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Tribuna
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Las otras guerras

Vivimos preocupados, lógicamente preocupados, por la amenaza de la gran guerra, de la confrontación nuclear entre las grandes superpotencias. Y la posibilidad (probabilidad para los menos optimistas) de tan horrendo acontecimiento nos oculta otras guerras, de muy variada índole y ámbito, que se cobran cada día un alto precio en vidas, dignidad y libertad humanas. La atención que prestamos a los movimientos de los colosos en el tablero internacional nos impide apercibirnos de la gravedad y magnitud de los conflictos bélicos -¡más de 140 desde que terminó la II Guerra Mundial!- que se suceden o permanecen en distintas zonas del mundo como algo inevitable; en la macabra y siempre injustificable vileza (porque no se puede llamar lucha cuando se asesina por la espalda y a niños) del terrorismo; del hambre y la miseria, con un balance aterrador de miles de muertes cada día, que refleja muchas más insolidaridades; del abuso del alcohol, causa de gran número de accidentes de tráfico y laborales, y, como el tabaco, de efectos nocivos en el desarrollo físico y mental de la descendencia; de la juventud cada día abatida por la inmensurable tragedia de la adicción a las drogas...Éstas son las otras guerras que nos rodean y avasallan. Éstas son las guerras que constituyen el mayor desafilo presente y que en muchos casos no dependen de otros, de altas y lejanas instancias. Dependen también de nosotros. Otras guerras frente a las cuales no debemos elevar sólo nuestra voz, como ante la amenaza de la gran conflagración, sino también nuestra acción. Seguimos con gran afán la polémica sobre la Iniciativa de Defensa Estratégica y el proyecto Eureka, o las ventajas de los aviones X sobre Y, o si es mejor este tanque que el otro... cuando se nos mueren a chorros años y años de casi adolescentes en el patético entorno de letrinas y jeringuillas. Evocamos minuciosamente (no hay peor error que el procedente de un acto innecesario) las grandes contiendas pasadas, con notoria y frecuente. tendenciosidad, o leemos estupefactos lo bien que se venden las armas españolas, al mismo tiempo que nos estremecemos por las fatales consecuencias de la violencia o del desenfreno en que ha desembocado, en un número alarmante de casos, la afición deportiva.

Debemos buscar las raíces de tantas contradicciones y protestar sin tregua, con la palabra y, sobre todo, con la participación personal, siempre que sea humanamente posible, de toda agresividad, de toda agresión, sin dirigir nuestros ojos sesgadamente a los aspectos que, a veces con inverosímil descaro, nos muestran los distintos sectores interesados. Y empezaremos a resolver los nuevos problemas con ideas nuevas, y a construir el nuevo mundo con las fuerzas colosales de la imaginación y el conocimiento puestos al servicio de toda mujer y todo hombre.

Utopías prácticas

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La historia demuestra que los grandes saltos en la formidable trayectoria de la humanidad han sido utopías puestas en práctica. Frente a los ebrios y marginados, frente a los jóvenes esclavizados por la droga, frente a quienes anidan rencor y cobardía suficientes para matar desde la sombra... hay muchísimos más -en la otra cara de lo visible está la salvación- dispuestos a facilitar el advenimiento de la nueva era, a dominar la obra del hombre, a evitar la guerra, a tender su mano a los hoy abatidos y desplazados. La creación del clima que permita esta ilusionada reactivación de las adormecidas fibras sociales requiere una gran dosis de originalidad, de resolución, de confianza. Creer en la primacía del espíritu, en la condición humana. Se trata de no resignarse. "La culpa, querido Bruto", dice Casio en Julio César, de Shakespeare, "no está en nuestra estrella, sino en nosotros mismos, si nos resignamos a nuestra inferioridad".

"Alrededor de cuatro millones de españoles son consumidores habituales de algún tipo de droga dura, incluido el alcohol". "España es el primer país europeo en consumo de alcohol... Se ha comprobado que el 49% de los alcohólicos sufre accidentes de trabajo, frente a un 9,5% en el caso de los no adictos. En España, entre el 20% y el 35% de los accidentes de circulación que se producen son consecuencia de la ingestión excesiva de alcohol, y suelen costar unas 2.000 vidas al año...". El fiscal general del Estado acaba de declarar que entre el 80% y el 90% de los delitos tienen que ver con la drogodependencia. Ir a los orígenes de las conductas que erosionan la inmensa grandeza de la condición humana o la belleza y calidad de la biosfera. Pero empezando por la propia, porque ¿cómo puede exigir paz quien no es pacificador en su entorno inmediato, quien provoca o no evita el desamor y el desarraigo? ¿Cómo puede protestar de la contaminación atmosférica que produce el excesivo afán de lucro industrial quien, fumador empedernido, mantiene sus pulmones en continua situación de deterioro? Es necesario un cambio radical: cuando se dispone de los medios para sobrevivir es imprescindible contar con razones para vivir. En caso contrario se produce una abrupta transición desde la satisfacción de los mínimos requisitos biológicos a los espirituales, y son numerosos los que no hallan una salida personal adecuada..

Las otras guerras, que se aceptan pasivamente como algo irremediable, como una secuela de la democracia. Efectos, nocivos que quienes amparados en la libertad pretenden atenazarla, esgrimen como la razón suprema que justifica la permanente ausencia de libertad en los países en los que unos cuantos deciden lo que es conveniente para todos. Paradójicamente, en todos ellos

Pasa a la página 12

Las otras guerras

Viene de la página 11 se alardea de revolución permanente, de lucha incesante contra las otras guerras. Lo que sucede es que se alude continuamente a la revolución en los países en que se hace imposible, en los que el poder del Estado es tal que cualquier reacción contra su omnipotencia es impensable. A golpes de estabilidad se vence toda rebeldía: el Estado-nodriza se ocupa de todo, al precio de la libertad, con tal de que los ciudadanos abandonen cualquier postura disidente.

En unos casos, la rebeldía se amordaza por la fuerza. En otros, como sucede en muchas democracias occidentales, se acalla con concesiones el grito de los que, justamente, protestaban contra posiciones prematuramente vitalicias (en la Universidad, por ejemplo) se ha extinguido ofreciendo, con gran prodigalidad, posiciones vitalicias a todos. En un momento de profundísima transformación social, que comporta cambios esenciales en los conceptos (del trabajo, del empleo, de la formación y de la profesión) y en los planteamientos sociales y económicos, permitir que la fuerza del disentimiento y de la, espontaneidad creadora afluya a las plácidas aguas de la mediocridad y de la rutina es un disparate monumental. Sin pretenderlo, se está favoreciendo la germinación y florecimiento de las otras guerras, se está diluyendo la savia sabia y pujante de la dialéctica, motor de toda transformación. Se está contribuyendo a hacer realidad aquella terrible frase que dirige el cardenal al joven garibaldino en En nombre del Papa Rey: "Todos los rebeldes mueren a los 20 años, aunque nadie los mate".

Soluciones audaces

Se trata del enfrentamiento de largo plazo, cambio, diversidad y creatividad a, respectivamente, corto plazo, seguridad, pasividad y rutina. En síntesis, de seguridad frente a libertad. Y, muy peligrosamente, porque excluye a la imaginación y a las soluciones audaces, se está escogiendo, por temor social, la seguridad, terreno abonado, excusa idónea para las otras guerras. La única justificación de la seguridad es la garantía de la plena libertad, pero es desde la salvaguardia de la libertad y no desde el afianzamiento de la seguridad, desde donde debe considerarse y decidirse esta cuestión crucial. En caso contrario, ya se sabe cuál es el final: seguridad total, nula libertad.

La defensa nacional constituye un ámbito de responsabilidad colectiva muy superior a la de prevenir un eventual ataque exterior, a la participación en estrategias internacionales de disuasión o evitar una sublevación interior de amplio alcance. Implica hacer frente a las otras guerras: a las que cada día matan o hieren gravemente nuestro tejido social, las que lo desgarran moralmente, las que lo adoctrinan, minan su libertad y reducen el cautiverio ideológico; las que, gota a gota, rompen la unidad nacional y deshilvanan las familias. Además de comentar -a menudo con una ingenuidad inverosímil- los impactos favorables y adversos de la guerra de las galaxias, o evocar con inadmisibles visos partidistas la última guerra mundial o de Vietnam, deberíamos prestar mayor atención al tráfico de drogas -que mata todos los días a nuestros jóvenes-, al abuso del alcohol y tabaco, a la compraventa de armas, a la difusión de noticias y a la calidad de la enseñanza, que modulan, a veces irreversiblemente, a nuestra juventud.

Son las otras guerras, guerras de presente, las que nos están asfixiando mientras seguimos hablando de la paz en otras partes del mundo, que nos conciernen, pero que no son de nuestra inmediata competencia. Cuando un dedo señala a la Luna..., mirar al dedo es, cuando menos, de ingenuos. Mirar a la Luna cara a cara y hacerle frente: éste es el reto de nuestra defensa hoy.

Sólo una sociedad dotada de la suficiente intrepidez y valor puede acometer las grandes transformaciones que se requieren en el terreno educativo, científico y tecnológico, económico y laboral, para la modernización de nuestra civilización, para una adaptación a la realidad que nos circunda. Hay que romper muchas adherencias de otras épocas y regímenes y adaptar a nuestros tiempos principios ya superados de las doctrinas políticas de izquierdas y de derechas, imprescindibles acciones lúcidas y renovadoras que desplacen el punto de gravedad de la vida pública -nacional e internacional- desde la razón de la fuerza a la fuerza de la razón; desde la obsesiva preocupación, recuento y mimo de los efectivos militares a los efectivos intelectuales y creadores. Mientras no se adopten audaces medidas en el campo laboral, que trasciendan los anacrónicos límites de los aún vigentes modelos económicos mientras no se produzca un cambio sustancial en los contenidos y metodología educativos; mientras no se multiplique decididamente, con profunda convicción, el potencial investigador y técnico, no podemos esperar mejoras ,notable! en el clima social y en el empleo, que es una de las raíces de la frustración y de la delincuencia.

Mientras no se aplique a los traficantes en drogas y a los delincuentes reincidentes unas penalizaciones realmente disuasorias; mientras se consienta esta discriminación intolerable de las fianzas, con la que los adinerados pueden disfrutar de libertades provisionales que se niegan a los menesterosos; mientras no, existan los centros de rehabilitación que a las situaciones mencionadas corresponden, no existirá la seguridad cívica ni la igualdad ante la ley que constituyen los fundamentos de un marco indiscutible de justicia, que es otro de los pilares del bienestar de los pueblos.

Pero, aun si se remediara la situación de desempleo y se favoreciera la acción de la justicia, no se produciría el tránsito de la indiferencia a la voluntad de superación, del abatimiento y pasividad a la acción resuelta en beneficio de la condición humana si no se crea un ambiente de solidaridad y de desprendimiento en el que nadie escatime su disponibilidad personal. Sólo así tendrá lugar este resurgimiento de voluntades que puede permitir, con una óptica, totalmente nueva, afrontar con clarividencia el porvenir; sólo así se irá extinguiendo la supuración de estas heridas que las otras guerras representan.

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