Ver y oír los discos en la televisión
Ver y oír televisión es una actividad sacrificada que a veces merece alguna recompensa, como la del programa extraordinario de hace unos días dedicado a mostrar el proceso de grabación de la célebre obra musical West Side Story, con la inolvidable partitura de Leonard Bernstein. Para muchos millones de espectadores en todo el mundo, la versión cinematográfica de Robert Wise, con coreografía de Jerome Robbins, es la más conocida y quizá la única que han podido ver, pero no puede olvidarse que esa obra fue primero un espectáculo teatral, a finales de los años cuarenta, y sólo en 1961 fue adaptada a la pantalla.Una poderosa empresa discográfica, la Deutsche Grammophon, encargó al propio Leonard Bernstein que dirigiera la grabación de su propia obra, con absoluta libertad, eligiendo a los mejores colaboradores posibles y con un presupuesto que no se ha divulgado, aunque no sería ¡lógico pensar que ha resultado muy alto, suficiente para poder contratar a las figuras más importantes de cada especialidad, sin recortes molestos.
El reportaje que recientemente nos ofreció Televisión Española tenía, entre otros méritos sobresalientes, el supremo y raro encanto de conservar la banda sonora original. Hubiera sido una locura doblarla, pero medidas semejantes se están tomando todos los días, con la mayor impunidad, por lo que agradezco, con toda humildad, que al responsable de turno se le olvidara cambiar los sonidos originales o que -ojalá sea cierta tal posibilidad- decidiera que estaba mejor tal y como había llegado a sus manos, añadiendo unos oportunos y en general acertados subtítulos.
Las tripas del juguete
Es muy raro que el público tenga la oportunidad de asomarse al proceso de producción de una obra artística. Lo normal, lo estadísticamente abundante, es que reciba el producto terminado y etiquetado, cuando todos los errores han sido corregidos y las discusiones y disputas internas han terminado, con esa falsa apariencia de perfección que intenta ocultar los titubeos, dudas y desgarros de cualquier realización. Cuando, como en este caso, nos podemos asomar a algunos de los momentos de ese trabajo, nos podemos felicitar por ello porque podremos entender mucho mejor lo difícil que es construir una obra artística y encontrar la línea auténtica entre las tentaciones espurias y el camino fácil y cómodo que resulta cuando se eliminan las dificultades sin resolverlas por completo.Los autores del reportaje supieron dejar que las cámaras y los micrófonos captaran lo que ocurría sin interferir con los acontecimientos, y, aunque quedaba claro el objetivo publicitario de la empresa -¿cuántos miles de discos se habrán vendido al día siguiente?-, fueron suficientemente respetuosos para dejar que las cosas sucedieran de una forma autónoma. Todo espectáculo tiene su estrella, y la de éste era Leonard Bernstein, dictador indiscutido, que marcaba a todos y cada uno su voluntad suprema y no toleraba más opinión que la suya. La discusión airada con José Carreras fue toda una muestra de que dos divos no pueden coexistir pacíficamente, mientras la adoración incondicional de la cantante Kiri Te Kanawa completaba el clima de adhesión de los demás asistentes.
Yo hubiera querido más atención al papel de los productores e ingenieros de sonido y probablemente algunas explicaciones sobre la técnica de grabación digital y las opiniones del director sobre esta importante materia, pero quedaba claro que allí sólo se iba a atender a los cantantes y al compositor. Es muy probable que, después de ver este documental, muchos espectadores se hayan dado cuenta de la colosal empresa que representa la producción de un disco, más cómoda y menos ambiciosa que el montaje de un espectáculo teatral o de una película cinematográfica, desde luego, pero suficientemente compleja como para necesitar alguna coreografía e interpretación, si se quiere que el sonido sea creíble y tenga la temperatura suficiente. Los cantantes -tanto los protagonistas como los encargados de los papeles menores- necesitaban actuar y bailar para sentirse vivos, y el mismo Bernstein susurraba las frases de las canciones y sugería los ritmos coreográficos con su cuerpo para dirigir mejor a una orquesta que nunca actuará de nuevo en público.
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