Una estrella que se difumina
El presidente de El Salvador, José Napoléon Duarte, recuerda cada día más al famoso sheriff,de Solo ante el peligro, sin más recursos que su propia persona para hacer frente a los peligros que amenazaban a la ciudad. El máximo dirigente salvadoreño creó ciertas expectativas cuando llegó a la presidencia en junio de 1984. Desde entonces su estrella se ha ido difuminando y todas las partes comprometidas en la guerra civil de El Salvador parecen esperar a ver pasar el cadáver del líder democristiano para jugar sus bazas.Duarte, de 59 años, se hizo acreedor a una oportunidad tras ganar las elecciones de mayo de 1984 y evitar con ello el acceso al poder del ultraderechista Roberto D'Aubuisson.
El Ejército salvadoreño le dejó intentar la vía del diálogo con, la potente guerrilla izquierdista, mientras proseguía, e incluso íncrementaba, las operaciones de contrainsurgencia. Los jefes rebeldes y los políticos de izquierda acudieron a las dos rondas de negociaciones celebradas escépticos y sin olvidar su tradicional desconfianza hacia el personaje que hizo oídos sordos a las atrocidades de la extrema derecha cuando formó parte de la Junta de Gobierno, en 1980 y 1981.
El tercer contendiente en el conflicto, Estados Unidos, otorgó al principio a Duarte un papel de ejemplo. La victoria democristiana significaba, según Washington, que la democracia era posible en Centroamérica. Pero EE UU ha atado después corto al presidente salvadoreño a la hora de hacer concesiones a los rebeldes y la política de diálogo da hoy las últimas bocanadas. Duarte aparece aislado e impotente frente a una situación en la que sólo se puede citar como mejora la humanización del conflicto, por la escasez de matanzas y crímenes horrendos.
Sea o no la persona destinada a recuperar la paz, su dialogar con la izquierda armada sigue pareciendo hoy la única política válida para una situación que se pudre trágicamente.
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