McFarlane deja su cargo a Poindexter, harto de pelear con el jefe de gabinete de Reagan
Robert McFarlane, consejero de Seguridad Nacional del presidente Reagan, dimitió ayer de su puesto, harto de pelear con el jefe del gabinete presidencial, Donald T. Regan, y poniendo en evidencia la intensa batalla de personalidades que se libra en el seno de la Administración, que impide la definición de una política exterior norteamericana coherente, única y continuada. Ronald Reagan confirmó que su fiel consejero "se retira", y la explicación oficial que se alega son "motivos personales", cansancio y deseo de volver al sector privado. Será reemplazado por el hasta ahora número dos del Consejo de Seguridad Nacional, el almirante John Poindexter.
Reagan ha elegido la continuidad, y nombró ayer como sucesor de McFarlane al almirante John Poindexter, un marino que era el número dos del dimitido consejero de Seguridad Nacional, que, a su vez, era el prototipo del auténtico segundo. El presidente dijo que la sustitución al frente del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) supone "la continuidad de la política exterior norteamericana", y aseguró que su asesor de seguridad nacional le informará directamente, sin pasar por ningún filtro intermedio. McFarlane afirmó ante la Prensa, en la Casa Blanca, que las informaciones sobre sus divergencias con Reagan son "tonterías". El presidente explicó la salida de McFarlane por motivos "familiares", y el dimitido sugirió que volverá al sector privado. Se cree que podría integrarse en la consultoría que dirige su antiguo jefe, Henry Kissinger.John M. Poindexter es un absoluto desconocido en el terreno del pensamiento o acción en política exterior. Tiene 49 años, y desde 1981 forma parte del equipo del Consejo Nacional de Seguridad, en donde, a partir de 1983, se convirtió en el brazo derecho de McFarlane. Fue el primero de su promoción en la Escuela Naval de Annapolis, en 1958, y Ronald Reagan le comparó ayer con el legendario general Douglas Mac Arthur. El nuevo consejero de seguridad nacional ha sido vicedirector de Enseñanza de la Marina y jefe de Estado Mayor del Comando de Entrenamiento de la Armada. Entre 1976 y 1978 sirvió en el gabinete del jefe de operaciones navales y en la oficina del secretario (ministro) de Marina, desde 1971 a 1974. Ha mandado un crucero portamisiles y una flotilla de destructores. Tiene también un doctorado en Física Nuclear del Instituto Tecnológico de California.
Poindexter, un hombre calvo, con gafas y bajo, apareció ayer tarde en la Casa Blanca, junto a Reagan y a McFarlane, para anunciar que el NSC continuará trabajando en equipo. "Seguiremos dando al presidente el mejor consejo posible", señaló.
John Poindexter, que está casado y tiene cinco hijos, explicó, en un rasgo de humor, que la Navy y los marines (Don Regan es también ex marine) siempre se han llevado bien, y aseguró que no tendrá ningún problema con el polémico jefe del gabinete presidencial.
La salida de McFarlane se produjo bajo un aluvión de elogios. Ronald Reagan, que anunció que aceptaba su dimisión ,"con profundo pesar", dijo que "ningún presidente ha sido mejor servido" que él con Budd McFarlane. Agradeció al cesante por su papel "clave" en la preparación de la cumbre de Ginebra y por sus éxitos en la política antiterrorista de la Administración y como enviado especial del presidente a Oriente Próximo. McFarlane, emocionado, en un discurso filosófico con evocaciones kissingerianas, afirmó que en los cinco años de la presidencia de Reagan "se ha restaurado el liderazgo de EE UU en el mundo, pero el trabajo no ha concluido". Posteriormente, el secretario de Estado, George Shultz, calificó al dimitido de "inteligente y creativo", y reiteró que la sucesión en el NSC supone la continuidad de la política exterior norteamericana.
Los observadores del complejo microcosmos político de Washington insistían últimamente en que la posición de Weinberger, amigo personal y consejero muy escuchado por el presidente, se había debilitado, llegando incluso a hablarse de su eventual dimisión.
John Poindexter representa la continuidad. Se trata de un militar de 49 años que siempre ha trabajado con la Marina y que tiene un doctorado en Física Nuclear por el Instituto Tecnológico de California.
Siempre con problemas
Desde que Henry Kissinger ocupó este puesto, en los años setenta -McFarlane fue su ayudante-, los consejeros de Seguridad Nacional han tenido siempre problemas en el seno de la Administración. El NSC cuenta con una burocracia muy reducida, y cuando el secretario de Estado es una personalidad fuerte, trata de definir y ejecutar la política exterior, dejando un papel de mero coordinador al consejero de Seguridad Nacional. El Pentágono, cuya influencia en la conducción de la política exterior es también clave, tampoco desea un consejero fuerte.
McFarlane, que no es un brillante intelectual o un estratega autor de doctrinas en política exterior -como lo fue su mentor, Henry Kissinger-, consiguió, sin embargo, cierta preeminencia en la Casa Blanca gracias a su perfil modesto, que no irritaba a nadie, y a su capacidad de conciliación. En algunos momentos logró coordinar las posiciones enfrentadas de Shultz y Weinberger, y consiguió la confianza del presidente, al que tenía un acceso libre y constante. Precisamente esta capacidad de penetrar tres o cuatro veces al día en el Despacho Oval para ver a solas a Reagan ha sido su perdición. Donald Regan -un hombre de Wall Street, donde presidió la empresa Merryl Lynch-, desde su puesto de jefe del gabinete presidencial, no quiere ser el segundo de nadie.
Regan, que entiende que la Casa Blanca debe ser manejada como una gran empresa en. la que él es prácticamente el primer ejecutivo, no toleraba la confianza que tenía McFarlane con el presidente. Tampoco le gustaba que, sin advertirle, despertara al presidente de madrugada para comunicarle algún acontecimiento grave de política exterior. Regan quiso demostrar a McFarlane quién manda en la mansión presidencial, y en la cumbre de Ginebra se sentó siempre junto al presidente y en las fotos aparece junto a Reagan sugiriéndole cosas al oído cuando éste hablaba con Mijail Gorbachov.
McFarlane, que vio hace meses que Regan, por su personalidad y antecedentes, tenía una relación personal mucho más poderosa que él con el presidente, e incluso con la primera dama, Nancy, ya estaba pensando en dimitir antes del verano. Pero no quiso hacerlo antes de la cumbre de Ginebra, en cuya preparación desempeñó un importante papel tratando de poner de acuerdo a los sectores enfrentados de la Administración. Tras Ginebra ha decidido que éste es el momento oportuno de dimitir, dejando tras de sí un relativo éxito en política exterior, aunque no ha logrado culminar su objetivo: un acuerdo de principio en la reducción de los arsenales estratégicos a cambio de un cierto compromiso norteamericano para limitar el sistema de defensa en el espacio, conocido como guerra de las galaxias.
Un sonriente Ronald Reagan comunicó ayer, en el curso de un acto en un colegio próximo a Washington, que McFarlane no ha dimitido, sino que "se retira". Sin embargo, aunque también existen motivos personales en su salida de la Casa Blanca, McFarlane es una nueva víctima de la pugna interna sin cuartel que se libra en la Administración. La Casa Blanca, de alguna forma, funciona como una auténtica corte, donde lo más importante es el acceso al emperador.
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