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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guatemala, la protesta de los hambrientos

LOS MILITARES guatemaltecos suelen ahogar las protestas a tiros. Es lo que han venido haciendo en los últimos 30 años. Los sucesos de la semana pasada no hacen más. que confirmar una práctica que vienen aplicando desde que dieron el golpe contra el presidente constitucional Jacobo Arbenz, hace más de 30 años. El general Mejía Victores, que llegó al poder bajo proclamas de conducir al país a la democracia, se ha limitado a aplicar el manual. Una protesta popular, en gran parte espontánea, contra la subida de precios del transporte público se ha saldado con 10 muertos a sólo un mes de unas elecciones que supuestamente deben traer la democracia. Una vez más los militares parecen empeñados en dar la razón a quienes rechazan un proceso constitucional donde la cúpula castrense se reserva con carácter exclusivo -esto es, sin dar cuentas al Parlamento o al futuro Gobierno- todo lo relativo a la seguridad nacional. En ese concepto cabe no sólo la lucha contra la guerrilla, sino también una manifestación contra la carestía de vida. Estos militares que se dicen demócratas acaban de demostrar cómo se las gastan cuando se trata de restablecer el orden público.Entre los partidos que no han querido entrar en el juego electoral de los militares están, por razones obvias, los que empuñan las armas, pero también sectores progresistas moderados que se mueven en el ámbito de la socialdemocracia. El arco constitucional se cierra prácticamente con los democristianos, que incluso han tenido que pagar con decenas de asesinatos sus pinitos reformistas. Su propio secretario general, Vinicio Cerezo, ha escapado de varios atentados. Su presencia sistemática en cuantos comicios se celebran en el país, viciados o no, obedece, según sus enemigos, a la secreta esperanza de contar con el apoyo de Washington en Guatemala, siguiendo los pasos de su correligionario Duarte en El Salvador. Otros políticos menos ambiciosos han decidido simplemente salirse del juego hasta que las reglas se hagan más civilizadas. Un pacto democrático real con los militares parece ahora mismo poco viable. Todo parece indicar que puede tratarse de un maquillaje civil para un régimen cuyo control no están dispuestos a perder los generales.

Pero hay otra conclusión que puede sacarse de los últimos sucesos. Pocos podían sospechar que en un régimen como el guatemalteco, sin duda el más duro de Centroamérica para sus propios ciudadanos, pudiera originarse una protesta colectiva de tales dimensiones. Con la izquierda en las montañas y con los sindicatos diezmados era poco previsible que miles de ciudadanos pudieran agruparse en un movimiento que entraña un alto nivel de riesgo físico. El propio espontaneísmo de las manifestaciones es una prueba evidente de que la situación interna guatemalteca ha alcanzado grados insoportables para el ciudadano medio. Con un horizonte político cerrado, a pesar de las elecciones, y una economía destrozada son ya demasiados los que piensan que tienen poco que perder.

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