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Reportaje:

Pobres 'made in USA'

En el país de la abundancia, 20 millones de personas tienen que recurrir a los cupones de comida gratuita

Francisco G. Basterra

La noticia de que en Estados Unidos hay aún 33,7 millones de pobres -una barrera cifrada en algo más 10.000 dólares anuales para una familia de cuatro miembros- ha vuelto a desatar la polémica de cuál debe ser el papel del Estado en la lucha contra la miseria. La enorme inyección de gasto público de la gran sociedad de los años sesenta de Lyndon Johnson no ganó la guerra contra la pobreza, pero 20 años después la revolución conservadora de Ronald Reagan, que defiende una drástica reducción de los programas sociales, puede afirmar que tampoco ha perdido la batalla.Por primera vez desde 1978, según informó recientemente la oficina del censo, los índices de pobreza descendieron el pasado año en Estados Unidos, reduciéndose en 1,8 millones el número de pobres, que suman hoy 33,7 millones, el 14,4%, de la población, frente a 35,5 millones (un 15,4%) en 1983. Este solo dato le ha permitido afirmar al presidente que "se trata de la prueba de que el mayor enemigo de la pobreza es el sistema de libre empresa".

El triunfalismo de la Casa Blanca se desató tras la noticia. Su director de Comunicaciones, el periodista ultraconservador Patrick Buchanan, afirmó que "el capitalismo estadounidense es la mejor máquina para sacar a la gente de la pobreza".

Este comentario probablemente ni sería compartido ni llegaría a los oídos de las decenas de personas que suelen reunirse en una cola al atardecer en la plaza de Lafayette, en Washington, a 100 metros de las verjas de la mansión presidencial, para recibir un poco de sopa de una cocina popular instalada en una camioneta, sufragada por una organización de caridad privada. Para la Iglesia católica, el nivel de pobreza en Estados Unidos es un escándalo, y el Gobierno debe asumir un papel más directo para solucionarlo.

La imagen de las ollas populares más asociada con países como Argentina que con esta próspera nación, no es un resultado, sin embargo, de los recortes en los gastos sociales decretados por Reagan en su primer mandato. Un reciente estudio publicado por el periódico The New York Times llegó a la con clusión de que, aunque esta Administración ha reducido el tamaño de las prestaciones de la seguridad social, aún se mantiene una red de seguridad aceptable.

Reagan ha reducido en un millón el número de beneficiarios de los cupones de comida, aunque 20 millones de norteamericanos se benefician aún de ellos. En términos absolutos, el Gobierno se gasta anualmente 18.500 millones de dólares en programas de nutriciones y alimentos para los pobres. El índice de pobreza, un 14,4%, supera al 13% existente cuando Reagan subió al poder, y es más alto que a lo largo de toda la década de los años setenta, señalan los demócratas y los críticos de la Administración. La mejora económica no ha sido igualmente distribuida, y es cierto que sigue ampliándose la distancia entre ricos y pobres.

Las estadísticas oficiales dibujan la raya de la pobreza en unos ingresos anuales de 10.609 dólares, para una familia de cuatro miembros, sin tener en cuenta las prestaciones sociales que no se reciben en metálico. La barrera se reajusta anualmente, teniendo en cuenta los cambios en el índice de precios al consumo.

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Negros e hispanos

Ser pobre en Estados Unidos, la sociedad de la abundancia y donde la presión social para consumir constantemente es agobiante, es probablemente más grave y menos llevadero que en un país del Tercer Mundo. No hay un contraste mayor que ver a un vagabundo durmiendo junto a una alcantarilla que despide vapor, para aprovechar el calor, frente a la lujosa tienda de diamantes y joyas Tiffanys, en la Quinta Avenida de Nueva York. Pero esta consideración psicológica -el hambre no tiene distinciones- no es cuantificada por la oficina del censo.Las estadísticas señalan que 398.000 personas de raza negra abandonaron el pasado año la clasificación de pobres oficiales, un dato positivo, aunque otros 9,5 millones de este grupo de población continúan aún siendo pobres. La distancia entre razas existente en la educación, perspectivas de vida y acceso a trabajos importantes no logra ser atenuada tampoco en las cifras de pobreza. El 33,8% de la población negra continúa siendo pobre, frente a un 11,5% de la blanca. Los hispanos, la segunda minoría que puede ser la primera a finales de siglo, volvieron a perder posiciones el pasado año. El 28,4% son considerados como pobres.

La pobreza en este país, campeón del libre mercado, es, por contraste, más visible. Se concentra sobre todo en los guetos urbanos de las grandes ciudades, con fuertes concentraciones de población negra o hispana. Por otra parte, cientos de miles de personas, algunos calculan que entre uno y dos millones, son homeless (sin hogar) y viven literalmente en la calle, apoyados en la caridad de decenas de instituciones privadas que les ofrecen temporalmente cobijo y una alimentación esencial.

Las cifras oficiales de pobreza sólo se refieren lógicamente a la población censada. Estados Unidos, a pesar de su nivel tecnológico, no ha logrado aún saber cuántos inmigrantes ilegales tiene. Oficialmente se estima en 16 millones la población hispana, pero la Coca-Cola, para hacer sus campañías en español, calcula que el número de hispanos asciende realmente a 30 millones.

Las estadísticas han provocado un debate sobre cuál debe ser la filosofía de la lucha contra la pobreza. Para la Administración, en esta tierra de oportunidades sin límite, el pobre lo es casi porque quiere. Reagan habló en una ocasión de que es una categoría que se alcanza "por elección". Según esta teoría, hay trabajo para todo el que lo quiera. Este Gobierno llegó al poder defendiendo el principio de que había que reducir el peso del Estado, aunque no ha llevado ni mucho menos esta idea a la práctica.

Pobres por 'elección'

Está de moda afirmar entre los sectores más conservadores de la Administración que los programas sociales de ayuda sólo han servido para hacer más dependientes a los pobres, impidiéndoles abandonar el ciclo de la miseria. Los continuos incrementos de los beneficios de la Seguridad Social registrados a finales de los años sesenta y en la pasada década habrían creado una alternativa más atractiva que el trabajo. El déficit presupuestario,y la falta de resultados de los programas sociales estimula a los "verdaderos creyentes" de la revolución reaganista para empujar en el segundo mandato esta ideología hasta sus últimas consecuencias y desmantelar el sistema de seguridad social.Un polémico libro llamado Losing ground acaba de aparecer recogiendo estas líneas de pensamiento y pidiendo la abolición de todo el sistema de seguridad social, porque no ha servido más que para empeorar la situación. Su autor, Charles Murray, parte del hecho de que el número de negros sin trabajo ha aumentado desde los años sesenta, así como el número de hogares pobres encabezados por una mujer.

Esta postura extremista no es compartida por los norteamericanos. Una encuesta nacional realizada por The Los Angeles Times indica que el 73% de la población cree que el Gobierno federal debe actuar con más decisión para combatir la pobreza.

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