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Crítica:VISTO / OÍDO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La transición televisada

Los historiadores suelen afirmar que el tiempo trae, siempre, serenidad e independencia, pero los periodistas están obligados a actuar sin tantas precauciones, sin red, a riesgo de disgustar a unos y otros y no contentar a nadie, aunque los acontecimientos estén demasiado presentes en el recuerdo, como les ha ocurrido al equipo del programa Teleobjetivo dedicado a la transición política, que pudimos ver anteayer y ayer por la noche en Televisión Española. Muchos espectadores habrán tenido que remover sus propios recuerdos para contrarrestarlos con la información de ese trabajo audiovisual, mientras otros muchos para los que ese período, está tan lejano como la batalla de Lepanto habrán asistido intrigados o indiferentes al desarrollo de un discurso -palabras e imágenes- que tiene el aire de una lección histórica, y lo es, en realidad.Se han multiplicado en los últimos meses (y todavía es sólo el comienzo) los intentos, más o menos afortunados, de explicar el franquismo, la guerra civil y la transición como si fuera posible encontrar las claves últimas de estos períodos sin dificultad, simplemente recogiendo las palabras de los testigos y de los profesionales de la historia, sin demasiado rigor y, desde luego, con un sentido demasiado apegado a lo que se está contando. La cosa no ha hecho más que empezar.

Televisión Española se suma a esta dirección, lo que encierra cierta lógica, con la tremenda elocuencia de la realidad visual que está en la misma esencia del medio. No es lo mismo leer unas páginas a las que cada uno lleva la frialdad o el entusiasmo propio que dejarse arrebatar por unos fragmentos de archivo -tan lejanos, ya, pese a su cercanía- y por las declaraciones de los actores del drama, que ahora intentan justificar su actuación de aquellos momentos, buscando dar la solemnidad o el providencialismo, a toro pasado, que requiere la crónica inmediata.

Aunque el medio electrónico sea joven ya tiene sus propias tradiciones: esa necesidad de aportar un comentario, presuntamente imparcial y riguroso, que puntúe y aclare las secuencias sonoras e ¡cónicas; la cuidada minutación de intervenciones de uno y otro signo y la coartada pedagógica, a medias entre el artículo de síntesis histórica y la divulgación informativa válida para todos. Los buenos profesionales -y los que hicieron ese programa demostraron serlo- saben esquivar el riesgo de la revancha torpe y de la explicación simplista. No se hace -no se debiera hacer- un programa sobre hechos y problemas tan recientes para defender a unos o a otros, sino para contribuir a entendernos todos, aportando algo nuevo, que no se haya dicho miles de veces.

Testigos discretos

La mayor parte de los testigos convocados (sería muy interesante conocer las razones de quienes no quisieron intervenir, como Ruiz-Giménez o Adolfo Suárez) se mantuvo en. los límites de una loable discreción, ayudados por la excelencia de un montaje que supo hacerse olvidar. No es fácil dar continuidad a tantas declaraciones distintas, y ese fue, a mi modo de ver, el mayor mérito del programa: unificar las palabras y las explicaciones, tan variadas como las personas que intervinieron, de acuerdo con una tradición -insisto- del periodismo documental más serio que resume, obligadamente, cientos de datos en cada segundo.A mí me interesó, de una manera especial, la presencia de algunos testigos cuya importancia tiende a ser olvidada, ingenua o culpablemente, como García Trevijano, por ejemplo, junto a muchos protagonistas de primera fila -el financiero, amigo de Carrillo, Teodulfo Lagunero; José Mario Armero; el mismo Willy Brandt...- que nos dieron un testimonio muy interesante. Es posible que los especialistas en ese período histórico ya conocieran todos los datos que se facilitaron. Yo, que no soy experto en esa materia, me enteré de cosas que no sabía -y me imagino que eso les ocurrió, también, a muchos ciudadanos- y, sobre todo, aprecié el intento de entrar con las cámaras en los escenarios ahora dormidos, como el despacho de García Trevijano; el Museo del Ejército, donde yace el coche destrozado en el que iba Carrero cuando murió; el aparcamiento donde se facilitaba la ayuda económica; la casa del rey Simeón, que sirvió de lugar de encuentro, y tantos otros sitios que fueron escrutados, como el castillo de Xanadú de Citizen Kane, sin hacer caso de las indicaciones de prohibición.

Las conspiraciones del último año antes de la muerte del general -un asunto no demasiado conocido, me parece a mí- ocuparon una parte sustancial, quizá la más atractiva, de un programa valioso que supo atender a problemas muy complejos sin caer en la tentación de explicaciones enrevesadas o demasiado novedosas.

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