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El arte imaginativo y humanista

Una audiencia que llenaba el teatro Real, presidida por los Reyes de España, siguió conmovida la actuación de sir Yehudi Menuhin (1916) y su hijo Jeremy Menuhin (1951), organizado por la Asociación Española de Lucha contra la Poliomielitis. En un acto así, la personalidad del gran violinista alcanza toda su dimensión, pues si Menuhin es grande en la música, no lo es menos en sus sentimientos y actividades humanísticas. El término adquiere una significación totalizadora que va desde un "estilo de pensar" hasta una constante ocupación por el bien de los demás: los que necesitan ayuda, quienes precisan del "consuelo de la música", cuantos, en cualquier rincón del mundo, acogen la palabra, la acción y la música de Menuhin con la admiración debi da al artista y el merecido fervor que se gana el hombre bueno en el más exigente concepto de la palabra.

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Yehudi Menuhin, a los 50 años de su primera visita a España

Hace medio siglo, aproximadamente, apareció en el escenario del teatro Calderón un muchacho violinista vestido con pantalón corto, cuyo concierto asombró a todos. Guardo la impresión entre las primeras y más intensas recibidas en mi vida musical, recién estrenada entonces. Al día siguiente, mi maestro, otro hombre extraordinaria¿nente bueno, Rogelio del Villar, me habló de la nueva estrella violinística con un entusiasmo difícil en persona, como él era, sobria de expresión y baqueteada en su doble profesionalidad de catedrático y crítico musical.

Aquella imagen persiste en mi ánimo después de seguir la carrera y la biografía de Menuhin, de conocerle en Granada cuando el empeño del trío con Cassado y Kentner, de verle en el Consejo de la Música siguiendo las tribunas internacionales en la, casa de la Unesco, de estudiar sus versiones, de contemplar sus filmes y de leer sus libros, especialmente ese Viaje inacabado que es testimonio emocionante de una vida entusiasmada y sufrida, generosa y plena de rigor.

Todavía, escuchar a Menuhin la Partita en mi vale por una lección sobre el entendimiento de Juan Sebastián Bach desde coordenadas que deben algo a otro gran humanista, Albert Schweitzer, pero no menos a un pensamiento original y limpio de tentaciones romanticistas. Menuhin ejerce cuando toca el magisterio del estilo porque enaltece todos los autores que interpreta al no servirse de ellos para, en cambio, servirlos con la fuerza de las humildes verdades y la magnificencia de las verdades grandes.

Calidades pianísticas

No anduvo a la zaga su hijo Jeremy, pianista de extraordinarias calidades, dueño de un sonido fascinante y cultivador de una línea expresiva que, como la de su padre, consigue la máxima comunicación sin forzar un instante la retórica con una demagogia que sería más propia del arte vano y del artista vanidoso. Es decir, todo lo contrario de lo que son los Menuhin.

El dúo maravilló a todos al convertir en fluencia natural la complejidad ideológica y técnica de dos sonatas de Beethoven, La primavera y Kreutzer. Hay en el arte el misterio de las soluciones oscuras -sea Berlioz, sea Mahler-, pero, en la música, como en la pintura, existe otro misterio todavía más cautivador: el de poner las cosas en claro. Así es el arte de los Menuhin, así su Beethoven, sentido y explicado entre la imaginación y la razón; así la doble fluencia de fuentes sonoras, tan antítéticas como el violín y el piano, integradas en una rara unidad.

Recibimos tal sensación de veracidad, tan exacta realización del hombre en la música, que la virtud sintetizadora del arte sonoro queda demostrada con la precisión de una solución matemática, las perspectivas de la naturaleza y la medida de un soneto. Bravísimo y noble concierto para una noble causa, en una noche plena de música y solidaridad.

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