El PS aspira a una mayoría que facilite la modernización de Portugal que impone la CEE
Vencedor de las elecciones de 1983 con el 36% de los votos, el Partido Socialista portugués (PS) empezó su campaña para las elecciones del próximo domingo con justificado optimismo, ya que le basta ampliar en un 7% el apoyo electoral conseguido en los anteriores comicios para alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento. La eventual victoria de Mario Soares en las elecciones presidenciales previstas para el próximo mes de diciembre aseguraría lo que, según el PS, ha faltado hasta ahora en Portugal: una estabilidad política para proceder a la necesaria modernización que conlleva la entrada en la CEE.
Los primeros carteles electorales, con el retrato de Mario Soares recortándose sobre el mapa de la Europa de los doce y el lema "Lo conseguimos", marcaron el arranque de la campaña socialista, que los estrategas del PS querían alegre, movida, con grandes espectáculos a la americana, apoyados en medios técnicos aún inéditos en Portugal, como la utilización de proyecciones con rayos láser.El PS denunció el alarmismo y las campañas miserabilistas de sus adversarios, a los que acusa de explotar de forma demagógica las dificultades económicas y financieras de los últimos años, en vez de ayudar a movilizar el pueblo portugués para vencer los desafíos de la modernidad Los socialistas recuerdan que ya habían anunciado en 1983 que los próximos dos años iban a ser duros, pero que la firmeza del Gobierno Soares, que rebajó hasta 500 millones de dólares en 1984 el déficit de la balanza exterior, que alcanzó los 3.500 millones de dólares en 1982, permite ahora encarar el futuro con relativo optimismo: en 1985, prometen los socialistas, la inflación será de un 17,5% y por vez primera desde 1980 no habrá reducción del poder adquisitivo de los salarios.
Pero los efectos positivos de la recuperación económica no son inmediatamente sensibles, al menos para el gran público. Además, el natural escepticismo en relación a las promesas hechas en vísperas de las elecciones fue reforzado por los economistas movilizados por los demás partidos para realzar los números rojos que el PS esconde o minimiza: la baja de las inversiones de un 20% en 1984, la quiebra de la producción y del consumo privado, el aumento del paro, la falta de proyectos y planes para el relanzamiento económico, la agravación de los desequilibrios sociales y regionales y el crecimiento de las bolsas de miseria en las zonas urbanas hasta ahora privilegiadas en relación al agro, pero más golpeadas por la recesión económica.
Acusaciones de la Iglesia
En nombre de la doctrina social de la Iglesia, la jerarquía católica portuguesa, tradicionalmente conservadora, ha sido la primera en percatarse de, que era necesario alzar la voz contra las situaciones de miseria para conservar o reconquistar su influencia.
Las acusaciones contra la clase política que despilfarra los recursos del país en vez de procurar soluciones para los grandes problemas nacionales han prevalecido, en las intervenciones públicas de los obispos en vísperas de las elecciones, sobre las condenas a los partidos que votaron la ley del aborto.
Por primera vez, el comunicado del episcopado portugués sobre las próximas elecciones invita a los católicos a rechazar igualmente el colectivismo marxista, el Estado monopolista y el liberalismo salvaje. El Partido Comunista Portugués (PCP) ha sido recibido sin hostilidad en aldeas donde hace pocos años el cura hacía tocar a rebato las campanas para echarles y antes del verano, en Braga, capital del catolicismo portugués, el arzobispado ofreció al PCP un local para realizar su fiesta anual, ante la prohibición, por el Ayuntamiento socialista, de la utilización del recinto habitual, propiedad municipal.
La alianza antinatural, pero objetiva, de la jerarquía católica con los sindicatos de obediencia comunista, que despierta el anticlericalismo latente de muchos sectores de la izquierda portuguesa y del PS no engaña a los comunistas portugueses. Un dirigente del PCP comentaba: "Los curas ya no pueden atacar a los comunistas: somos pastores del mismo rebaño". Pero es obvio que el bajo clero utilizará su influencia no para apoyar al partido de Álvaro Cunhal, sino para combatir a los socialistas ateos y masones.
El llamamiento del episcopado a los católicos portugueses para que voten "en conciencia y libertad" a los hombres que les parecen más "honrados y competentes", perjudica a los democristianos del CDS, que escogieron el liberalismo como lema de su campaña. Honradez, competencia y justicia social han sido, en cambio, los estribillos de los discursos electorales del PSD y de los eanistas del PRD.
Pero lo que realmente preocupa a los estados mayores de los partidos es el comportamiento que adoptará el electorado urbano de las grandes ciudades, que es el que suele decidir los resultados.
Más politizado y más propenso al cambio, el electorado de Lisboa, Oporto y Setúbal es el que más ha padecido con la crisis económica de los últimos años: centenares de miles de funcionarios del Estado y de las grandes empresas estatales, militares, obreros y pequeños comerciantes, reformados y pensionistas, han sentido duramente los efectos del deterioro del poder adquisitivo de sus salarios o pensiones.
A través de los periódicos están informados de los pequeños y grandes escándalos, del contrabando, de la corrupción, del tráfico de influencias. La proliferación de los vendedores ambulantes, mendigos y chapuceros en las calles son una ilustración diaria de la lucha por la supervivencia que libran miles de portugueses.
Las encuestas revelan que es el electorado urbano el más indeciso, pero tradicionalmente los funcionarios y la pequeña burguesía urbana acaban por aumentar los resultados del partido favorito.
Todos los partidos, sin excepción, han denunciado la "manipulación de los medios de comunicación del Estado". Pero, en privado, todos confiesan que las intervenciones en la radio y la televisión, los mítines y las caravanas publicitarias que han recorrido el país durante tres semanas, han encontrado un eco limitado, una marcada incredulidad y, sobre todo, la ausencia total del entusiasmo.
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