Minero
Eran las cinco en punto de la tarde, brillaba el sudor del verano en todos los pescuezos, una nube de moscas estaba pegada a la bandera nacional y el ruedo ibérico entre la pestilente polvareda resplandecía como un doblón de oro bajo los rugidos y gargajos de la afición. Cuando la fiesta iba a alcanzar la cumbre de la orgía, de pronto en el fondo de la galería sonó un terrible quebranto de tablas y aquel minero juncal, que vestía de azabache y lucía una lámpara de gas por montera, cayó de cabeza envuelto con varias toneladas de carbón hasta la última profundidad de un pozo y allí quedó sepultado. Todo sucedió en ese instante que los dioses eligen para visitar a los héroes con un seco golpe de gloria. En el silencio solar, por las tabernas de la patria, comenzaron a oírse voces de llanto: "¡Ha muerto un minero! ¡Ha muerto un núnero! ¡El valor lo ha matado!". Y España entera se llenó de luto.Algunos poetas acudieron velozmente a la radio y en seguida brotaron versos en honor al obrero, mientras dos ministros perdían ya el trasero en dirección a la capilla ardiente, aunque un alcalde socialista les adelantó chirriando por la izquierda para ser el primero en ofrecerle un quiosco a la viuda. Las revistas de peluquería prepararon el mejor papel satinado, los cronistas sacaron la caja de los adjetivos sublimes de ensangrentado almíbar, la televisión se hartó de repetija cámara lenta este lance de muerte y durante una semana el público se vio saciado con imágenes del titán, y sus heridas fatales siempre aparecían adornadas de lágrimas y síncopes. Pero lo más hermoso fue el entierro. Al salir el féretro por la boca de la mina una multitud que cubría por completo las gradas del monte obligó al cortejo fúnebre a dar la vuelta al edificio social de la empresa y todas las gargantas clamaron: "¡Minero! ¡Minero!". En la primera fila del duelo lloraban siete directores generales y los líderes del sindicato iban desmayados en brazos de sus guardaespaldas. Allí, en el funeral, cundió una noticia alentadora. El ministerio del ramo se había avenido a organizar un festival para auxiliar a la familia. Después al obrero muerto se le erigió un busto en el descampado y ya nunca fue olvidado.
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