que, sin menoscabo de lo que por sí misma valga la obra personal de cada uno, hemos sufrido los españoles de cuatro generaciones radicalmente hostiles al hecho y al hábito de la guerra civil. Llamamos fracaso a la no consecución de aquello a que se aspiró. Recogiendo una graciosa frase de nuestro lenguaje tradicional, solía decir Américo Castro ante la irreversible ruina de algo: "Y ahora, un padrenuestro por las cosas que no tienen remedio". Ese fracaso nuestro, en tanto que españoles sedientos de una España al día, ¿estará entre las cosas sobre las que sólo cabe el responso de un padrenuestro de trámite? Me resisto a admitirlo. Subjetivamente, porque, con Karl Jaspers, pienso que el fracaso, cierto fracaso, es reato inexorable de toda existencia auténtica; nadie alcanza en su vida todo lo que quiere alcanzar. Objetivamente, porque no me resigno a admitir que la honesta confesión y el análisis leal de un fracaso sean por necesidad ineficaces. Otra vez Antonio Machado: "Doy consejo a fuer de viejo: / nunca sigas mi consejo. / Pero tampoco es, razón / despreciar / consejo que es confesión".

Queremos levantar una España que a un tiempo sea actual, nueva y fiel a sí misma. Por encima del chapado o burlesco escepticismo de muchos, tal es -o así me lo parece- el sentir de los más. En cualquier caso, el sentir de los mejores. En la ejecución de tal faena, ¿puede ser ceniza lanzada al viento la exposición analítica de los cuatro sucesivos fracasos que han conocido algunos españoles de buena voluntad?

En 1900, bien reciente la dolorosa herida de 1898, Cajal recibió un importante premio internacional, la Medalla de Moscú, como entonces se escribía. El paraninfo de la casa de San Bernardo fue escenario del homeaje que con este motivo le rindieron la universidad de Madrid y el Gobierno de la nación. En él, nuestro gran sabio propuso a los jóvenes de entonces una consigna para el ánimo. "A patria chica, alma grande", y otra para la acción, "aumentar el número de las ideas españolas circulantes por el mundo". A las ideas habría que añadir las formas de vida, las creaciones artísticas, las instituciones políticas y económicas. Con menos no podemos conformarnos quienes en España hemos vivido el fracaso reiterado de tantas nobles esperanzas, de tantos nobles empeños.

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